Malayerba: Un balde de agua

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A Víctor, amigo de sol y de sombra

Era gente de El mayel y El lobo. Morros de Las Quintas que cursaban la prepa y que estaban enfrentados con los parientes de aquel narco. Y en medio del pleito aquel habían olvidado lo que hizo que se agarraran a chingazos.
De repente estaban ahí, tramados. En la calle Veracruz la vida se había alterado con la llegada de los de San Ignacio, aquellos muchachos altos y gritones que no terminaban de convencer a El chino, El tony y El manotas.

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Pandilla contra pandilla: tres contra cuatro. Los perdedores amenazaron con volver por la revancha y sin previo aviso.
En el acceso principal del Cobaes 25 nadie esperaba a El tony. Lunes, todo normal: grupos de féminas y muchachos esperando la hora de entrada, en pleno chacoteo. Una mano grande y fuerte lo sujeta del hombro, por atrás. Él voltea para recibir un derechazo en el rostro.

Tres o cuatro de los sombrerudos estaban ahí. Alcanzó a verlos entre patadas y puñetazos. En el suelo intentó protegerse la cara. Vio al resto de los alumnos observando, haciendo bola y griterío. Nada más.

Caminó con lo que quedaba del pantalón y la camisa, hechos giras. Moretones que ya se asomaban a la epidermis. Sangre en la boca, en los codos y rodillas.

La noticia reunió a los cuates. Acordaron sólo una cosa: partirles su madre… y todo lo que se llama cara, sentenció El manotas.

Los buscaron en la escuela. También en el trabajo de uno de ellos. En el parquecito que sabían era frecuentado por los buchones. Nada. Hasta que se los toparon a la vuelta de la calle del barrio. Y la tunda se repitió.

Te va a salir el tiro por la culata, cabrón. Pero la sentencia fue sofocada con una patada. Otra más de bostoniano en la puerta de la camioneta. Y como despedida, mentadas mutuas y repartidas.

No hubo lugar en el que no escenificaran batallas colectivas. Eran pandillas diferentes pero del mismo barrio y repitieron estos desencuentros en la escuela, la tienda de la esquina, el parque del lugar.

Ambos tenían padrinos que presumir. De un lado los de la Veracruz, uno de los cuales era sobrino de El mayel, narco en ascenso. Del otro el hijo de El lobo: pistolero famoso, capo en ascenso y poderoso.

Los de El lobo amenazaron con llamarlo. Los otros dijeron que ellos contaban con El mayel.

Y así fue. Ambos informaron a sus respectivos narcos. Éstos se percataron de la gravedad de los pleitos: de carro a carro, en el barrio, amenazas de muerte, golpes y sangre. Sólo faltaba el fuego.

Y por eso intervinieron. Siendo conocidos entre ellos y habiendo realizado algunos “jales” juntos en el negocio de la droga, se pusieron de acuerdo. Se echaron una “línea” y brindaron por la paz de sus “pandillas”. Luego ambas fueron enteradas.

No hubo saludos ni celadas. Tampoco fuego. Sólo cesaron las hostilidades. Cada quien a su casa y a su esquina. Y en medio de los chescos y los gansitos, el recuerdo atisbó: todo empezó en ese lugar, cuando los buchones les echaron agua desde el piso de arriba de los departamentos.

Todo por un pinche balde de agua. Quiero otro gansito.

Artículo publicado el 07 de noviembre de 2021 en la edición 980 del semanario Ríodoce.

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