La tarde del sábado 17 de febrero, el personal del Gobierno del Estado ya había instalado el espacio designado para periodistas en el estadio Teodoro Mariscal, en Mazatlán, muy lejano del presídium para captar imágenes útiles.
En el trato a la prensa, a 100 días del Gobierno de la cuarta transformación, a los periodistas se les sigue asignando un “corralito”, como en los tiempos del PRIAN, que recuerdan la distopía de la Rebelión en la granja, de George Orwell.
Afuera del estadio, los manifestantes que protestaban de diversas maneras enarbolando sus mantas, vieron venir por el cruce de las avenidas Insurgentes y Reforma, la caravana de vehículos que acompañaba al Gran Tlatoani, y algunos gritaron: ¡allá viene nuestro presidente López Obrador!
Todos corrieron en bola hacia la camioneta en la que viajaba Andrés Manuel López Obrador, de copiloto, y el gobernador Quirino Ordaz Coppel, en el asiento trasero, a quien defendió del repudio y abucheo, en el municipio de El Rosario.
Momentos antes, había llegado en su camioneta blanca como la de su jefe político, por la misma avenida pero en sentido contrario, el alcalde, Luis Guillermo Benítez Torres, el Químico Benítez, donde le gritaron “¡traidor!”
El alcalde, hombre formado por su profesión en los análisis químicos, fórmulas, microscopios y matraces, respondió —con la impasibilidad que lo caracteriza— a la increpación de los ecologistas mazatlecos: “no es cierto, no es cierto, ellos están mal informados”.
Desde aquél sábado, cuando vino a Mazatlán, Miguel Ángel Torruco, secretario de Turismo, los integrantes del Consejo Ecológico de Mazatlán (CEMAZ) se habían manifestado en contra de que se colocara la primera piedra del Parque Central, porque el Químico Benítez se aliaba a los depredadores de la Laguna El Camarón, encabezados por el empresario hotelero Ernesto Coppel Kelly y su primo, el gobernador Quirino Ordaz.
Aquel día, en su discurso, el alcalde habría querido justificar su cambio de rieles, argumentando que el daño en la Laguna del Camarón ya estaba hecho desde antes que ellos, como nuevos inquilinos de la Comuna, llegaran al poder.
“Es una declaración irresponsable”, había revirado entonces el activista ecologista y uno de los fundadores del CEMAZ, Sergio Valle Espinoza.
Con esos antecedentes, los ecologistas estaban encabronados cuando el vehículo del Presidente de la República avanzaba a paso de tortuga y viraba por la calle del estadio, entre un río de gente que gritaba “¡es un honor estar con Obrador… que se baje, que se baje!”
El aludido se limitó a recibir los sobres con reclamos que le entregaban, con una mirada y una sonrisa que algunos periodistas metidos a escritores han calificado no pocas veces de enigmáticas.
Durante el breve recorrido de la caravana para entroncar con el estadio Teodoro Mariscal, mientras María Elena Cartas, promotora de salud, luchaba por entregar un sobre con las demandas del CEMAZ, Sergio Valle y Martín Ibarra el Guacho gritaban a todo pulmón: “El Químico nos traicionó, el Químico nos traicionó”.
Contra los gritos acusadores al Químico, a diferencia de la apología que hizo López Obrador de Quirino Ordaz en el Club de Leones de El Rosario, esta vez no dijo ni pío para defender a quien presume ser su amigo.
Cuando ya su camioneta estaba en la entrada —donde una señora cayó al tropezarse con una base erizada de tornillos—, el “mesías” bajó a pisar base en el estadio Teodoro Mariscal y sus más de 13 integrantes de la Guardia Nacional lo trasladaron al escenario.
Artículo publicado el 24 de febrero de 2019 en la edición 839 del semanario Ríodoce.