Rafail

RAFAEL CARO. A salto de mata.

Con un equipo de Ríodoce estuve en la sierra de Badiraguato en agosto de 2015, atendiendo una llamada de un contacto lo suficientemente confiable para concluir que se trataba de una queja legítima de excesos, y también que había ahí una operación militar especial. Las lluvias del verano tenían los cerros frondosos, de un verde que parecía reventar, la carretera era una serpiente sin baches pero con piedras que arrastraban las corrientes por los cerros. El abrazador calor de Culiacán se vuelve benigno apenas 45 minutos después, internándose en la sierra.

Lea: El despliegue de La Marina en la “ruta de Caro Quintero” https://bit.ly/3obXFBz

Cristián Díaz y Fernando Brito íbamos aquel agosto, directo a El Barrio de Guanajuato, un pueblito escaso de casas donde la vista apunta al famoso Santiago de los Caballeros, justo en la cañada que forman las montañas.

En Badiraguato conocen, desde hace muchos años, el asedio del gobierno. Allá no se hace diferencia sobre policías del estado, ministeriales (que ya ni existen), militares o marinos, todos son gobierno, autoridad pues. Una base militar lleva décadas en Santiago de los Caballeros, más como una reliquia que como una fuerza real.

Esperamos en el portal de la casa a la entrada del pueblo, ahí llegaría nuestro contacto para platicar con los habitantes sobre la incursión militar del día anterior. Un perro de la raza pug, que solo sabía que era igual al de la película Hombres de negro, deambulaba por el patio inmenso y florido. Ni siquiera nos ladró. Tranquilidad total. Si la noche anterior bramaban los helicópteros, y cimbraban las botas de marinos, no quedaba nada. Nosotros bebíamos agua fresca y nos embargaba el silencio en las mecedoras.

“Venían por Rafail”, nos dijo de buenas a primeras la mujer que nos abordó. Debió ver nuestra cara de tontos, y aclaró: “Los marinos, venían por ese señor”, dijo. Muchos en Badiraguato le dicen Rafail a Caro Quintero, o ese señor. Nadie lo conoce en persona, o casi nadie, aunque en las ciudades se piense que el hombre se pasea como Pedro por su casa o que convive y tiene contacto. Nada de eso.

Para ese agosto de 2015 habían pasado dos años exactos de la liberación legal y por la puerta principal de Rafael Caro Quintero, y los pocos pobladores de El Barrio de Guanajuato tenían claro que la operación militar iba tras Rafail, en ningún caso por el Chapo. Es que por esos días Joaquín Guzmán tenía apenas un mes que se había fugado por segunda ocasión de un penal de máxima seguridad, el 11 de julio de 2015 salió por un túnel de la regadera de la celda a la calle. Si era el Chapo el más buscado ¿por qué esa mañana iban por Rafail?

El Barrio de Guanajuato está en la cima de un cerro a la orilla de la carretera, ni tan cerca como para que moleste, en la cañada al oriente pasa un arroyo que es a la vez el camino a La Noria, otra pequeña comunidad donde nació Rafael Caro Quintero en octubre de 1952. Si es por tierra el trayecto, y es en vehículo, la ruta es esta.

En esta zona de Sinaloa los pobladores no son chaparros, a pesar de la fama del Chapo Guzmán, aquí la gente tiene una estatura dentro de la media de los mexicanos y a veces por encima. No les fue difícil notar a los habitantes que muchos de los marinos encapuchados que llegaron esa tarde de agosto de 2015 eran demasiados altos. Más aun, algunos parecían mudos, se quedaban callados hasta cuando les dirigían la palabra.

“Son gringos”, nos diría más de alguno del pueblo, con certeza absoluta.

 

Margen de error 

(Nochi) Anocheciendo, nos llevaron a una de las casas donde los Marinos habían entrado, se dirigieron directamente a esa entre muchas otras. Descendieron de un helicóptero a rapel, nos contaron, y al primero que se toparon le preguntaron por una casa en particular, mostrándole la foto de ella en una tableta.

“Llévame a la casa de Lucio”, exigió el marino. Por supuesto que sabía quién era Lucio, él reconoció la casa aun cuando la imagen era desde las alturas.

Buscando a Caro Quintero https://bit.ly/2Vkqf7r

En El Barrio de Guanajuato días antes del arribo de marinos escuchaban zumbidos extraños, y lucecitas blancas o rojas acompañando los ruidos. El comentario en el pueblo era que los vigilaban, los drones que antes les pasaban de largo, ahora se quedaban suspendidos en sus cabezas.

Lucio y muchos en El Barrio de Guanajuato, o en Santiago, y en todo Badiraguato, se apellidan Caro o Quintero -como Rafail– Elenes o Fonseca. Quizás sean parientes lejanos, primos de primos terceros, pero no se frecuentan como parientes y a veces ni se conocen más allá de ser del mismo pueblo.

Lucio no estaba en la casa aquella mañana que el viento movió tendederos y árboles con una fuerza huracanada que llamaron Marina, de hecho muchas de las viviendas que catearon estaban abandonadas desde tiempo atrás.

 

Mirilla

(Barrido) Mientras en El Barrio de Guanajuato llegaban por aire, en otras poblaciones incursionaron por tierra. Y lo mismo: entraron a casas de Babunica y Las Juntas, directamente a las que ya tenían en el plan. Revolvieron cajones, voltearon colchones, reventaron puertas y ventanas.

Nunca, ninguno de ellos, preguntó por Rafael Caro Quintero, pero todos sabían que estaban detrás de él.

¿Qué tan cerca estuvieron? Nadie lo supo. Todos en el pueblo aseguran que Rafail llevaba más de 30 años sin estar en ese lugar, ni tener noticias de él.

 

Primera cita

(Otras vez Caro) Rafael Caro tiene una cita en Estados Unidos a la que no quiere ir. Caro es el pretexto perfecto para que la DEA mande el mensaje de que pueden pasar un siglo pero no olvidan que mató a uno de sus agentes. La foto de Caro vuelve a los espectaculares de los freeways gringos, una foto del Caro Quintero de mediana edad, no el viejo que ahora necesita seguir a salto de mata. Allá es Caro, acá es Rafail (punto)

Columna publicada el 29 de noviembre de 2020 en la edición 931 del semanario Ríodoce.

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