En unos días estaremos cumpliendo el primer año en que la prensa sinaloense relataba que había llegado al estado un hombre que venía de Europa y traía un regalo envenenado, el del virus SARS-COV 2, mejor conocido entre los grandes públicos como COVID-19.
A esa persona luego de ser identificado en el aeropuerto de Culiacán se le había confinado en una de las habitaciones del Hotel Lucerna y ahí estaría en cuarentena, incluso un poco más, para estabilizarlo y ponerlo luego en un avión con destino desconocido.
Nunca se supieron sus datos generales pero su presencia fue suficiente para alarmar a una población que estaba al pendiente de lo que sucedía en otras latitudes del mundo y los incrédulos, que hoy son una especie desaparecida a golpe de chingadazos, hicieron de ese confinamiento forzado bromas, memes, burlas.
En ese momento era imposible imaginar los estragos que estamos viviendo en estos días previos al cumplimiento de un año, había incertidumbre, pero la gente oscilaba entre el miedo y la duda por ese bicho que brotó inesperadamente en un mercado de Wuhan en China o, cómo sospechan otros, de un laboratorio destinado a cambiar de fondo las rutinas del mundo.
Todavía su origen no es del todo claro, incluso, la OMS es prudente al mencionar en forma contundente sus pesquisas y mejor juega a la ambigüedad.
No sería descartable que la aparición del bicho sea un producto de un programa de investigación destinado a crear un virus, como parte de las guerras bacteriológicas que no son nuevas en el mundo contemporáneo, sino una realidad, una suerte de combate sostenida en las tesis neomalthusianas de que los alimentos no se producen al ritmo que crece la población.
Han sido parte de las nuevas guerras que ocurren en distintos países, pero, claro, ninguna de ellas ha sido tan letal, tan universal e indiscriminada.
Al momento de escribir esta nota los contagios de COVID-19 alcanzan decenas de millones y los fallecimientos se cuentan oficialmente por millones entre los sectores más vulnerables, aunque no son exclusivos de ellos, pues conforme pasa el tiempo vemos reconocemos su transversalidad en géneros, edad, raza, religión, países, climas.
Nadie parece estar fuera de su impacto masivo y, lo peor, es que ningún país puede asegurar que estaba preparado para poder hacerle frente con oportunidad y efectividad.
Es más, son los países más ricos, quienes viven con mayor agudeza los estragos de los efectos del virus y la ausencia de políticas públicas eficaces, cuando han sido insuficientes para detener su avance intergeneracional y, aquí dicho de paso, parece caerse el argumento de que a mayor número de pruebas es posible un mayor control sanitario.
Hoy, mismo, tenemos la vacuna y no sabemos a ciencia cierta si habrá de servir no sólo contra el COVID-19 sino, sobre todo, contrarrestar con eficacia los efectos inéditos de las mutaciones del virus que se están presentando en distintos países.
De ahí que el debate internacional se sitúe en el dilema no resuelto de si la salida de este drama humanitario está en lo que cada país pueda hacer para salvar a su población o si esta respuesta debe ser global de manera que se eviten las mutaciones pues como dice el portugués Antonio Guterrez, Secretario General de la ONU, podrían producirse en el “sur global” mutaciones más letales.
Mientras son peras o son manzanas, el virus sigue rompiendo fronteras y las salidas son nacionalistas, “primero los nuestros”, cómo se lo dijo Joe Biden a López Obrador cuándo este le pidió apoyo para conseguir más vacunas para la población mexicana.
Incluso, el propio Guterrez, señaló que el 75 por ciento de las vacunas se han concentrado en diez países, lo que muestra una tendencia que deja en desamparo a decenas de países que están marginados de los beneficios de la investigación farmacéutica.
Quizá debiéramos acostumbrarnos a ver cómo el problema se hace más complejo y compromete mayores recursos públicos, en un contexto donde hay y podría haber una mayor caída de la recaudación fiscal; cuando esto sucede el dinero público se vuelve también un bien escaso.
En definitiva, estamos contentos, hay esperanza entre todos aquellos que ya están recibiendo la vacuna, sin embargo, debemos estar conscientes de que esto podría venir a cuenta a gotas, poquito a poco, por la creciente demanda en el mundo de vacunas anti Covid, y eso sin considerar que el tiempo corre a favor de las mutaciones que ya están presentes. Y si eso no se controla, estamos fritos porque el problema puede escalar provocando un mayor daño.
Espero equivocarme, a un año de aquel 28 de febrero.
Artículo publicado el 21 de febrero de 2021 en la edición 943 del semanario Ríodoce.