Punto de nostalgia: Rolando de Rondón nos cuenta de su onírica aventura en la playa El Tambor

playa
Aquel día amanecí tranquilo, el anterior igual que la noche, habían sido muy calmos. Me sentía raro. Inconscientemente  empecé a escarmenarme el ombligo; no sé cómo pero a mi mente llegó el recuerdo lejano de Amelia. Ella había sido mi novia en la Prepa, y fue la única que no se acostó conmigo; era en verdad muy hermosa, me cohibía, tenía unos ojos grandes, como de vaca; negros, profundos; iban de acuerdo con su sedosa cabellera oscura.  Su mirada me incomodaba; nunca me atreví a echarle una mentira; su serenidad me desarmaba. Cuando me vio dándome un faje con una de sus amigas, jamás me volvió a hablar; yo tampoco lo intenté, hubiera sido un sacrilegio. Creo que fue la única vez que viví algo distinto, ¿sería porque me enamoré?; me pudo su alejamiento. El ardor en mi ombligo me sacó de aquellos recuerdos; debido a lo abultado de mi panza cervecera, está profundo; dejé de rascarme, ya lo tenía rojizo. Escuché el claxon il sorpazo. Era mi primo Marcy. Andaba lurio estrenando un Camaro de aquel año 1963; convertible, color amarillo chillón, llantas anchas con rines cromados. Pero lo más chilo era el estéreo; tocaba cintas de 8 tracks. En alto volumen escuchaba a Bill Haley y sus cometas: Rock al compás del reloj. Aliviánate primo, hay pisto con el Gordo. La verdad no me gustaba la compañía de aquél, siempre andaba armado y con dos matones que lo acompañaban hasta para ir al baño. Pero ni modo. Tenía que jalar con mi primo; era buena onda.
Subí al Camaro y salimos quemando llanta, dando una vuelta policiaca en la esquina. El olor a hule  quemado invadió la calle, y más de alguno nos mentó la madre por pura envidia. Llegamos a una casa bardeada en la colonia Tierra blanca, por la quinta avenida, casi esquina con la Juan de la Barrera. De un salto, Marcy y yo bajamos del Camaro; en la banqueta había tres chúntaros armados con pistola escuadra calibre 38. Seguidos por ellos cruzamos el portón, daba a un patio grande donde había una ceiba, y un poco más allá, un galerón. Sentados en redondo había siete batos, completamos 12. Al centro había una tina con cerveza Pacífico media. Marcy puso en mis manos la primera, y alzando la suya, la chocó con el Gordo que estaba frente a él. Alguien contaba chistes y todos reíamos. El que estaba a mi lado, un compa de nariz ganchuda y ojos de lechuza, sacó un frasquito y también una cucharita; parecía de plata, la introdujo al frasquito y la sacó rebosante de polvo blanco; la aspiró de un jalón y volvió a llenarla para el otro poro. Luego la pasó al de enseguida; y así, fue dando la vuelta hasta llegar conmigo. Tomé el frasquito y se lo pasé al que había iniciado. Sin agarrarlo, se me quedó mirando con sus pupilas dilatadas y me dijo: ¿Que ondas, bato? No le pongo a esta madre. Sacó la escuadra, le dio carrete y me la puso en la mera frente. Lo frío del cañón me hizo escapar una soplada igual. Ni madres bato, aquí todos jalamos paré… El golpe que le dio el Gordo en la sien derecha lo mandó a más de dos metros, y antes de nada, otro ya le había reventado la jeta de una patada; quedó  inconsciente.
Pancho, hay te encargo. A las siete todos deben estar en el rancho. Mañana tenemos mucho jale. Sí patrón, pierda cuidado. A este, dijo el Gordo señalando al caído, me lo dejas bichi —sin arma— y lo mandas un año allá pa´ arriba, dijo señalando rumbo a la sierra.
Marcy, el Gordo y yo, subimos al Camaro. Uno ya había puesto un R-12, en el piso del asiento trasero, el ahora invitado lo pisaba seguro.  Mi primo bajó el capote, y enfilamos rumbo a la Obregón, doblamos por el Madero, y pronto llegamos a la carretera a Navolato. En Altata entramos a un restaurante, pedimos mariscos y cerveza. Serían las 5 de la tarde cuando decidieron ir al Tambor. A la salida del puerto encontramos una volanta de judiciales. ¡Quihubo, patrón! Saludó el jefe de grupo. ¡Qué ondas, mi Cachetes! ¿Qué haciendo? Aquí, de revisor y previsor. Muy bien, hay le va pa´ las cheves, dijo el Gordo. Gracias patrón. Vaya con Dios, y que de nosotros no se olvide, dijo el judi guardando los billetes en una bolsa de su pantalón. Marcy aceleró, y en minutos ya estábamos entrando al Tambor. No sé de donde la sacó, pero el Gordo se bajó con  una  botella de Chivas, llegamos a una enramada donde fuimos recibidos por un bato zalamero; de inmediato nos trajo servicio y empezaron los jaiboles. El conjunto rockero Los Pájaros Azules tocaba el Rock de la cárcel. Media hora más tarde me levanté, y caminé hacia la playa escuchando Noches y días perdidos. Saqué un churrillo y me lo fui fumando. El sol ya estaba por ocultarse y decidí ver su entrada al mar; extrañas figuras llegaron a mi mente cuando el gigantesco disco terminó de hundirse; un chisporroteo de burbujas humeantes invadió la superficie del mar; en ese momento me dejé caer hacia atrás.
Imelda llegó hasta mí, me miró de pies a cabeza; yo acostado, ella parada me sonreía y miraba con sus ojos de vaca; poco a poco se fue inclinando y me empezó a besar, desde mi ombligo hasta la cara. Lo hacía suave y algo murmuraba. De pronto sentí un jalón en mi camisa y desperté. ¡Horror! La cara de una vaca a escasos dos centímetros de la mía, me hizo pegar un grito. La vaca alzó la cabeza, y entonces me di cuenta que eran tres. Aterrado me levanté abanicando los brazos. ¡Vaca! ¡Yea yea! ¡Vacas! ¡Largo de aquí! ¡Yea, yea, yea! En medio  de una oscuridad total, miraba la espuma blanca, y más allá, un brillo verdoso sobre las olas. Eché a caminar sin saber a ciencia cierta donde estaba. Cuando en la penumbra miré unas palmeras, las identifiqué: ¡Estoy en el Tambor! Grité aliviado. Pinche Marcy, me dejó…
Con la lengua seca y las sienes a punto de reventar, ya llevaba más de dos horas caminando; la negrura de la  noche fue rota por los faros de un auto que pronto me alcanzó. Amigo, ¿quiere raite? Sí, por favor. Subí al asiento trasero donde iban otros dos. Somos de la doble AA, dijo el que manejaba ¿Le gustaría contarnos su historia? Me preguntó el que estaba a mi lado. Her… sí. Verán yo tomo poco, no soy alcohólico, lo que pasa es que yo…  Verán yo, me quedé dormido allá…
Así reaccionó Rolando D´Rondón. Y tú, ¿Cómo hubieras reaccionado?
leonidasalfarobedolla.com

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