Cine: ‘La vida que queríamos’

la vida que queriamos

La advertencia “ten cuidado con lo que deseas porque se puede convertir en realidad”, comúnmente atribuida a Oscar Wilde, pudiera resumir La vida que queríamos (Was wir wollten/Austria/2020), dirigida por Ulrike Kofler, un interesante drama acerca de la imposibilidad de tener hijos, que invita a pensar no solo en el deseo de procrear, sino también en las implicaciones de la crianza.

Tras cuatro intentos de quedar embarazados y no poder conseguirlo, Alice (Lavinia Wilson) y Niklas (Elyas M’Barek) aceptan la sugerencia de su doctora de esperar un tiempo, y se van de vacaciones a la playa. Junto a su cabaña, se hospeda la pareja conformada por Christl (Anna Unterberger) y Romed (Lukas Spisser), con su hijo David (Fedor Teyml) y su hija Denise (Iva Höpperger), quienes, de ser unos escandalosos y entrometidos extraños, se convierten en una especie de compañeros de viaje que, sin proponérselo, entre una plática y otra, llevan a Alice y a Niklas a reflexionar si en verdad desean más integrantes en su familia.

El filme escrito por Kofler junto a Sandra Bohle y Marie Kreutzer, basados en el cuento Der Lauf der Dinge de Peter Stamm, se trata de uno formal, decentemente hecho, con una historia ya contada, aunque funcional; una estructura narrativa lineal y sencilla; y una fotografía muy ilustrativa. Sin embargo, no hay nada, realmente, extraordinario en él: hay momentos en lo que pareciera que no sucede nada, y en otros, que la trama pierde su rumbo. Solo la escena de la discusión después de una reveladora plática con los vecinos es netamente intensa, pero no suficiente para lo que prometía el filme.

La cinta disponible en Netflix tiene a su favor dos aspectos. El primero es que recrea de manera precisa las situaciones que muestran a una pareja en conflicto “aprendiendo” de un desordenado matrimonio y sus hijos. En un extremo, están dos personas en medio de un duelo que llegan a una casa con la intención de apartarse de todos, sacar sus emociones, llorar, disfrutarse mutuamente y, quizás, tomar decisiones importantes en su relación. En el otro, está una familia que representa el bullicio, la fiesta, el goce de unos días de descanso, que busca relajarse, hacer una pausa y disfrutar, pero que en ningún momento está ahí para analizar y remediar algo, así sea lo que más necesite.

El otro detalle que beneficia a la película son las actuaciones. Wilson es puntual como esa mujer en edad avanzada, a un paso de convencerse que no

puede ser mamá, lo cual se ve a leguas en su permanente semblante triste y apagado; M’Barek es excelente como ese esposo harto de una situación de la que prefiere no hablar ni pensar, aunque sí evadir con personas que acaba de conocer y experiencias que siempre había deseado. Unterberger es muy buena como la mamá despreocupada y la esposa relajada; y Spisser es perfecto como el padre complaciente y el esposo inmaduro que cree tener el control de todo.

La cinta propicia adentrarse en temas como el de matrimonios que no pueden tener hijos y la necesidad de redefinir objetivos en común, a causa de eso; de lo tormentoso, doloroso y difícil que suele ser un duelo; y de saber interpretar las señales que dan los hijos como reclamo de atención. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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