Nadie tenía por qué esperar otra cosa. El presidente AMLO, siendo lo que ha sido frente y al frente de las fuerzas armadas, tenía que salir en su defensa luego del sexto informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), sobre el caso Ayotzinapa, donde se afirma que las fuerzas armadas han obstruido las investigaciones para llegar a la verdad.
La defensa fue puntual, sin duda alguna ni cosquilleo moral, durante la mañanera del viernes en Tepic, cuando un reportero del diario La Jornada, pidió la reacción de los jefes de la Marina y de Sedena, allí presentes.
En primer lugar, no quiso que los comandantes respondieran. Lo voy a hacer yo, dijo, porque soy el comandante supremo de las fuerzas armadas… además de presidente de México.
“No es cierto –que se oculte información, dijo—porque es una campaña en contra del ejército de México… una campaña para debilitar a las fuerzas armadas… “se olvida –apuntó—que el ejército mexicano es un ejército surgido de un movimiento revolucionario y es parte de nuestro pueblo”.
Y dijo que hay una campaña de la ONU para desprestigiar a las fuerzas armadas del país. El sexto y último informe del GIEI, afirma que las fuerzas armadas fueron siempre un obstáculo para desarrollar una investigación con eficacia. Que bloquearon la investigación.
Los investigadores argentinos tienen razón. Lo dijeron desde los primeros informes, todavía en la administración de Enrique Peña Nieto, cuando encontraron obstáculos y negativas del ejército para acceder a las comunicaciones de los militares durante la llamada Noche de Iguala, pues ellos estuvieron en toda esa jornada negra, comunicando siempre a sus mandos lo que estaba ocurriendo, incluso con personal de inteligencia infiltrado en la Escuela Normal de Ayotzinapa.
Y esos informes del GIEI –vaya ironía—fueron respaldados por las organizaciones y partidos que gravitaban en torno al movimiento por encontrar a los 43 estudiantes desaparecidos, entre ellos Morena, siendo presidente del consejo nacional de este partido, Andrés Manuel López Obrador, cargo que dejó el 20 de noviembre de 2015.
Pero no es lo mismo buscar el poder que estar en el poder. Y por eso ahora defiende a los militares a capa y espada porque, dice, son “pueblo uniformado”. ¿Y antes no eran pueblo uniformado? ¿En eso se convirtieron soldados y marinos cuando llegó la cuarta transformación al poder? ¿Y la historia, su historia, nuestra historia? ¿En qué cajón metemos las masacres, el 2 de octubre de 1968 y sus cientos de estudiantes asesinados por militares en la Plaza de Tlatelolco? ¿Y el 10 de junio de 1971, donde también fueron masacrados en Ciudad de México cientos de estudiantes, hombres y mujeres, por “halcones” entrenados por militares? ¿Dónde el asesinato del líder campesino y su familia, Rubén Jaramillo, también por militares vestidos de civiles, el 23 de mayo de 1962? ¿En qué lugar de la historia acomodamos la masacre de El Charco, municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero, cuando un grupo de militares asesinó, la madrugada del 7 de junio de 1998, a 11 indígenas que habían sido parte de una asamblea comunitaria y se encontraban durmiendo en una escuela? ¿Y ya se le olvidó Tlatlaya y los 22 presuntos delincuentes asesinados a quemarropa por militares en una bodega donde los tenían amarrados de las manos?
En todo caso, el que olvida es el presidente. Y también olvida que los altos mandos de ese “pueblo uniformado”, se han enriquecido hasta la médula mientras la tropa se debate en la precariedad y ahora sujeta a humillaciones gracias a su política de abrazos no balazos ante el crimen organizado.
Y también olvida que, durante décadas, mandos medios y altos mandos de las fuerzas armadas se han coludido con el crimen organizado, protegen cargamentos, ofrecen seguridad a las operaciones y jefes de los cárteles, hacen el trabajo sucio en sus guerras internas, operando a favor o en contra de algún cártel, con hombres y armas. Y que no lo hacen gratis, que lo hacen porque reciben dinero a cambio, corrompidos por el hampa. Y allí está la historia, que habla por sí misma y que tanto le encanta al presidente.
Bola y cadena
PERO EL PRESIDENTE SE NIEGA a reconocer la realidad y no la acepta públicamente porque estar bien con las fuerzas armadas es parte del proyecto de la 4T, quién sabe con qué propósitos a futuro. Hablar ahora de “pueblo uniformado”, no cambia la esencia de los militares, que igual siembran un árbol y salvan vidas en un desastre natural, que matan a un niño en una comunidad indígena. Y no es dándoles más poder, –así lo ha hecho AMLO– como va a modificarse su conducta, sino al contrario. Ahora la Sedena y la Armada son menos transparentes que bajo los gobiernos “neoliberales”.
Sentido contrario
OTRO TEMA EN EL QUE NUESTRO PRESIDENTE cierra los ojos para seguir viviendo en su mundo, es el que tocó la DEA la semana pasada, cuando dijo que, entre el Cártel de Sinaloa y el de Jalisco, tenían más de 42 mil elementos distribuidos en más cien países. AMLO se ríe y pide que se lo demuestren, quién sabe para qué. Si realmente lo duda entonces podemos entender por qué, en materia de seguridad, su gobierno ha sido un doloroso y rotundo fracaso.
Humo negro
PODÍAN PREVERSE LOS ENFRENTAMIENTOS que ahora están ocurriendo en los altos de Sinaloa. Desde hace meses hubo un rompimiento entre Mario Alberto Lugo Lara, el Calabazas, y Fausto Isidro Meza Flores, el Chapo Isidro. Y desde hace semanas, comandos de Isidro se adentraron a los altos de Sinaloa para buscar al Calabazas con el fin de acabar con él y su gente. Ya se verá qué sigue, para qué especular. Y qué hará el gobierno para proteger lo poco que queda de esas comunidades serranas.
Artículo publicado el 30 de julio de 2023 en la edición 1070 del semanario Ríodoce.
