México vive hoy una de las peores crisis de su historia. La peor en la época moderna debido a esa combinación de la pandemia que nos azota con el desplome de todas las variables económicas. Y una tercera que asoma y que hay que atajar: la crisis política. El año entrante habrá elecciones en nuestro país –la más grande en la historia gracias a que los procesos electorales estatales y federales se homologaron—y si la clase política no toma acuerdos, busca consensos y mira primero por los intereses generales de sus gobernados, las cosas se pueden desbordar a niveles peligrosos.
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Hay demasiada crispación en la gente y una gran polarización en momentos en que debiera prevalecer la solidaridad, la tolerancia y el acuerdo. Los retos que plantea esta crisis son descomunales y requieren de la conjunción de esfuerzos en todos los niveles y sin distingo de colores. Las banderas políticas son lo que menos debe importar ahora. Atender el problema del otro debe ser lo fundamental; a los mexicanos que se quedaron sin empleo, a los comerciantes que bajaron sus cortinas, a los pequeños empresarios.
Y una pieza fundamental para lograr consensos es el Presidente de la República. De él dependerá básicamente si se avanza o no en este sentido. Y aquí es donde la carreta parece atorada, porque el discurso de Andrés Manuel López Obrador es polarizante. Llama a sus “adversarios” a serenarse, pero él no deja todos los días de atizar el fuego. No ha logrado hasta ahora acuerdos con los empresarios y todas las medidas tomadas para apuntalar la economía han sido unilaterales y, evidentemente, insuficientes. Ensimismado, el Presidente está tratando de resolver él la crisis sanitaria y la crisis económica, sin consideraciones que se salgan de sus ámbitos de poder. Por eso no escucha y no ve a los otros. Y los otros no necesariamente están enfrente, sino allí mismo, en Palacio Nacional o en Morena, su partido. Por eso las deserciones, dos en la semana que pasó, uno de altísimo nivel –la directora del Conapred, Mónica Maccise, y la subsecretaria de Salud, Asa Cristina Laurell.
¿No debieran todos los esfuerzos del poder público estar concentrados en este momento en la pandemia y sus consecuencias? Sí, pero eso no está ocurriendo. De hecho, contra lo que se hubiera pensado, la agenda política se adelantó. En medio de 20 mil muertos por coronavirus y proyecciones desastrosas, la clase política está pensando en 2021 y cómo va a resolver candidaturas, los partidos discutiendo si harán alianzas, con quién o con quién no. Eso significa un gran desprecio por los que los partidos dicen representar y luchar.
AMLO sigue teniendo una gran aceptación, lo dicen todas las encuestas, aunque también es cierto que sus bonos han ido cayendo. Y esta es la segunda gran oportunidad para erigirse en el hombre de Estado que las circunstancias exigen. No lo ha sido hasta ahora. Lo más destacado de su mandato es la lucha contra la corrupción –que no es poca cosa—y su orientación social hacia los pobres, aunque algunos de sus programas no sean necesariamente eficaces.
Todavía es tiempo de que reconsidere algunas decisiones tomadas en circunstancias distintas y que ahora se antojan como un lastre. Una de ellas, el tema fiscal. Puede pensarse en una reforma sin que golpee a sectores históricamente desprotegidos y gravar más a los que han sido, también históricamente, beneficiados. El país necesita recursos y el Presidente no los sacará todos eliminando dependencias y bajando el gasto corriente. Alude mucho a los sistemas escandinavos, pues que se vea en ese espejo.
Bola y cadena
ANDRÉS MANUEL HA ESTADO COMETIENDO un error que en un futuro cercano puede resultarle muy costoso: alimentar la oposición. Después de las elecciones de 2018 el PRI quedó en ruinas, el PAN totalmente desorientado, sin liderazgos fuertes, y el resto de los partidos buscando qué sacar del río revuelto. Sabía que la tarea que tenía enfrente era gigantesca y que para ello debía construir consensos. No a la manera del execrable Pacto por México, que terminó ahondando los vicios de un sistema ya podrido, sino mediante acuerdos con todos los sectores, partidos, empresarios, gobernadores, mujeres… No tengo la menor duda de que él y la llamada Cuarta Transformación hubiesen sido los más beneficiados, porque eso lo hubiera elevado a niveles que muy pocos presidentes han tenido en México y a los que él refiere con frecuencia. Pero optó por la descalificación y la guerra. Todavía es tiempo, pero no le queda mucho.
Sentido contrario
UNA DE LAS GRANDES DEUDAS DE LA llamada Cuarta Transformación con México es la seguridad. La violencia no solo no ha bajado, sino que en la mayoría de los rubros ha subido, empezando con los homicidios dolosos y siguiendo con la violencia contra las mujeres. La estrategia ha sido errada y no hay signos de que las cosas mejoren. Y en estas condiciones llegaremos a las elecciones de 2021. Por eso el panorama se ve muy negro. En las elecciones de 2018 fueron asesinados alrededor de 130 personajes ligados a la política, entre candidatos, alcaldes, regidores, diputados… de todos los partidos. Y es un referente aterrador.
Humo negro
La demanda penal contra Yeidkol Polevnsky enderezada por el dirigente de Morena, Alfonso Ramírez Cuellar, se inscribe en este marco de crispación política con miras al 2021. La acusa de corrupción y de haber desviado casi 400 millones de pesos. Es su compañera de partido, ex dirigente de Morena y cercanísima a López Obrador. Si hace falta un ingrediente más para completar el coctel, se aceptan sugerencias.
Columna publicada el 21 de junio de 2020 en la edición 908 del semanario Ríodoce.