El día después de mañana

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A mi hija, Camila, por la rabia que me contagia

 

Las galerías de oficinas públicas, donde suelen colgarse los cuadros con las fotografías de quienes dirigieron el organismo, la ciudad o el Estado, son un club de Toby. El chico de los dibujos animados que tenía una casita de madera donde reunía a sus amigos, exclusivamente, y prohibía la entrada a la protagonista, a Lulú.

Esa casetita es igual al Salón Gobernadores —léase la machada, el nombre en sí mismo excluye. O al salón de cabildos del Ayuntamiento de Culiacán —hombres y solo hombres en las fotografías— O a la sala de casi todas las cámaras empresariales —Canacintra y Coparmex tiene a una mujer, y solo una, entre tanto Toby.

La lista puede seguir: directoras de hospitales, casi nadie, a excepción del Pediátrico, con una mujer ahora como directora, o en algún momento el de la Mujer, que actualmente tiene un hombre como director. Seguimos con los consejos empresariales, igual hombres, o las dirigencias de los partidos políticos: las fotos son de hombres —el PRD lo dirigió una vez una mujer y el PRI también, éste dos veces, pero solo dos.

Miremos a nuestro alrededor. Los monumentos de las calles, son hombres: Hidalgo, Morelos, Juárez —replicado por todo el país—, Zapata, Villa….Las mujeres son apenas Josefa Ortiz —luego le sigue el…De Domínguez— y en Culiacán Agustina Ramírez…y en un sitio especial La Locha, la Madre Naturaleza derramándose en medio de una fuente. Quizás por ahí otra estatua de una mujer sin nombre: una maestra, una modelo, Norma Corona…bustos casi perdidos.

Las calles son en su mayoría nombres de hombres. El género avasalla.

Se equivoca estrepitosamente quien piensa que las movilizaciones recientes, las protestas, marchas, y el tema de género que se impone en la agenda, es un asunto exclusivamente contra la violencia hacia las mujeres. Están errados.

Los feminicidios —palabra que hasta el corrector de la computadora marca como incorrecto— son la cúspide de la violencia contra las mujeres. Pero al lado, antes y después, las distintas aristas de la violencia se multiplican.

Y no solo es la violencia. Son las oportunidades, los ingresos, los obstáculos, las presiones sociales.

Ninguna lucha civil por la igualdad ha sido fácil en la historia de la humanidad. Ni siquiera es necesario remontarse siglos para recordar ejemplos. Bastan apenas unos años atrás: El apartheid en Sudáfrica le costó cárcel y muerte a Nelson Mandela y sus acompañantes. A la par iban Malcolm X o Martin Luther King, en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, exigiendo una igualdad que la ley no les daba por el color de la piel. En México los movimientos sociales de esos mismos años, Lucio Cabañas o más recientemente el movimiento zapatista por la reivindicación de los indígenas.

Es la raza, el género, las creencias, el sitio de nacimiento… lo que establece una diferencia de derechos.

 

Margen de error

(Anormalidad) Colocar en el lugar de la anormalidad lo que durante generaciones hemos asumido que es normal lleva tiempo. Los más grandes cambios son en realidad pequeñitos riesgos personales, que sumados, tienen la fuerza para demoler siglos de injusticias.

Se arriesgan las niñas y las jovencitas que les dicen a sus maestros y sus compañeros que no es normal ni aceptable que en clase —con su posición de poder— usen un lenguaje sexualmente explícito sin ninguna necesidad, o presionen para recibir algo a cambio, pensando que nadie les creerá si los denuncian.

Otros, citan a las alumnas o empleadas a deshoras, dentro de oficinas. Grandes personalidades de la música, las artes y la política han tenido que confesar sobre el acoso sexual. Hay también muchachitos que vociferan que emborrachan a las jovencitas para manosearlas. Otros más que graban con su teléfono a un empleada de una tienda mientras trabaja, y sin su consentimiento reenvían el video. Y los que lo reciben también lo reenvían.

El proceso para que quede claro que eso no es normal, necesita del valor de muchos. De la denuncia. No se puede cuidar la identidad de quienes queda claro que se cuentan entre esos hombres.

 

Mirilla

(Colgarse) Con el tema en la mira, nadie se quiere quedar abajo. El lenguaje político tradicional se colgó como suele hacerlo cuando la opinión pública está a favor de alguien. El Presidente López Obrador desaprovechó otra oportunidad de oro, escudándose en las mismas excusas que otras ocasiones. Fue errático, sin empatía, grosero y sexista. No se trepó.

Pero quienes sí andan encima de la ola, muchos de ellos no necesariamente lo hacen con el nivel de convencimiento que requiere el asunto. Apoyan, pero no quieren pagar el precio. Los empresarios dicen que no descontarán el día, pero no quieren arriesgarse a saber lo que significa que todas las cocineras no acudan a un restaurante, o que la jefa de personal ese día no asigne las tareas, o que la maestra deje a los alumnos.

 

Primera cita

(¿Y después?) Algo bueno debe surgir de todo esto. El movimiento prendió por encima de cualquier expectativa, como sucede con los movimientos genuinos. No tienen cabeza visible ni líderes. Después se irán acomodando las cosas.

Centenares de colectivos llevan una agenda puntual, que en este momento podría apretarse. No ceder un solo milímetro(PUNTO)

Columna publicada el 8 de marzo de 2020 en la edición 893 del semanario Ríodoce.

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