Javier, cuatro años/La política como show

mario zamora

Supongo que Javier Valdez no se imaginó en bronce, petrificado. Lo que sí estoy seguro es que le hubiera hecho mucha gracia. Más aun tratándose de una iniciativa de los muchos amigos que acumuló, sin la intervención de ningún gobierno.

Hay que decir además que el busto de Javier que se develará en la plazuela de Catedral, en pleno centro histórico de Culiacán, este 15 de mayo en el cuarto aniversario de su muerte, es una obra escultórica que proyecta fuerza respetando el estilo del Javier en sus cincuenta años.

La permanencia de Javier en el centro de Culiacán es una forma más de la memoria.

 

Mirilla

(Show) La política es show. Mero espectáculo. Se produce como un concierto, una obra de teatro, o una película. Hay actores, extras, utilería, locaciones, guionistas, productores. La clase política lo negará, tres o cien veces, y muchos ciudadanos ingenuos lucharán porque la política sea propuesta, sin ataques, proyectos y planes. Pero no, requiere del show, de la extravagancia, siempre una fuerte dosis de histrionismo. No es casual que muchos políticos acaben casados con actrices o cantantes.

Y como el show debe continuar, muchos políticos son capaces hasta del ridículo con tal de probar si un sketch funciona, mueve, se comparte, y llega a representar votos. El caso puede llegar al absurdo, es común burlarse de que en campaña los políticos besan bebés mocosos que les acercan en un mitin (ahora eso no aplica por la pandemia, pero el ejemplo es válido por extremoso). En Chihuahua un candidato a diputado federal, Carlos Mayorga del PES, inició campaña dentro de un ataúd, apenas logró salir con su evidente sobrepeso y unas maniobras que casi lo tiran al suelo. El actor Alfredo Adame, de RSP, arrancó echando madres a todo el que pasara por un transitado crucero y hasta puso su teléfono promocionando si querías que te mentara la madre de manera personalizada.

Esos son los extremos, pero hasta en lo más elemental hay show, en las afirmaciones contundentes, sin matices, ahí también hay trampa: acabar con la pobreza, por ejemplo, un sueño imposible si hasta los países desarrollados la arrastran. O afirmar que no faltarán medicamentos en los hospitales públicos, ni se retrasarán las consultas o cirugías, otro imposible.

Hay una relación inversamente proporcional entre show y política: A mayor escándalo, menor es la cultura política de los ciudadanos. Las discusiones carecen de nivel, el debate está ausente, y los candidatos parecen todos iguales, sin matices para diferenciarlos con base a sus propuestas, no cómo se peina o si es joven o viejo.

 

Primera cita

(Bicentenario) En esa lógica, la de la política como un show, está la idea de Mario Zamora, el candidato del PRI-PAN-PRD a la gubernatura de Sinaloa, de pasar la noche en una casa de la colonia Bicentenario en Culiacán.

Llegó entrada la noche a una de las muchas zonas olvidadas de la ciudad, invadido por un tumulto. Calles sin pavimento, casas incompletas, alumbrado débil. Justificó que la señora Juana lo había invitado desde la precampaña, y que es necesario convivir para entender. Lo llevaron a su mesa y le pusieron un vaso de coca con un hot-dog.

Vivimos en un México profundamente desigual, los del lado de los privilegios no tienen ni idea de cómo se vive donde todo falta, o con menos extremo donde cada día hay que pelear por sobrevivir. Solo que se parte de una premisa facilona: no basta con dormir una noche para entender esas profundas diferencias. No se trata solo de que la cena es un vaso con coca-cola, tampoco si la señora necesita un crédito para surtir galletas y jugos su abarrote, sino las oportunidades disparejas que existen en los extremos de este México desigual.

Calles dignas, transporte eficiente, salarios reales y no de explotación, mantener espacios de recreo, y un largo etcétera que empareja las condiciones de quienes salen de su casa y se encuentran el lodo en las lluvias y el polvo el resto del año, horas para el traslado, sueldos irreales apenas para sobrevivir, y ningún espacio donde convivir.

 

Deatrasalante

(El Güero) Héctor Palma es de esa generación de narcotraficantes que llegaron a viejos, contra todo pronóstico. Rafael Caro, Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca, Joaquín Guzmán, siguen vivos. Todos encarcelados, pero vivos. Llegaron a viejos por una simple consigna: ser peores que sus enemigos, no hay otra forma de sobrevivir en ese negocio.

Todos ellos convirtieron la droga en un negocio rentable y global. Ellos también acabaron de pervertir un sistema político que ya estaba sumamente corrompido, pero los dólares a carretadas que llegaban de Estados Unidos lo acabaron de destrozar.

También fueron ellos quienes armaron redes delictivas, donde las diferencias en los negocios se pagaban con sangre. Igual asesinaban a cualquiera que se interpusiera en esos negocios, fuera un jefe de policía, un empresario, o un ciudadano cualquiera.
Ahora ellos son personajes en series que retoman sus historias y las llevan a todo el mundo por streaming. Narcos –México-, es una de ellas.

El Güero Palma es uno de esos personajes. Más que historia son materia viva de capítulos que en este país se han contado de manera incompleta. Si no fuera real daría risa, por ejemplo, que después de más de dos décadas en la cárcel el Ministerio Púbico no lograra acreditarle el delito de delincuencia organizada: Palma va a Estados Unidos, acepta llevar drogas, purga una condena, regresa a México y acá no logran acreditarle un delito. De risa.

El Güero como el resto de narcos de su generación arrastran historias que nunca logró acreditar la autoridad, o al menos recopilar información para tomar decisiones de Estado a una realidad nuestra, como país productor de drogas y frontera con el principal socio. Pero tampoco eso se hizo. Desperdicios de tiempo (PUNTO)

Columna publicada el 09 de mayo de 2021 en la edición 954 del semanario Ríodoce.

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