Fue un juicio al ‘Chapo’… y a México

Fue un juicio al ‘Chapo’… y a México

No pudo ser mayor el espectáculo. Para correr el cerrojo, la DEA hizo público un video de los momentos en que Joaquín Guzmán Loera es trasladado de México a los Estados Unidos y donde da a entender que está asustado y llorando. Horas antes el jurado había dado su veredicto unánime en todos los cargos que le imputaron: “Culpable”.  El Chapo vivía uno de los momentos más angustiosos de su vida, la mujer que ama, madre de sus gemelitas, a solo unos metros de distancia pero inalcanzable, más allá de Plutón. “Culpable”.

Lea: Crónica de un veredicto: El ‘Chapo’, culpable https://bit.ly/2RYWAfK

Ya se sabrá por qué la estrategia de Guzmán Loera fue frontal. Nunca se declaró culpable de los cargos pero llegado el momento se rehusó a hablar y a defenderse. Los testimonios fueron aplastantes. No había dudas para los que siguieron el juicio ni para el jurado: el Chapo Guzmán era realmente el monstruo que los propios gringos habían construido durante lustros, el “enemigo público número uno”, el gran capo de las drogas en el mundo, un despiadado, un asesino, un violador, envenenador de hombres y mujeres, niños, corruptor de autoridades e instituciones, de gobiernos enteros.

El Chapo fue, de algún modo, el Meursault de Brooklyn. Llegó un momento en que no se sabía si lo estaban acusando de narcotraficante o de insensible. En El extranjero de Camus, Meursault no es juzgado por haber matado a un árabe en un arranque de locura, sino de no haber llorado por la muerte de su madre y de haberse tomado un vaso de leche cuando tenía el cuerpo tendido a un metro. Como el Chapo, tampoco se defendió y fue sentenciado a la horca.

En la corte de Brooklyn se montó un espectáculo para demostrar que el hombre que estaba en el banquillo no era aquel héroe de las montañas que daba trabajo, que ayudaba y defendía a la gente, que invertía y creaba empleos; que no era el ídolo por el cual miles de hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, marcharon por las calles de Sinaloa en 2014 para exigir que fuera liberado, una vez que fue reaprehendido en Mazatlán. Que ese hombrecillo de traje y corbata de utilería, mirando siempre a Emma Coronel con los ojos inyectados por el desvelo y la desesperanza, de 1.64 de estatura y 61 años a cuestas, era en realidad un pequeño monstruo.

En los hechos, el juicio del Chapo Guzmán fue al mismo tiempo muchos juicios. En el banquillo de los acusados estuvieron sus socios, principalmente Ismael Zambada. También sus hijos. Pero, principalmente, el gobierno mexicano, varios generales del ejército, gobernadores, policías, políticos, el país entero. Y del lado del bien, inmaculados e intocables, los norteamericanos, la corte que lo juzga, el fiscal que lo acusa, el juez que dará la sentencia, la DEA, el ICE, el Departamento del Tesoro…

Fue como una obra teatral donde se trataba de representar al bien y al mal y el lugar que cada cual ocupa en las conciencias. El Chapo con su imperio de muerte donde caben todos menos ellos. Y ellos convertidos en la gran Espada de Damocles decidiendo como dioses no si la dejan caer, sino cómo y cuándo.

Luego sabremos por qué el Chapo Guzmán no apeló a figuras legales como la llamada “autoridad pública”, que hubiera, sin duda, sellado el juicio, como fue el caso de Vicente Zambada. Y entonces todo se hubiera cocinado en los sótanos de la corte.

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El juicio y el destino del Chapo fueron muy distintos al del Vicentillo a pesar de que se encuentran juntos en varios procesos; tenían que ser distintos y del tamaño del monstruo mediático que los mismos gringos ayudaron a crear. Por eso fue también un juicio moral donde debía quedar claro que si en los Estados Unidos mueren decenas de miles de adictos al año no es por las políticas prohibicionistas del gobierno central que imperan desde principios del siglo pasado —y porque el mismo gobierno estadounidense desde entonces se ha beneficiado de la política “contra” las drogas—, sino porque en el resto del mundo existen infiernos como México y Colombia que generan demonios como el Chapo todos los días y que hay que conjurar.

 

Bola y cadena

¿QUÉ CAMBIARÁ EN LOS ESTADOS UNIDOS después de este juicio con respecto al gran problema de drogadicción que tienen? Absolutamente nada. La droga seguirá llegando a sus calles y a sus barrios umbrosos, a sus grandes mansiones, a sus fiestas y bacanales, a sus escuelas. Desgraciadamente. ¿Y qué pasará en México después de este espectáculo circense lleno de fieras esposadas y domadores de paja? Nada. Tampoco pasará nada. México seguirá siendo por muchos años más, la gran plataforma, el gran trampolín para que la droga llegue al suelo norteamericano, esa enorme y creciente y penosa alberca de adictos a las drogas. Pero eso no se discutió en el juicio porque no estaba en cuestión la moral gringa, sino la nuestra. Bien dijo el gran Gabo, cuando juzgaron a Bill Clinton por haberse enredado con una becaria, que “el puritanismo es un vicio insaciable que se alimenta de su propia mierda”. Y eso es lo que se evidenció en el juicio contra el Chapo.

 

Sentido contrario

AHORA BIEN ¿PIENSA ALGUIEN REALMENTE que el Chapo Guzmán morirá de viejo, solo y aislado, en una cárcel de los Estados Unidos, como nos hacen pensar el juicio y el veredicto? Yo no.

 

Humo negro

DICE EL ALCALDE DE CULIACÁN QUE PROPONDRÁ  al H. Cabildo cambiar el nombre del parque Ernesto Millán Escalante para ponerle de nuevo Parque Culiacán 87. Millán fue también alcalde de la capital y creador de ese centro de recreación, por eso el homenaje. Y aunque reconoce que es una figura importante para Culiacán, sostiene que esos centros no deben llevar nombres de personajes públicos. Esperemos entonces, que también cambie de nombre al centro deportivo Juan Millán Lizárraga. Y a la colonia Antonio Toledo Corro, uno de los peores gobernadores que ha tenido Sinaloa y de cuya administración, Jesús Estrada Ferreiro, fue parte.

Columna publicada el 17 de febrero de 2019 en la edición 838 del semanario Ríodoce.

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