Leí con cierta muina lo que dijo el gobernador en el sentido de que habría una estrategia contra los levantones y que en ella el gobierno estatal se coordinaría con el ejército y con la Guardia Nacional. El tema surgió porque un día antes habían levantado a siete muchachos en el sector sur de Culiacán que, afortunadamente, aparecieron vivos horas después. Golpeados pero vivos.
La promesa del gobernador, o el compromiso –como se le quiera llamar–, fue como sacado de su manga para crear una ilusión de tranquilidad a los sinaloenses. Y esto es así porque no tiene fundamento si esa estrategia no forma parte de una más amplia en contra del crimen organizado.
Los levantones se han convertido en una especie de institución en el mundo criminal. Tienen casi siempre, como regla general, un mismo fin: la muerte (Últimamente los han usado como advertencia: levantan a uno, dos o tres –ahora también mujeres—les dan unos tablazos en las nalgas y los hacen caminar desnudos por las calles de la ciudad con mensajes en la espalda y el pecho, “por ratero”, “por violador”, “por chapulín”, etc., pero esto no es más que un humillante divertimento de los mandos medios de la mafia).
Detrás de los miles de desaparecidos en México y de los miles de desaparecidos que se han registrado en Sinaloa, está casi siempre un levantón.
Pero hay un asunto más complejo que a simple vista no se aprecia. Es verdad que en la mayoría de los casos los levantones son ejecutados por gatilleros al servicio de los cárteles, pero en muchos, no pocos, muchos casos, los levantones son ejecutados por policías también al servicio de los cárteles. En muchos municipios, pero sobre todo en Culiacán, Mazatlán y Ahome, hay denuncias sobre estos casos que nunca conducen al castigo de nadie a pesar de que, en la mayoría de ellos, las víctimas aparecen muertas.
En Ríodoce hemos dado hasta la fecha un seguimiento puntual del levantón que sufrieron Luis Roberto Ramírez Sandoval y su amigo Efraín Macías por parte de elementos de la policía municipal de Mazatlán el 6 de diciembre de 2018, cuando iniciaba apenas la administración de Luis Guillermo Benítez. Se comprobó hasta la saciedad quiénes fueron los policías que los levantaron y el número de la patrulla –la 275—que conducían, pero nunca hubo castigo. Los cuerpos de los jóvenes fueron encontrados en una fosa clandestina en abril de 2019 por las rastreadoras, en un camino que conduce a las playas de El Delfín.
En el caso de Ahome, por ejemplo, la policía municipal, durante toda la administración de Mario López Valdez, se convirtió en el brazo armado –con dinero de los contribuyentes, por cierto—del Cártel de Sinaloa y en esa calidad ejecutaron cientos de levantones en esos seis años, por lo menos. Sus víctimas terminaban siempre en fosas clandestinas que luego eran localizadas por las rastreadoras para sacar los restos. Y solo en algún caso, a pesar de las decenas de denuncias acumuladas, se imputó responsabilidad a los agentes involucrados.
El otro lado de la moneda es cuando los agentes policiacos pasan a ser las víctimas, unos por cumplir con su deber y no prestarse a componendas con los narcos, y otros porque están involucrados con alguna facción del cártel y se enredaron con las cuentas o no realizaron a satisfacción sus “servicios”.
¿Quiere el gobernador abatir la privación ilegal de la libertad? Castíguela. Esa es la mejor estrategia. Un policía lo va a pensar dos veces cuando quiera levantar a un joven si sabe que en ello le pueden ir 15 o 20 años de cárcel. Abata la impunidad, gobernador, esa es la clave. El 95 por ciento de los homicidios no se castiga y el 99 de los que están relacionados con el crimen organizado, menos. Y para eso no ocupa al ejército, ni a la Guardia Nacional: no se engañe ni quiera engañar a la gente. Ocupa una policía investigadora y fiscales que armen expedientes sólidos que puedan terminar en sentencias ejemplares.
Bola y cadena
POCO A POCO EL GOBERNADOR tendrá que ir delineando cómo piensa enfrentar el tema de la violencia en Sinaloa, cómo piensa usar los instrumentos que tiene a la mano, la fuerza y la Ley, para que los niveles de violencia disminuyan. Es verdad que en los últimos años bajaron algunos índices delictivos, entre ellos el homicidio, pero no es suficiente para que la sociedad viva en cierta tranquilidad. Y aquí sí, la coordinación con el gobierno federal será vital porque la mayor parte de esa violencia proviene del crimen organizado.
Sentido contrario
LA SEMANA PASADA ALGUIEN le preguntó al gobernador si no temía que en Sinaloa ocurriera lo mismo que está pasando ahora en Zacatecas, donde la violencia tiene aterrada a la población. Ni lo menciones, dijo, o algo así. Y bueno, nosotros ya vivimos eso a partir de 2008 y hasta 2011, más o menos, cuando estalló la guerra al interior del Cártel de Sinaloa. Y después de eso en algunas batallas menores. Por desgracia, esto no depende de lo que el gobierno haga o deje de hacer –salvo casos excepcionales como el ocurrido el 17 de octubre de 2019–, sino por la dinámica misma del crimen organizado. Ahora se vive en Sinaloa una especie de pax narca: mañana quién sabe.
Humo negro
AL FINAL, COMO PUDO PREVERSE, el Químico Benítez le ganó la batalla a Héctor Melesio Cuen en Mazatlán, pero si alguien piensa que aquí acabará todo se equivoca. Cuen no es de las personas que olvidan un agravio. Por lo demás, alguien debería estar pensando ya cómo acotar las ínfulas de un alcalde que se ha caracterizado por su frivolidad y afán de poder.
Artículo publicado el 28 de noviembre de 2021 en la edición 983 del semanario Ríodoce.