Perlas de pepe

El 27 de noviembre de 1983 llegaría una noticia desde Madrid que enlutaría las letras mexicanas, peruanas, uruguayas, argentino-colombianas y la música catalana. El Boeing 747, que cubría el vuelo 11 de Avianca, se había estrellado en un lugar que lleva por nombre —como si fuera producto de la última ironía de una de sus víctimas— Mejorada del Campo. El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia; el poeta y novelista peruano Manuel Scorza; el crítico literario Ángel Rama; su esposa, la crítica de arte Marta Traba y la pianista Rosa Sabater, serían los nombres de interés público de una cifra de 181 muertos.

El destino de los mencionados era la ciudad de Bogotá, para participar en el Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana, convocado por el Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez.

Ibargüengoitia, que vivía en París al lado de su esposa, la pintora inglesa Joy Laville, autora de las portadas de todos sus libros, dudó mucho en acudir al llamado. Estaba en el proceso de una nueva novela, según con el tema de Maximiliano, y no quería interrumpirse. Sin embargo, y como ya es historia, tomó la decisión final de decirle a Joy “en el avión de la ausencia me voy”, parafraseando a otro enorme guanajuatense, José Alfredo Jiménez.

Del merito Guanajuato, al que más tarde rebautizaría como Cuévano para aplicarle sin remordimiento de conciencia toda su ironía, sarcasmo, mordacidad, agudeza, Jorge Ibargüengoitia Antillón nace el 22 de enero de 1928. En un texto autobiográfico dice que su ciudad natal era entonces casi un fantasma, que su padre y su madre duraron 20 años de novios y dos de casados y que su padre murió cuando él tenía ocho meses, que quizá por eso no lo recuerda.

Al igual que García Márquez, creció rodeado de mujeres que lo aconsejaban se hiciera ingeniero, para que rescatara la plata que se les había ido. Y a punto estuvieron de lograrlo, de no mediar que se le metió en la cabeza, con todo y esa pinta de “ingeniero bajado del cerro a tamborazos” la idea de ser dramaturgo. Se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras con el propósito de no ser un dramaturgo, sino “el dramaturgo”.

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “El zapato de Jorge Ibargüengoitia”.

 

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