En Sinaloa: ejidatarios pobres, rodeados de las tierras más productivas

En Sinaloa: ejidatarios pobres, rodeados de las tierras más productivas

 

VALLE DEL FUERTE. Emporio de pocos. (Foto: Rashide Frías/Cuartoscuro.com.)

 

Ningún paisaje es tan elocuente para describir el progreso y el desarrollo económico de Sinaloa como los fértiles valles agrícolas del norte y centro de un estado considerado desde tiempo atrás el granero de México, por producir en sus tierras una tercera parte de los alimentos que consume la población mexicana.

Esa alfombra matizada con un verde interminable que se pierde en el horizonte entre el mar de Cortés y la Sierra Madre Occidental, bien pudiera ser el prototipo de la abundancia y el sitio donde a Dios se le rompió alguna vez  el costal que cargaba repleto de alimentos —diría el imaginario de los guasavenses, para explicar que todo puede haber, menos hambre ni pobreza.

Sin embargo, desde que el “granero de México” pasó a ser la parcela más productiva de los Estados Unidos en nuestro país, la próspera entidad bendecida por los extensos y más productivos valles, pareciera haber vendido su alma al diablo a cambio de convertirse en el corredor de agro negocios más atractivo de América Latina.

La codicia de los grandes consorcios agrícolas internacionales, coludidos con terratenientes locales que se disputan el control y  acaparamiento de las tierras y el agua, con la complacencia de los gobiernos en turno, la convirtieron en tierra de contrastes, en un polvorín, y el espejo que habrá de reflejar todos los males de una sociedad, donde la administración de la abundancia se concentra en un selecto grupo de familias que sostienen nuevas y modernas formas de esclavitud, como ocurre en otras regiones pauperizadas del planeta.

Las familias de campesinos que habitan los ejidos del Valle del Fuerte, viven como extraños en su propio país y en peores condiciones que sus coterráneos refugiados en los albergues del sur de California, donde se concentra la mano de obra mexicana que se emplea en el trabajo agrícola estadounidense.

Sus salarios no exceden los 150 pesos por día y aunque algunos tienen tierras de su propiedad, no tienen dinero para trabajarlas y optan por rentarlas o venderlas en cantidades muy por debajo de su valor real, sobre todo cuando atraviesan una situación de emergencia que pone en riesgo la vida de algún familiar.

Foto: Rashide Frías/Cuartoscuro.com.

 

Ejidos pobres, rodeados de productivas tierras

Nadie de los viajeros que atraviesa el norte del estado imagina que detrás o en medio de esos extensos sembradíos de legumbres y hortalizas que van a parar a los hogares y supermercados estadounidenses, se esconden poblados donde la gente apenas logra comer frijol o garbanzo que extrae de contrabando de los campos de cultivo, viviendo en ejidos carentes de los más elementales servicios públicos.

Surgieron desde el reparto agrario hace aproximadamente 70 años y estos poblados continúan como en principio. Sin agua potable ni drenaje, calles de terracería en mal estado, alumbrado público deficiente, sin señalización para evitar accidentes; servicio de transporte público insuficiente y una red de salud pública muy escasa, sin cuadro básico de medicamentos para atender emergencias y sorteando la vida por los elevados niveles de contaminación derivada del uso de pesticidas.

 

Pueblos de jóvenes desaparecidos

Los mismos pobladores aseguran que los rondines policiacos quedaron en el pasado y las autoridades, sean síndicos y comisarios, solo se ocupan para diligencias. Ahora la vigilancia policiaca está en manos de personas ajenas a la autoridad y en ocasiones al margen de la ley, que son los que intervienen cuando algún vándalo quiere robar o asaltar.

Los rondines policiacos se observan solamente en los perímetros de los campos agrícolas, donde policías municipales y del estado vigilan con la consigna de disparar a cualquier individuo que se sorprenda dentro de los campos de cultivo de los agricultores influyentes.

La persecución contra el robo hormiga de los campos es tal que en una ocasión, policías ministeriales “batieron” todos los ejidos cercanos buscando a una persona que al parecer cortó unos ejotes en una de las parcelas sembradas de frijol, propiedad del doctor Artola, asegura un vecino del Ejido José María Morelos.

Destaca uno de los ancianos de la Comunidad Tres Garantías, que en este ejido, próximo donde confluyen otros dos poblados —José María Morelos y Francisco I. Madero—, en menos de cuatro años han desaparecido 12 jóvenes y a la fecha se desconoce su paradero. Se han interpuesto denuncias ante las instancias de gobierno, pero no hay el mínimo interés por investigar y las madres se han propuesto crear un grupo de rastreadoras para localizarlos.

Comenta que de los jóvenes se supo que “andaban mal” y que tal vez sea esa la razón por la cual ya no se les encontró, pero el dolor de las madres puede más que la negligencia de las autoridades y han seguido ya pistas de su posible paradero, aún sin resultados.

Pero el caso de los desparecidos no se queda aquí. Agrega que hay por lo menos otros 20 jóvenes, de entre 16 y 25 años, que al intentar cruzar la frontera sur de los Estados Unidos, ya no regresaron. Las familias de los jóvenes solo saben que sus hijos nunca llegaron a su destino final en Estados Unidos  y suponen que perecieron en el desierto. Otros más perecieron cuando arriesgaban su vida llevando cargamento de droga por la ruta del mar de Cortés hacia la frontera norte de México.

 

Artículo publicado el 21 de enero de 2018 en la edición 782 del semanario Ríodoce.

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