Malayerba: Viajero

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Mujer —le habló el marido en tono imperativo—, tengo que irme urgentemente de viaje, salió un problema en el negocio y pues ni modo, hay que chambear, pero quiero pedirte un favor, uno muy especial, muy importante.

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Ella ni la pensó. Le dijo, Claro que sí mi amor, ya sabes, lo que sea, cuenta conmigo.

Le explicó que en la casa, en el cuarto donde él tiene sus cosas, estaba un maletín café. Quiero que se lo lleves al licenciado Martínez.

Le dio las señas para que no se confundiera. Le pidió que no pasara de tal hora y que además se lo entregara en sus manos, personalmente. A nadie se lo sueltes. A nadie más. Solo a él, al licenciado Martínez.

¿No se te olvida?

Mira que si yo pudiera lo haría. Ya sabes cómo soy de enfadoso, de clavado en estas cosas. Pero es que ahora no puedo, tengo que irme de viaje.

Sí, sí, no te preocupes. De veras, claro, cuenta con eso.

Llevó el maletín y regresó a su casa.

Al día siguiente volvió él. Ah, qué bueno que todo salió bien. Sí, a mí también me fue bien porque resolví los problemas. Puras pinches broncas. Pero ya, ya quedó.

A las semanas ambos tuvieron una situación similar. Y él de última hora le llamó. Y ella, como siempre, hizo lo que le pidió: hay una mochila en el cuarto, sí, tómala y llévala por favor. Tienes que dejarla con fulano, en tal lugar. Ya sabes: per-so-nal-men-te.

Sí, sí, no te preocupes. Y repitió la operación varias veces. Aquella ocasión, antes de llegar al lugar convenido la interceptaron varios policías de la federal. La tomaron del brazo y se la llevaron presa.

En la cárcel y en los interrogatorios le dijeron y ella quedó perpleja, con la boca seca, Su esposo no salía de viaje cuando le pedía que entregara los paquetes, sino que estaba en la ciudad, escondido, y que era droga y dinero lo que repartía en esos envíos.

Ella, con tres meses de embarazo, se llevó a su hijo pequeño a vivir con ella al penal. Visitada por sus padres, hermanos. Pocos amigos. Siempre escasea la amistad cuando se está preso. Y más cuando hay coca y dólares en medio y si estos son ajenos.

Al poco tiempo consiguió relacionarse con otras presas. E inmediatamente después con algunos hombres. Uno de ellos la cortejó. Le anunció que la protegería, Aquí no vas a tener problemas, te lo aseguro.

Pero sus nudos estaban ahí, alimentando su vida, esperándola en sus aceras vacías, en su celda ya sin visitas.

Temerosa y amargada, buscó asideros. Aún estaba enamorada de aquel sujeto, a quien de plano desconocía, y al que llamaba el viajero. Pero se inclinó por tomar lo que tenía cerca para sentirse protegida, querida.

El preso aquel le dijo, Vente conmigo, a mi guarida. Deja al niño, que lo cuiden. Para eso están estos cabrones, que son mis amigos. Para eso les doy dinero y coca.

Pero en sus encierros tibios, mientras ella se enredaba, gozosa, otros abusaban de su hijo. Él se lo confesó, temblando y anegado en llanto. Me duele aquí, atrás, en la colita.

Reclamó y peleó. Les contó a las autoridades del penal. Le dijo a su protector. Rabiosa, frustrada e instalada en la silla de los culpables. No obtuvo nada.

Quedó encerrada en su carraca. Conservando fotos de sus padres, de ella con sus hijos, quemando las naves que lo llevaban al otro, a aquel que pensó que la había querido, Qué andará haciendo, a quién estará engañando.

Y se lo imaginó feliz, hablando por teléfono, pidiéndole a su pareja, Llévalo, te encargo el paquete, dáselo al licenciado, nomás a él. Es que, tú entiendes, pasó algo, tuve que salir de viaje. Pero vuelvo mañana mi amor. Cuídate eh. Te amo.

Artículo publicado el 15 de octubre de 2023 en la edición 1081 del semanario Ríodoce.

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