El discurso de Javier Valdez que desnudó a Sinaloa y México

Javier Valde CPJ

“Dedico este premio a los periodistas valientes, a niños y jóvenes que viven una muerte lenta, he preferido darles rostro y nombre a las víctimas, retratar este panorama triste y desolador, estos pasos agigantados de tomar atajos hacia el Apocalipsis, en lugar de contar los muertos y reducirlos a números”.

Las palabras de Javier Valdez Cárdenas, esa noche del 22 de noviembre 2011 en Nueva York, se encuentran entre las más memorables de la historia del Premio Internacional de la Libertad de Prensa (IPFA), otorgado cada año por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ).

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Javier era un gran amigo de nuestra organización, uno de los reporteros referentes en México, una fuente importantísima y un símbolo no sólo del valor del periodismo independiente en Sinaloa, sino en todo México. En muchos sentidos, la labor de Javier juntaba los mejores elementos del periodismo mexicano, tanto como los elementos que, hasta la fecha, siguen plagando la prensa en el país.

La llamada “guerra contra el narco” en México lleva casi 15 años. En todo ese tiempo, decenas de miles de mexicanos han perdido la vida en una interminable violencia, sin sentido, sin propósito, que ha hecho del país, en las palabras del reportero eminente José Reveles, “el país de las fosas”. Ni siquiera la contingencia del coronavirus ha podido parar la violencia; incluso marzo de este año ha sido de los meses más sangrientos de la reciente historia.

Para el público en el extranjero ha sido desde siempre, y lo sigue siendo, difícil de entender el impacto de la violencia. Se lee sobre la revelación de fosas clandestinas con decenas de cuerpos. Se lee sobre números, estadísticas. Se lee sobre comunidades destruidas y hasta abandonadas por pequeñas batallas entre grupos armados. Se percata de fotos de grupos de mujeres con palas y otras herramientas, buscando rastros de sus seres queridos desaparecidos. Se lee sobre corrupción, sobre la detención de Genaro García Luna, uno y otro gobernador acusado de tener lazos con la delincuencia organizada.

“Esta es una guerra, sí, pero por el control del narco. Pero nosotros lo ciudadanos, ponemos los muertos y los gobiernos de México y Estados Unidos las armas; y ellos, los encumbrados invisibles y agazapados dentro y fuera de los gobiernos, se llevan las ganancias”.

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Es sumamente difícil explicar lo que está pasando en un estado como Sinaloa al público en general en México, y todavía más a lectores en el extranjero. En un país donde las y los periodistas a menudo cuentan con una insistente precariedad laboral, una protección prácticamente inexistente y la presión de salir cada día para cubrir hechos de violencia extrema, a veces sin saber si su propia labor provocará amenazas, levantamientos u otros tipos de violencia, tanto por parte de la delincuencia organizada como por actores del estado, la fuente policiaca, la nota roja, no da para más que publicar la nota, la foto, una estadística más.

Pocos reporteros han logrado cambiar ese esquema, pero Javier era uno de ellos. Entendió que la única forma de hacer tangible, entendible, para personas tanto cercanas como ajenas al, en sus propias palabras, este Apocalipsis que vive el país, era escribir desde la perspectiva de los miles que lo sufren a diario. El escribir desde el punto de vista de la vida diaria de ellas y ellos, sus experiencias aleatorias en las calles, sus casas, sus lugares de trabajo y sus escuelas, es lo que convirtió la estadística fría, la foto estática y los nombres anónimos en historias tangibles que eran alcanzables para todas y todos.

No sólo lo hizo a través de sus incontables artículos para Ríodoce y La Jornada. Durante las décadas de su periodismo en Sinaloa, Javier nunca dejó de ser una fuente de apoyo, de consejo y de amistad para cientos de periodistas, medios y organizaciones extranjeros. Como pocos entendía los retos que enfrentaban las y los periodistas de todas las generaciones en el país, y justo por eso era un apoyo invaluable para el CPJ. Si necesitábamos entender un hecho, una llamada a Javier bastaba. Si necesitábamos un contacto, Javier ni dudaba en pasarlo.

Pero fue hasta ese 22 de noviembre del 2011, al recibir el IPFA en Nueva York, que realmente se visualizaba el papel que tenía Javier para el periodismo de Sinaloa, el periodismo de México y la labor del CPJ. Su discurso es de los más memorables de la historia del premio; en poco menos de 400 palabras, Javier logró desnudar la realidad de Sinaloa, la de México y la del periodismo de su tierra.

Había cientos de invitados en la sala del hotel Waldorf Astoria de Nueva York esa noche. Muchos de ellos tenían poco conocimiento de la realidad mexicana más allá de las notas que leían a diario, pero fue el discurso de Javier que les hizo tangible lo que realmente estaba pasando en este país.

“Este premio es como un faro de luz del otro lado de la tormenta, un puerto seguro más allá de la tempestad. En Ríodoce hemos experimentado una soledad macabra porque nada de lo que publicamos tiene ecos ni seguimiento y esa desolación nos hace más vulnerables. Y a pesar de esto, con ustedes, con este premio, puedo decir que tengo donde guarecerme y sentirme menos solo.”

Artículo publicado el 10 de mayo de 2020 en la edición 902 del semanario Ríodoce.

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