Punto de nostalgia: Carta a Santa

 

 

                                                              El que tenga un amor… que lo cuide… que lo cuide.

 

Ajeno a las miradas y gestos de reprobación, Amancio camina a paso largo, el cochambre envuelve toda su facha, sus harapos se caen a pedazos; todo él es mugre. Su piel se ve cobriza, pero no se sabe si es blanca o morena, es una capa rasposa de tierra y mugre incrustada por el paso del tiempo. Camina cantando el estribillo arriba escrito, siempre cargando un fardo de cartones y papeles, imagino que en ellos lleva escrita su historia, seguro llena de pesares. Mirando hacia el frente escruta el sendero, sus ojos lucen atentos entre la greña pegajosa que le cubre la cara, y la melena que le cae hasta los hombros. Todos los días baja por la Carranza desde las lomas de la colonia Rafael Buelna, llega hasta la Sanalona, dobla a la derecha y continúa hasta La Divisa. En un almacén vende el bulto y se encamina hacia el río; se pierde en la ribera, y por las tardes, cuando el sol ya está por desaparecer, se le mira en el Polideportivo de la colonia El Barrio.

A la distancia, lo miro sentado en una banca; su mirada está fija sobre un mundo verde formado por la alfombra de pasto de la cancha de futbol y los árboles que la rodean; gesticula y hace ademanes; parece hablar. Me acerco a paso lento, intentando no distraerlo. Alcanzo a escuchar su soliloquio, me deslizo hasta quedar sentado, recargado en el tronco de un árbol; lo escucho.

“…y cómo te iba diciendo Santa, no tengo celular para mandarte un correo electrónico. Te escribiré una carta como lo hacía cuando niño, ¿te acuerdas? Pero no te pediré el carrito de madera, ni la bolsa de dulces; ahora es algo serio, creo que tú, con las influencias que tienes con el Todo poderoso, lo puedes lograr; Dios es justo. ¿No?… ¿Cómo? ¡Oh, claro! Le rezaré”.

Desdobla un papel y sobre un grueso cartón empezó a escribir. Habla haciendo ademanes exagerados. Pero de repente detiene el lápiz, y mira al supuesto interlocutor. “Querido Santa: Antes de hacerte mi petición, déjame que te cuente algo. Debo explicarte por qué te pediré algo que te puede parecer exagerado. Empiezo por decirte que nací en casa humilde, hace no sé cuánto tiempo. Cuando niño, un día mi padre me llevó a conocer a un viejo estrafalario que le decían El Quijote; hablaba de la historia del mundo, que era una guerra tras otra. Y para descansar, se echaba de corrido poemas de un tal Díaz Mirón, y de una monja loca que se llamaba Juana Inés, por cierto, muchas veces le pedí que me llevara a conocerla, pero decía que no, dizque porque ofendía a los hombres. El viejo vestía mal, y olía peor, era flaco, alto como un varejón y la barba le llegaba hasta el pecho. Yo lo aguantaba porque su plática era interesante; hacía visajes que me hacían reír. Su mirada y su voz tomaron tonos distintos cuando contó de cómo el General Ignacio Zaragoza, al mando de valerosos soldados mexicanos, defendió a México de la invasión de los franchutes; se le notó orgulloso cuando se refirió al presidente Benito Juárez, quien ordenó fusilaran, junto con los traidores de origen mexica, al que se creía Emperador de México. No te digo sus nombres porque los olvidé.

“Cuando joven, disfruté de las tardeadas con música de los Beatles, Rolling Stone, Los Apson, y en mi casa escuchaba música romántica; mi padre ponía discos de tríos: Los Panchos, Los Dandy´s, Los Tecolines.  Entré a la universidad y obtuve mi título de abogado. Con muchas ilusiones empecé a trabajar en un despacho y pronto me casé. Formé un bonito hogar con mi esposa que me dio dos hijos, no te doy sus nombres porque no me acuerdo, a mí me dicen: El loco Amancio, pero no sé si ese es mi nombre. Te preguntarás qué me pasó. Tengo vagos recuerdos. Me enrolé en la política, trabajé duro y mi partido logró la gubernatura; muy pronto me di cuenta que el Gobernador y un grupo cercano a él, se apartaron de los ideales que habíamos acordado en campaña. Armaron una red oscura para hacer negocios con un poderoso grupo de la mafia. Me opuse rotundamente, y la reacción en mi contra fue demoledora; me echaron fuera, me cerraron todas las puertas. Sabía de la peligrosidad del Gobernador y su mafia, por eso  mandé a mi esposa y mis hijos fuera del país, y empecé una campaña para defender al pueblo de aquel nefasto grupo.

“Un día amanecí en un paraje extraño, yo mismo no me reconocí; estaba golpeado y casi desnudo; empecé a caminar y llegué a la ciudad, me di cuenta que no conocía las calles ni personas que encontraba. El hambre me obligó a buscar comida en los tambos de basura, ahí empecé a juntar cartón y papel, lo vendo para subsistir. De repente creo recordar quien soy, pero no, Santa, una maraña de pesadillas me lo impide. Ni siquiera sé de donde soy. Por eso Santa, mi primera petición es que me hagas recordar quien soy, ¡necesito encontrar a mi mujer y a mis hijos!

“La gente se mira triste, temerosa, aunque las casas y negocios están bien iluminados con cientos de luces y figuras. Una de esas figuras eres tú, Santa. Seguro es porque eres bueno. Sí, Santa, tú eres un benefactor en el que cree la gente, en especial los niños. Por eso me atrevo a pedirte que me ayudes. Sé que he perdido la razón igual que El Caballero andante, aquel héroe que me describió la maestra en tercer año; al final de la novela él recobra la memoria. Yo también quiero recobrarla, te lo ruego: ¡concédeme ese milagro! La otra petición es que liberes al mundo de la gente mala, empieza por los malos políticos y gobernantes; dales la paz eterna. Santa; va mi rezo para que así sea: amén”.

leonidasalfarobedolla.com

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