Los números son abrumadores. La composición política que arroja la contienda electoral en Sinaloa se parece más a los tiempos de la hegemonía del PRI, cuando sin piedad ganaba todo de todo, un país como el de los años 80’s y una parte de los 90’s. Si no fuera por el distrito local de Guasave, que apenas logró rescatar el PRI, y las extrañas pero explicables elecciones municipales en Elota y San Ignacio, la alianza PRI-PAN-PRD hubiera perdido absolutamente todo.
Del otro lado, con Morena, están los triunfadores del carro completo, así llegó a llamarse a los triunfos totales que muchas veces alcanzaba un solo partido en este país, siempre el PRI. Eran otros tiempos en muchos sentidos, particularmente porque los procesos electorales eran inequitativos y desaseados, no existía una autoridad electoral autónoma, el mismo gobierno era quien organizaba y decidía en la contienda.
Es curioso, pero aquel primer paso en la apertura democrática en México, en 1977, que permitió el ingreso de legisladores de oposición por la vía plurinominal al Congreso Federal y a los estados –porque el PRI ganaba 300 de los 300 distritos federales- es ahora lo que le permite al PRI y a las otras fuerzas no perderse ante un partido que obtenga el carro completo, como pasó en esta elección en Sinaloa.
El sistema permite que los perdedores no pierdan todo, y que los triunfos no estén predeterminados, como sucedía hace apenas 30 años. Eso que parece simple es lo más complejo de un sistema democrático.
El mapa político coloca a Morena en una oportunidad inmejorable para ejercer el poder, al mismo tiempo con una responsabilidad mayor. Precisamente los triunfos arrolladores y después los triunfos a como diera lugar, fueron llevando al PRI a un ejercicio del poder sin contrapesos de ningún tipo, sin consensos. Eso no se le puede permitir a Morena, con todo y que los electores fueron claros en el peso político que les dieron.
Rubén Rocha tiene un bono democrático enorme. Más del 56 por ciento de los votos –aun cuando la participación ciudadana apenas rebasó la mitad del padrón-, que supera el medio millón de votos, es un porcentaje tan alto que ningún gobernador lo ha alcanzado aquí en la información disponible. Ni Juan S. Millán (46.85 por ciento). Ni Jesús Aguilar Padilla (46.86 por ciento). Ni Mario López Valdez (51.84 por ciento). Y menos Quirino Ordaz (41.73 por ciento).
Tampoco ninguno de estos últimos cuatro gobernadores, que abarcan un periodo de casi un cuarto de siglo, había alcanzado una ventaja tan amplia sobre su más cercano contendiente. Juan Millán (14 por ciento). Jesús Aguilar (1 por ciento). Mario López (4 por ciento). Quirino Ordaz (15 por ciento).
Eso abre un abanico de expectativas con el próximo gobierno, el de Rubén Rocha, expectativas que una vez en el ejercicio del gobierno tienen un efecto de búmeran, es decir, terminan por regresarse una vez que se lanzan. Un gobierno fracasa cuando esas amplias expectativas ciudadanas se van convirtiendo en desengaños.
Margen de error
(Bono) Rocha no puede desperdiciar ese bono democrático. De las primeras acciones de gobierno dependerá mucho de la percepción que se vaya formando. Y eso obliga a acciones inmediatas. Por ejemplo, el nombramiento del equipo de transición.
Ahí dará el gobernador electo el primer mensaje de por dónde irá la conformación de su gabinete. Sostengo que a los ciudadanos no nos basta conocer al candidato o candidata a gobernador o alcalde, necesitamos que a medida que nos dicen lo que quieren hacer y cómo lo van a hacer, demostrando conocimiento real de las condiciones de una ciudad, estado o país, deben decirnos a la par quienes estarán gobernando con ellos. El poder ejecutivo tiene demasiadas piezas, y saber de quienes se rodean nos dice mucho más que saber únicamente de una sola persona.
La otra parte sustantiva es aprovechar el periodo de transición, de junio a octubre, para armar un plan por etapas –no para los primeros 100 días como ahora se tomó como moda- y basado en las condiciones reales en que se recibirá el gobierno. En campaña, eso lo entendemos los ciudadanos, pueden ofrecerse muchas cosas, pero estando en el gobierno todo puede cambiar. Algunos proyectos son irreales, se diría que incluso imposibles. En campaña es entendible escuchar falsas promesas, pero ya en el gobierno mantener esos imposibles es mayor irresponsabilidad.
Mirilla
(Campaña) Rubén Rocha no innovó en su campaña. Fue tradicional en muchos sentidos. En los eventos, en los discursos, hasta en la oferta de campaña. En el gobierno no puede mantenerse en esa tradición. Su gobierno no puede parecerse en nada al actual de Quirino Ordaz. Necesitará desmarcarse por completo. Y no se trata únicamente de lo que llaman el estilo de gobierno. Aquí debe ser un asunto de forma y fondo.
Tampoco debe buscar, como les pasa a muchos gobernantes de Morena, querer parecerse al peje. Y resultan copias malas, remedos, le pasa constantemente al Químico Benítez, y a veces hasta a Jesús Estrada Ferreiro.
No existe una receta para eso, aunque podrían vendérsela y muchos hasta la compran. La ruta tampoco es sencilla, se va construyendo en el camino, con decisiones.
Primera cita
(Perdedor) Está otro gran perdedor de la elección del domingo 6 de junio, no son los partidos de la alianza, ni Jesús Valdés que decidió renunciar a la dirigencia estatal del PRI, es Quirino Ordaz Coppel, el gobernador.
Podrá decirse que la marca Morena, que el factor López Obrador sigue pesando. Pero Quirino Ordaz pierde, no porque su partido no refrendara la gubernatura y fuera derrotado casi en todas las elecciones, sino porque estando tan bien evaluado como insistió constantemente, siendo un activo de los candidatos que decían que tenían qué presumir con el gobierno de Quirino, aun así perdieron. Pero pierde, sobre todo, por haberse involucrado en la contienda –como lo hacen todos los gobernantes en turno, como el mismo López Obrador. Aun habiéndose involucrado, perdieron (PUNTO)
Columna publicada el 13 de junio de 2021 en la edición 959 del semanario Ríodoce.