Inés Arredondo, ‘La sunamita’

ines arredondo

Nino Gallegos, el poeta duranguraño radicado en Mazatlán, a finales de los años ochenta comentaba entre cervezas sobre una sinaloense distinguida que estaba postrada en su casa de la Ciudad de México por un problema en la columna vertebral y a la que visitaba periódicamente para saber de su salud. La describió maltrecha físicamente, pero de una dulzura inconmensurable, que quienes estábamos en la tertulia nos llamó a leer sus relatos. Yo todavía conservo de aquella época la obra completa que publicó el FCE y ahora que se cumplen 30 años de su despedida terrenal me ha llevado para leer nuevamente La Sunamita uno de sus cuentos más bendecidos por la crítica y con un fuerte olor a una Sinaloa que se fue, dejando solo restos en la memoria colectiva.

Se trata de Inés Camelo Arredondo (1928-1989), mejor conocida en el mundo literario como Inés Arredondo, una culiacanense que entre 1986-1988 habría recibido cuatro reconocimientos en su tierra por parte del Gobierno del Estado y la Universidad Autónoma de Sinaloa: Medalla Fray Bernardo de Balbuena en noviembre de 1986; un primer homenaje de reconocimiento a sus méritos literarios en marzo de 1987; el doctorado Honoris Causa por la UAS en mayo de 1988, y un segundo homenaje a su calidad literaria, durante el II Festival Cultural de Sinaloa en noviembre de 1988 y un año después, el 2 de noviembre, fallecería en la Ciudad de México.

Aquellos reconocimientos eran de los tiempos del gobierno culterano de Francisco Labastida Ochoa y el rectorado de Audómar Ahumada, en quien todavía ejercía influencia cultural Carlos Monsiváis, que recordemos la inició en el rectorado de Jorge Medina Viedas. Los reconocimientos, decía, daban lustre a las instituciones académicas y no al revés, como ahora sucede cuando se usan estas distinciones para hacer relaciones públicas con miembros de la burocracia federal. Basta echar un ojo a los doctorados honoris causa del cuenato para darnos cuenta de este desvío institucional que ha llegado al extremo de poner sus nombres a los campus universitarios.

Bien, ahora a la narradora sinaloense, los editores y libreros de México le reconocen y han preparado una edición especial que obsequiaran a sus clientes en el Día Nacional del Libro que se celebra desde hace 34 años el 12 de noviembre.

Pero, ¿quién es Inés Arredondo? Una joven culichi que nació en un ambiente de clase media acomodada donde encontró los libros que le permitían ver más allá del sofoco de su provincia de los años cuarenta y cincuenta. Y esa condición de encierro provincial le impulsa a abandonar Culiacán e ir a estudiar Letras Hispánicas y Arte Dramático en la Ciudad de México. Ahí, en esos ambientes, conocería a Tomás Segovia, el poeta valenciano, con el que se casó y tuvo cuatro hijos, y aunque su vida no fue buena con Segovia, incluso difícil, esa cercanía con un hombre de letras le permitió incursionar con su talento en el mundo de la palabra escrita. Perteneció a la Generación Casa del Lago donde coincidió con Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce y Tomás Segovia, que serían un pilar para los proyectos editoriales de las revistas Plural y Vuelta.

Como podemos apreciar, la creación literaria en aquella época la dominaban los hombres y la presencia de Inés en ese medio no es cosa menor, pero también el contenido de su obra vale por ella misma. Beatriz Espejo quien es la mayor especialista en la obra de Arredondo describe así su prosa: “…las frases necesarias, el precipicio del pensamiento y el empeño de que hurguemos dentro de nosotros mismos y enfrentemos pasiones soterradas, la ambigüedad sentimental, las anomalías… […] Reclama y encuentra la complicidad de los lectores para comprender enigmas y reacciones que al principio nos dejan perplejos”.

Jorge Volpi, en el prólogo de la obra a obsequiar por editores y libreros sostiene: Inés Arredondo es “acaso la mayor cuentista hombre o mujer del siglo XX mexicano y ha sido injustamente opacada en una generación en la que apenas destacaban los nombres de sus compañeros”, una afirmación que me ratifica Eliff Lara, especialista en literatura: “Yo sostengo que Inés Arredondo es, junto con Arreola, la mejor cuentista mexicana del XX”.

En Sinaloa, tenemos 30 años de ausencia de la autora de La Sunamita, su obra poco se difunde, y queda de ella solo como un recuerdo difuso, no hay que ir muy lejos para darnos cuenta de que a treinta años de su desaparición física no hubo una sola mención en la prensa, y las ferias del libro sinaloenses de este año no le han dado un lugar privilegiado.

Quizá sea en la FIL de Guadalajara.

Esperemos.

En definitiva, aquella tarde cuando Nino Gallegos nos reveló la obra de Inés Arredondo fue una de las muchas con que nos benefició el amigo poeta, claro, cervezas de por medio, en el patio interior de El Aguaje, en la casona porfiriana de los Redo.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2019 en la edición 877 del semanario Ríodoce.

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