Hay una guerra abierta en la sindicatura de Tepuche, un conjunto de pequeñas comunidades rurales casi pegadas al casco urbano de Culiacán, pero en ruta a la sierra de Sinaloa. Pueblitos terrosos, de unas cuantas casas, donde convive la pobreza extrema al lado de la ostentación de ranchos adaptados como salones de fiesta. Tras las bardas sobresalen palmeras imponentes. En otras casas, los portones enormes muestran como impenetrables las mansiones al lado de los corrales.
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Tepuche está invadido por las organizaciones criminales desde hace mucho tiempo, no es nuevo. En los años recientes con mayor fuerza, por el poder que tomó el jefe de la célula que controla ese territorio. Los pobladores le atribuyen una vivienda enorme, visible en lo alto de un cerro al sur de la carretera principal.
En Tepuche, padres y madres de familia fueron viendo cómo los más jóvenes se iban convirtiendo en pistoleros. Una moto y una arma, un punto qué vigilar, unos cuantos miles a la semana, y ya estaban dentro.
No hay forma de entrar por tierra a Tepuche sin ser visto. Hay punteros aquí y allá. Los radios van dando detalle del recorrido de desconocidos, hasta que alguien da la cara por el intruso.
Se cumplen fácilmente seis meses en que las escaramuzas en Tepuche se fueron intensificando. El enfrentamiento entre los grupos, de la misma organización ambos, pero ahora confrontados, no para. Algunos son ataques de entrada y salida, otros son enfrentamientos y en algunos la misma autoridad participa. Por lo menos hay un par de docenas en ese tiempo: Enfrentamientos armados directos, unos registrados en los medios de comunicación y otros que solo van de boca en boca entre los habitantes. Allá es claro que la zona “está caliente”. Una forma de explicar que se está todavía peor que en los tiempos peores.
Margen de error
(Son meses) Si los enfrentamientos llevan seis meses al menos, no es nueva esa guerra. Surgió después de la intentona del gobierno federal en octubre para capturar a Ovidio Guzmán. No es que esté relacionada, sino que los tiempos coinciden con ese suceso.
La guerra –o los enfrentamientos, si se quiere matizar para no elevar la importancia- contabiliza muchos muertos, difícil precisar cuántos.
Está el comandante de la policía municipal en la sindicatura, muerto mientras un comando ingresó al pequeño cuartito donde despachan los seis policías asignados a la zona. Jovel N. Fue asesinado y aparte desarmaron y golpearon a los agentes que lo acompañaban. Eso fue el 25 de marzo.
Un día antes, asesinaron al candidato a síndico, Luis Alberto N. Había buscado el cargo en el proceso organizado por el Ayuntamiento de Culiacán dos días antes. Apareció acribillado dentro de un vehículo. Eso fue el 24 de marzo. También había sido policía.
Esa misma semana la Policía Estatal Preventiva aseguró una camioneta con precursores químicos que se usan en los narcolaboratorios. Así como en lo sucesivo detectó plantíos de mariguana.
En la primera quincena de abril, y durante mayo, la intensidad de enfrentamientos disminuyó, pero no se apagó. El 16 de abril atacaron un convoy de la Policía Estatal Preventiva, donde iba el mismo director, Joel Ernesto Soto.
En este mes de junio volvió a intensificarse.
El pasado día 8, quemaron dos ranchos. Dentro de uno de ellos apareció un joven muerto.
El 11 de junio asesinaron a padre e hijo, dependientes de un abarrote en San Cayetano, otra comunidad de Tepuche. El jovencito apenas tenía 18 años. De acuerdo al reporte entraron al negocio y les dispararon.
La semana pasada no paró: El 11 de junio, un convoy de estatales se tiroteó con otro grupo, abandonaron unos vehículos y dentro de ellos aparecieron dos cadáveres.
Y lo más reciente es un enfrentamiento con la Marina, donde se aseguraron 10 mil cartuchos útiles, armas y vehículos blindados.
Todo eso para una zona apenas poblada, con pueblos pequeños desperdigados, pero con fuerte presencia criminal. Convertida desde hace meses en zona de guerra.
Mirilla
(El poder) Las guerras en las organizaciones criminales son una constante. Apropiarse del monopolio de algún delito en una zona geográfica, o del negocio ilícito en alguna ruta o con un proveedor, es parte de esa normalidad.
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A veces las causas son rencillas intestinas o familiares, o el control de la autoridad por las relaciones corruptas. En suma es el poder, tan parecido al control del poder político.
Tepuche es desde hace años un sitio impenetrable. Lo saben los pobladores, por eso advierten a los intrusos que deben avisar sobre la visita. No es el único lugar así en Sinaloa, al contrario, de esos hay muchos.
Primera cita
(Autodefensa) Antes del confinamiento por la pandemia, en la zona de Tepuche surgió un movimiento que se proclamó como autodefensa. Incluso organizaron una protesta frente a la Novena Zona Militar exigiendo seguridad, y que instalaran un destacamento en su comunidad.
Le dieron la cara al ejército. Se plantaron en la puerta.
Ese movimiento no es ajeno a todo lo que ha ocurrido en los meses posteriores. Se anticiparon a lo que estaría ocurriendo después.
Deatrasalante
(Villa Juárez) Al inicio de 2017 la guerra a sangre y fuego estaba en su apogeo en Villa Juárez, Navolato. Entonces el enfrentamiento era otro: Los hijos de Guzmán contra el que fuera socio y quería ser rey, Dámaso López Nuñez.
Los enfrentamientos internos en las organizaciones del crimen no son solo un asunto de sus negocios. Arrasan con ciudadanos también. La circulación de convoyes armados y los enfrentamientos cobraron vidas de pobladores ajenos a sus negocios e intereses.
Jovencitos que se mataron por la marca, por el patrón o por el jefe. Y que meses después, civilizadamente, se sentarían uno al lado del otro en un tribunal de Estados Unidos.
La civilización y la barbarie (PUNTO)
Columna publicada el 21 de junio de 2020 en la edición 908 del semanario Ríodoce.