Octubre 17, un día repetido

17 DE OCTUBRE DE 2019. Terror en las calles.

Estamos condenados a que se repita el “jueves negro” de Culiacán. La invasión criminal de una ciudad en México no es una eventualidad, es una constante. Cambiemos el nombre de Culiacán por Aguililla, Michoacán; Iguala, Guerrero; Fresnillo, Zacatecas; o Pantelhó, Chiapas…

Lea: 17 de octubre: aquí no ha pasado nada https://bit.ly/2T3smLX

Con intensidades diferentes, con mayor o menor atención mediática, millares de mexicanos vivimos atrapados en esta invasión criminal donde el Estado –sea gobierno municipal, estatal o federal- es un espectador, es cómplice, es omiso, o simplemente también está atrapado por una realidad apabullante, donde en el mejor de los casos no encuentra cómo resolverlo.

En Culiacán fue el rescate a sangre y fuego de Ovidio Guzmán, un miembro de la organización criminal. En Aguililla, Michoacán, es la disputa por el territorio, clave para la movilización de los grupos armados de protección y el trasiego de sus drogas como mercancías. En Guerrero y Zacatecas igual, se trata de dominios, y en Chiapas una mezcla de todo lo anterior.

No vale la pena repetir lo que ya sabemos: el centenar diario de asesinatos, la exhibición de armas y cadáveres por doquier, como consecuencia una normalización de la violencia por la sociedad y el gobierno mismo, viviendo llenos de miedo. Tampoco que si Felipe Calderón alborotó el avispero, que si Enrique Peña prefirió hablar de otros temas, o que si Andrés Manuel López Obrador ofrece abrazos en lugar de balazos.

Todo sería bastante simple si solo estuviéramos hablando de las grandes organizaciones criminales que todo lo invaden, de los apellidos que todos los días se repiten como los CEO de empresas millonarias. O del alto poder político que al final vive resguardado, y que encontró diversas maneras para acomodarse y sobrevivir. Pero no, aquí se trata de ciudadanos simples, de familias normales, la carne de cañón que fácilmente encuentra el poderoso de la calle deslumbrando a los hijos, o envolviéndonos en el laberinto de las adicciones para que el negocio siga siendo rentable. Asesinando unas veces por casi nada, por cualquier tontería de tránsito en la calle, o sencillamente porque sí, porque se puede, porque no pasará nada.

Para que una ciudad sea sitiada, primero se necesita que se invadan sus barrios, casa por casa va trasminándose la violencia como una humedad imposible de evitar. Con la estructura familiar invadida, siguen la estructura económica, política y hasta la religiosa. Es entonces cuando no se necesita un jueves negro para saber desde antes que una ciudad lleva tiempo sitiada por los criminales.

El 17 de octubre de 2019 no fue más que la cruel confirmación de lo que muchos venían diciendo desde tiempo atrás. Unos más y otros menos, contribuimos para ese momento. Con pequeños y grandes actos, con la permisibilidad, la cobardía, incluso también con infinidad de actos heroicos, de mujeres y hombres que han puesto en riesgo su vida o que la han perdido por defenderse o buscar a los suyos.

Margen de error

(Guerra Civil) En una parte de la academia esto que vivimos se define como guerra civil. Una donde no se busca el poder político ni quieren imponer una ideología, se trata de las ganancias de los negocios ilícitos –todos, no únicamente las drogas.

Esta guerra civil se compone en realidad de muchas guerras, es decir, no puede identificarse un solo frente, definido y claro, sino que se compone de varias guerras, es necesario el plural para entenderlas.

Está, por un lado, la violencia criminal que imponen las muchas organizaciones delictivas por todo el país, unas que solo llegan a pequeños grupúsculos, otras con estructuras más claras y verticales. Aquí mismo entran los agentes del Estado, como cómplices y partícipes de las organizaciones delictivas o combatiéndolas como una facultad del poder público.

Se habla de guerras, en plural, porque dentro de las organizaciones las controversias de cualquier tipo se resuelven de esa manera. También está la guerra del Estado contra los miembros de esas organizaciones. Y más de una vez, la guerra de ambas partes, juntas o separadas, contra la población civil, lo que en un momento el gobierno llamó víctimas colaterales, pero otras muchas veces víctimas directas. El ejemplo más cercano ocurrió en junio pasado en Reynosa, Tamaulipas, donde un comando disparó indiscriminadamente contra quienes encontró a su paso, asesinando a 15 personas, entre ellas un grupo de albañiles, un taxista, un estudiante.

Mirilla

(¿Cómo?) Está sobre diagnosticado cómo caímos aquí. Lo que no queda claro es cómo saldremos de este gran agujero en que vivimos atemorizados. Queda claro que la solución tendrá que pasar por los ciudadanos mismo, primero incluso que por el Estado –que como ya dijimos es actor principal en la guerra civil.

A casi dos décadas aun no hemos logrado desde la sociedad influir en una ruta de solución. Los actores seguimos dispersos, emprendiendo acciones aisladas en el mejor de los casos.

Primera cita

(Culiacán) Después de la toma de la ciudad con las armas de los Guzmán, se emprendió una movilización denominada #CuliacánValiente. Unos mil ciudadanos nos atrevimos a caminar la que fue la zona de guerra aquel jueves negro, apenas diez días atrás.

Muchos para una ciudad que ha rechazado reiteradamente la participación, pero pocos para el tamaño de la ofensa, porque a pesar de vivir tanta violencia el reclamo nunca alcanza las mismas dimensiones.

Podría decirse que el esfuerzo quedó diluido, pero no es así, todo suma. Hace tiempo aprendimos que no podemos dejar solos a los que buscan a sus familiares escarbando la tierra, ni a los padres que reclaman encarcelar al agresor de su hija, o quedarnos callados ante tanta barbarie (PUNTO)

Artículo publicado el 17 de octubre de 2021 en la edición 977 del semanario Ríodoce.

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