Insolencia peatonal

 

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Huía del trabajo mecanizado para posteriormente subirse a otra máquina y echarla a andar.
Quizás un poco de esparcimiento, quizás sólo quedarse en casa. Mañana hay trabajo —pensó—, mañana son dos horas de camino para llegar.
Salir todos los días a esa jungla sin un armazón protector es cosa de valientes, cuando la locura colectiva se posa sobre las vialidades, y ni los letreros ni las cebras pueden rezongar para defender a los tímidos zapatos que patean las esquinas.
Caminar, un acto de valentía, una declaración constante de la insolencia
del relegado. En un instante, encienden las luces del peatonal, cantan los pájaros virtuales con sus voces en off, afloja sus músculos la locomotora de carne y hueso. Se echa a andar el milagro.
Pero habrá quien desgaste los engranes, cuando la prisa rebasa el valor de la vida, y el ruido opresor del claxon
interrumpe el vaivén de los pasos. La  vida contra la premura de los tiempos.

La inclemencia de saberse vulnerable, porque las cosas se han vuelto más importantes.

Un nuevo tumulto se acerca curioso, a ver el hecho lamentable, a oler la carne fresca, quizás a dar auxilio.

Otro tema para debatir en la mesa.

Pero es normal, ¿o no? Es parte de nuestra vida posmoderna y el tan aclamado “progreso” de las grandes ciudades.
Defender las vías rápidas porque los tiempos no esperarán nunca a los despreocupados. El pensamiento quizás te atrape, arroyado por un sentimiento de disgusto, varado en aquella isla de concreto, entre el arroyo vehicular
y su vorágine de olas; recordarás el diminuto espacio al que está relegada la relevancia de su jerarquía.
Pero mis pies no se cansan de jugar con la lluvia, se entierran entre el lodazal, se queman por el asfalto que
refleja el calor del sol, y la falta de sombra en los árboles caídos. Mientras las veredas se hacen cada vez más angostas
y prolongadas, y caminar pareciera  un espectáculo circense donde el perrito atraviesa un aro en fuego. Yo soy un
niño, soy la carne, soy dos pies, y mi evolución gira en torno a eso. No a un pedazo de chatarra metálica.

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