Perlas de pepe

Perlas de pepe

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Puerto de Mazatlán 1976

 
1976 ¡Qué año! La devaluación se nos vino encima con carnaval y comparsas, no faltaba más. Nuestros gobernantes nos presentaban a la crisis envuelta en eufemismos. Una ingenua pornografía cinematográfica asomaba por las mediasnoches en las pantallas de los principales cines. El Life en Español, en el mero corazón de Olas Altas, era, aunque hoy suene increíble, la residencia del reventón y de la “gente bonita”. Carlos Bueno, encaramado en un andamio con sus imprescindibles shorts y varios kilos menos que al sorprenderlo la muerte, pintaba en sepia un mural en la Plaza de la Concordia, el sitio de reunión por excelencia de “todo Mazatlán”. La obra mostraba una pareja con los rasgos y trazos característicos del artista, y sería bautizada con la dubitativa confesión Te amo, más sin embargo, encerrando entre paréntesis un homenaje para su tierra adoptiva (Sol y Luna Mazatlecos). Chava Núñez cantó mil canciones frente a ese mural mientras trabajaba en el restaurante Viejo Mazatlán, en cuyas mesas, confundidos entre la gente normal, se distribuían estratégicamente todo tipo de snobs: los ruidosos jugadores de backgammoon, los mesurados lectores de Benedetti y amantes del cine de Costa Gavras, los desubicados que buscaban en Kafka o en Sartre o en las películas de Woody Allen el rumbo de sus vidas. Todos cabían ahí, desde el loco hasta el poeta, con el médico incluido. Eso sí, cuando el hambre nocturna acosaba el refugio ideal para ponerla en su sitio y despedir la noche era La Chiripa. El nombre se lo había colgado el dueño como agradecimiento a la circunstancia que le había otorgado el éxito: una chiripa.
Pues bien, a la manera de los clásicos de terror, nadie sabe nadie supo, pero cuentan que una noche, protegido por el anonimato que le concedía pasar por un hambriento más, el diablo tuvo la ocurrencia de visitar el lugar que, al filo de la medianoche, hora en que dicen llegó, estaba poblado de trasnochados/as que llegaban por unos tacos, unas cebollitas asadas y la última cerveza antes de irse a descansar.
Por supuesto que no llegó mostrando obviedades de estampa de la lotería tipo cuernos, cola en punta, pata equina, trusa sobre el esbelto cuerpo escarlata y tridente en mano, lo cual hubiera sido un exceso de exhibicionismo que más que beneficiarla malograría la travesura. Llegó, según cuentan, vestido con elegancia y dejando a su paso un agradable aroma a Paco Rabane, que era la loción de rigor para todos aquellos que querían quedar bien, y no la clásica peste a azufre.
 

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