Obesidad y política

 
 
Dicen y hablan de un político que bajó más de treinta kilos simple y sencillamente porque quería mejorar su salud. Pues no, lo que quería era caber en la silla del poder. ¿Es posible esto? Es posible esto y muchas cosas más cuando del poder se trata. La obesidad en su naturaleza no distingue entre profesiones y ambiciones, solo aparece como producto de metabolismo calórico, es decir, comes de más y acumulas grasa y poco a poco rebasas la línea del sobrepeso para internarte en el bosque de la obesidad hasta llegar a la caverna de la obesidad mórbida.
La figura y la salud son variables importantes siempre, más cuando de lucir se trata. Los políticos siempre están en la mira del disparo que captura la imagen del saludo, el abrazo o el estado de ánimo. Una figura mórbida y una estética que lastima los ojos del que mira, no vende, no promueve simpatías pero si alienta sarcasmos, ironías, y referencias “simpáticas” por decirlo de la mejor manera.
Hay políticos obesos; sí. Hay políticos con obesidad mórbida (esos gordos de referencia) también, sin embargo son la excepción. Parte del secreto de la imagen de los políticos son las dietas de hambre, los suplementos “milagrosos”, las jornadas exhaustivas de ejercicios y deshidratación que prometen mejor figura en dos o tres días, en fin, siempre hay algo de lo que no se presume pero si se asume con interés.
¿De qué se cuidan los políticos? De muchas cosas pero principalmente de tres, de lo que dicen, de lo que hacen y de cómo se ven en la foto. La imagen es parte de la obsesión, el rostro vende y el cuerpo reafirma la arrogancia personal, el liderazgo, y la disciplina a la hora de contar calorías con el estómago.
La salud política requiere de un control metabólico (de peso) a toda prueba. La socialización es eje fundamental del político, mucho más que del burócrata o del servidor público que se la pasa encerrado en una oficina. La socialización del político implica (en nuestra cultura) aderezar la plática y el intercambio de ideas con sendas viandas que refrenden amistad y fortalezcan los lazos de confianza.
Si la persona promedio lucha a diario con la báscula, el político más. Vale la pena un estudio entre la clase política para determinar tanto en ellos como en ellas, el grado de sobrepeso y obesidad. Presidentes de la República, gobernadores, presidentes municipales, regidores, diputado y senadores, todos los políticos corren el mismo riesgo cuando de alimentación se habla: la obesidad.
Cuando del poder se trata cualquier sacrificio es poco, hasta dejas de comer; por eso, los cirujanos plásticos y los nutriólogos tienen una tarea parecida a los magos, la ilusión. En resumen, la obesidad en los políticos es una enfermedad que se erradica con otra: la obsesión por el poder.
 

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