No tuve el honor de conocer en vida a Javier Valdez, pero he tenido la oportunidad de leer sus textos, de sentir la pasión por el periodismo de parte de su equipo en el semanario Ríodoce que trabaja en el contexto más adverso. He tenido la dicha de compartir y conversar con Griselda Triana, su esposa, quien también es una gran periodista. No tuve la oportunidad de escucharlo directamente, pero he visto una y otra vez sus entrevistas y aquel discurso cuando ganó un premio del Comité de Protección a Periodistas en el que expresaba que “hacer periodismo es caminar por una invisible línea marcada por los malos” y que su decisión había sido “darle rostro y nombre a las víctimas, en lugar de contar los muertos y reducirlos a números”.
Lea: Javier Valdez: Un recuento de tres años de lucha por la justicia https://bit.ly/2YSXJNg
Desde que lo conocí —y digo que lo conocí porque uno también puede conocer a la gente a través de los suyos— como defensora de la libertad de expresión, entendí que las palabras de Javier deberían ser la base de cualquier libro sobre el periodismo mexicano y de las muy diversas cátedras en las universidades. Es indispensable para cualquier periodista saber que el terreno en el que se ejerce y se desarrolla esa pasión es uno en el que siempre, siempre, te enfrentarás a “los malos” como él menciona y que la abrumadora violencia o, los ríos de sangre, no pueden segar la posibilidad de contar las historias detrás de las cifras.
En ese mismo discurso dijo —hablando de la niñez— que, en México, nos habíamos convertido en “homicidas de nuestro propio futuro” y cuando lo escuché pensé que cualquier asesinato a un periodista es, precisamente, matar la posibilidad de conocer lo que fuimos, lo que somos y en lo que nos queremos convertir. Finalmente nuestro futuro se trunca cuando se mata al mensajero, cuando se nos niega esa parte de la verdad que teníamos que conocer y decidieron callar. El periodismo de Javier nos permitía construir una verdad en medio de la negación o de la justificación de la violencia, nos dio la oportunidad de entender que la guerra no era algo que termina de un momento a otro si no que arrastra consigo generaciones.
Así es, cuando el Estado falta a su deber de recordar, el periodismo es la fuente más importante de memoria y de verdad. Más aún cuando ese trabajo le pone rostro a la violencia y a quiénes están de frente y detrás de ella. En un país como el nuestro donde la cultura del engaño y la maquinación de los gobiernos han sido la regla y no la excepción, el periodismo de Javier y de Ríodoce es importantísimo para reparar sobre aquello que no podemos olvidar ¿cómo reconciliarse con las instituciones sin saber lo que hicieron, lo que permitieron o dejaron de hacer en un caso tan atroz?
Lea: El discurso de Javier Valdez que desnudó a Sinaloa y México https://bit.ly/2T2iL8t
Desde su asesinato, sus familiares, amigos y aquellos que creen en la importancia de la palabra no han dudado en exigir justicia y verdad. Su caso figura entre los pocos en los que la Fiscalía Especial de Atención a Delitos contra la Libertad de Expresión ha avanzado en la identificación de los autores materiales e intelectual. No obstante, aún falta que Dámaso López (el Minilic) quién se identificó por la Fiscalía como quien dio la orden de asesinarlo, sea traído a México para enfrentar el proceso judicial. Hasta en tanto no hay justicia completa.
Cuando asesinaron a Javier el mundo salió a exigir al gobierno mexicano que rindiera cuentas (un país que se dice democrático no puede ser el mismo que tiene al periodismo bajo fuego). La violencia contra la prensa que ya se había normalizado en México se puso en evidencia y también la falta de voluntad del Estado para resolver el problema. Tres años han pasado y la situación del periodismo en México no ha cambiado. Por el contrario, la violencia se ha intensificado a tal grado que se ha vuelto casi imposible ponerle rostro y nombre a los miles de periodistas que han sido sujetos de violencia desde los inicios de la llamada guerra contra el narcotráfico en 2006.
Solamente en 2019, 609 periodista fueron agredidos de una forma u otra, a través de amenazas físicas, políticas, legales, económicas o tecnológicas. El arsenal para atacar la libertad de expresión se robustece todos los días, mientras que las acciones para garantizar la seguridad del ejercicio periodístico se van debilitando. La violencia se ha vuelto parte de la vida del periodismo en este país y “los malos” ya no importa quienes sean, son, ahí están y nadie hace nada para que los mecanismos estructurales de impunidad se desarticulen y desaparezcan.
Lea: Javier Valdez: largo y tortuoso proceso https://bit.ly/3fH7vbh
Así es a pesar de que el Presidente advirtió que la impunidad sería la misión principal de su gobierno —dijo: “sobre aviso no hay engaño: sea quien sea, será castigado”—, la falta de castigo sigue permeando en más de 99 por ciento de los casos de crímenes contra periodistas; de 1 mil 614 casos en trámite desde la creación de la Fiscalía especial (en 2010), sólo se han logrado 14 sentencias que en su mayoría son en contra de los autores materiales de la agresión.
El caso de Javier tiene rostro y va mucho más allá de las cifras. Sigue recordándonos el por qué de la expansión del silencio y la necesidad de que el gobierno rinda cuentas. No olvidamos que, como Javier, otros periodistas tienen el motivo de reivindicar nuestro futuro.
Artículo publicado el 10 de mayo de 2020 en la edición 902 del semanario Ríodoce.