Punto de nostalgia: Los títeres

Títere 5

       El títere es un postgrado del teatro.

Fernando Mejía Castro.

 

Fue en los patios del ferrocarril El Tacuarinero, en la lejana década de los 50, cuando jalado de la mano de mi madre entramos a una carpa; en la puerta cobraban 0.20. Sí, veinte centavos por entrar, nos apretujamos en una banca de madera; la mayoría niños con sus mamás. Y la función empezó con un par de monitos que bailaban sones jarochos. Luego apareció el borrachito que empezó a echar bravata; llegó el policía, la suegra, el valiente y se armó la pelotera. En todo aquel sainete no dejamos de reír, aún después de que el Diablo arrasó con todos. En mi inocencia de niño me quedé con aquellos muñecos que cobraban vida para divertirnos, lo demás no importaba. Años después supe que aquello era teatro.

Empujado por ese prurito de conocer más sobre ese, en aparente pequeño mundo de los títeres, visité a mi amigo Fernando Mejía Castro, reconocido director del Grupo Guiñoleros de la UAS. En principio me dijo que nació en Angostura, Sinaloa el 31 de mayo de 1964, y sus padres son don Perfecto Mejía Montoya y doña Griselda Castro Sánchez.

—Fernando, ¿cómo es que nace en ti la pasión por los títeres?

—Desde que estaba en secundaria me aficioné por el arte, empecé con la poesía, leía a Sor Juana, Díaz Mirón, José Santos Chocano, Manuel Acuña, Alfonso Reyes. Llenaba libretas con poesía. Mis compañeros de clase se burlaban de mí, me escondían mis libros, pero yo aguanté porque eso me llenaba. Un día llegaron al pueblo grupos de Difocur, pusieron dos obras: Paso de madrugada –de Emilio Carballido- y La mordida de la muerte, del Teatro Chicano. Asistí a verlas, quedé impresionado y me dije: Esto es lo que yo quiero hacer. Al terminar la preparatoria me vine a Culiacán a estudiar Psicología. La primera obra que vi fue La zapatera prodigiosa, dirigida por doña Socorro Astol; tomé un taller con ella, luego otro con Óscar Liera, con David Balderrama y Leonardo Costa. En esos talleres conocí a Lázaro Fernando y Alberto Solián; formamos el Grupo Bufón, montamos Los Vendidos y Los dos del Patroncito, obras del teatro Chicano, del autor Luis Valdés. Todo esto nos costó mucho sacrificio, yo contaba con pocos recursos y vivía en casas del estudiante, pero el reto que me había forjado me impulsaba, quería ser actor, vivir ese mundo fascinante del teatro y lo estaba logrando. Estábamos un tanto dispersos. Liera tenía su Grupo Apolo, Fito Arriaga, el “José Revueltas”.

Oscar Liera tomó la decisión de formar el TATUAS, y en torno a él nos aglutinamos. Era un gran maestro que nos hizo valorar el teatro en todas sus facetas; nos ponía a estudiar a los clásicos como Esquilo, Sófocles, Shakespeare, etcétera; analizar, escudriñar cada obra y nos enseñó a ser críticos. Nos exigía disciplina, nos dio valores de respeto para los demás y nosotros mismos. Completó sus enseñanzas con escenografía, iluminación y la esencia del teatro.

—¿A qué te refieres con esencia?

—Uso del idioma, modulación, gesticulación, respiración, caminar, movimiento corporal, memorización, maquillaje y prácticamente todo lo que necesitas para desenvolverte en la vida; todo eso es el teatro. ¿De acuerdo?

—Sí, entiendo.

—Bien, una de las cosas que más me impresionó de Liera, y por eso le estaré eternamente agradecido, es que su obra El jinete de la Divina Providencia la fue creando tomando en cuenta las características de cada uno de los actores que eligió para montarla; eso fue un gran privilegio.

—¿Y ellos quiénes fueron?

—Todos los antes mencionados y algunos más como Sergio López, Héctor Monge, Marta Salazar, Inga Pauwells, Ana María Cortés, Soledad Ruiz, Armando Partida, Sergio Rivero, Marta Luna, Clara Cecilia Alatorre y una cantidad de extras.

—Se sabe que con esa obra alcanzaron galardones resonantes.

—Imagínate: fue reconocida como la mejor en un certamen en Manizales, Colombia, eso nos permitió ser invitados para la celebración mundial del teatro latino en Nueva York, donde también logró ser reconocida como una de las mejores. También asistimos al Festival Cervantino, donde alternamos con grupos de Estados Unidos, dirigido por Brand Cooper, Dinamarca por Tony Cox, Colombia por Osvaldo Dragun; esa vez también participó la Compañía Nacional de Teatro, pero fue el TATUAS el que mejor representó a nuestro país.

—Aterricemos con los títeres, ¿te parece?

—¿Qué quieres saber?

—Cuenta lo que te parezca interesante, porque yo de títeres no sé nada.

—Empiezo por decirte que para mí, el títere es un postgrado del teatro. Esto lo aprendí de mi maestro don Pedro Carreón. Él se acercó a Óscar Liera y le pidió que lo admitiera como parte extensiva del TATUAS; Oscar aceptó y una de las primeras presentaciones fue en una muestra regional en Hermosillo. El primer personaje que representé fue un pascola de la Danza del Venado, otro danzante fue Lázaro Fernando, desde esa vez don Pedro nos invitó a formar parte de su teatrino.

“En base a las enseñanzas de Liera y don Pedro, formamos el Grupo  Guiñoleros de la UAS; empezamos Carmen Carreón, Ana Dolores, Víctor Galván, Ramón Perea, Ana María Cortés, Marcos Sahagún y yo; eso fue en 1990. Para montar obras con títeres, necesitas saberlo todo sobre teatro y también sobre títeres, por eso tomé cursos con los maestros titiriteros Carlos Converso, Mireya Cueto y Camilo de Espriella”.

—¿Cuál fue la primera obra que montaron?

—Fueron dos: Descáseme Padrecito —parodia popular— y Los males de Micaela, ésta basada en la obra El médico a palos, de Moliére.

—¿Cuáles han sido tus mejores logros?

—Lo mejor ha sido pertenecer al teatro, todos los que estamos en esto nos vemos y respetamos como una familia; en cuanto a vivencias, hemos viajado por muchos lugares del mundo: América del sur, China, Estados Unidos y en cada lugar hemos tenido muestras de que nuestro trabajo es reconocido. La primera vez que fuimos a Cuba -hemos ido ocho veces-, estuvimos en Matanzas; alternamos con grupos de Argentina, del reconocido titiritero Eduardo Dimauro, de Cuba: Aluvio Paz y Fredy Ardiles. Nosotros montamos Los males de Micaela, y al final nos ocurrió algo inusitado: la gente se volcó a aplaudir, gritos de vivas, una auténtica explosión de entusiasmo, pero nosotros no salíamos a agradecer porque nos sentimos apabullados, asustados. Fue necesario que fuera el director del festival a sacarnos. ¡Fue increíble!

Se quedan en mi libreta muchas cosas más qué comentar, pero eso será después; llegó la hora de que los títeres tienen que dormir. Shiiisss…

leonidasalfarobedolla.com

 

 

 

 

 

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