Los jefes

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Una película de drogas, narcotráfico, delincuencia, autoridades involucradas con el crimen organizado, con actores que no lo parecen, con un léxico característico de barrios bajos, de palabras altisonantes y frases floridas, para dar mayor realismo, sonaría a más de los mismo, pero no es así con Los Jefes (México/2015).

La exótica ópera prima de Jesús Chiva Rodríguez es una bocanada de aire fresco no nada más en el cine mexicano, sino mundial: una prueba de que el tema, muchas veces, es lo de menos, lo más es cómo lo cuenten.

En una Hummer negra, que ese día le regaló su millonario papá por su cumpleaños, Poncho llega a la universidad y se encuentra al Greñas, un narcomenudista con el que se va al barrio de Santa Catarina, en Monterrey, a conseguir algo de droga.

Ya que están en el lugar, La Bomba, el principal distribuidor de ese sector y compositor de canciones de rap, les pide un aventón para ir a cerrar un negocio con El Perro, su jefe, y una vez resuelto ese asunto, éste le solicita que le hagan el favor de llevar un encargo a uno de sus clientes.

Lo que parecía sólo el abastecerse de un poco de mariguana, se vuelve un recorrido que lleva al universitario a adentrarse en el ambiente del narco, sin tener, aparentemente, nada qué ver.

En el camino, La Bomba aprovechará, como dueño y señor de su territorio, para gritar lo que se le dé la gana a quien se atreviese en su camino y hacerles saber quién es el que manda, y no faltarán las chavas que, al ver una camioneta lujosa, caerán en la tentación de subirse y pasear un rato con ellos.

Una vez que terminan los pendientes y regresan al lugar de partida, a punto de dejar el departamento del vendedor de droga, éste ve la oportunidad de salir de una de sus deudas, sin considerar con quién hará los negocios, situación que lo lleva a un final nada agradable.

Los jefes no es una película sencilla, empezando por el tema, no es grato que en medio de una realidad insegura, con todo lo que eso implique, el espectador se enfrente a una pantalla que le dará más de lo mismo que padece a diario, pero la manufactura de ésta hace que sólo sea disfrutable.

Si bien los diálogos de algunos se escuchan sobreactuados y es difícil encontrarse con uno que no tenga al menos una “grosería”, de esas que no pueden decirse en televisión abierta, ese es uno de los aspectos que la hace más coherente con el mundo que retrata.

Algunas situaciones no son tan agradables, pero los encuadres y ángulos que las acompañan, hacen que las imágenes registradas por la cámara de José Casillas no se vean tan crudas y brutales.

Aunque indudablemente lo hace en varios sentidos, más que una crítica, el filme intenta un registro de cómo operan quienes se dedican a distribuir droga en diferentes escalas, cómo la venden y la forma en la que hacen pagar una deuda o un error, interesante plano secuencia, que muestra en paralelo el trayecto al baño de uno de los integrante de la banda y los gritos de alguien que está siendo torturado, y la manera en que el papá hace que su hijo se cobre lo que le hicieron.

Involucrados también en la música, es una sorpresa ver a los integrantes de Cártel de Santa como actores, con un dominio excelente de su papel. No deje de verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

 

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