Las implicaciones del rapto Guzmán

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Sobre el rapto de Alfredo Guzmán Salazar, hijo de Joaquín Guzmán Loera junto con cinco personas, tengo más dudas que certezas. Hay muchas preguntas sin responder del por qué, el cómo y las consecuencias de un hecho tan relevante.

 

Todavía no está claro si también fue raptado su hermano Iván Archivaldo, todavía ayer El Universal sostenía esta hipótesis, lo que sin duda complicaría más el caso. Tampoco sabemos por qué un grupo tan grande de personas del Cártel de Sinaloa se movilizaría sin una escolta más numerosa que opusiera resistencia al plagio.

 

Hasta ahora todo parece indicar que los hijos de Guzmán Loera se encontraban en Puerto Vallarta tan tranquilos porque había, al menos, un pacto de cooperación con el Cártel de Jalisco Nueva Generación, grupo a quien la Fiscalía de ese estado atribuye la responsabilidad del delito. Parece que los hijos se confiaron y los otrora socios aprovecharon esa coyuntura.

 

Sobra decir que no estamos ante un rapto común. Hasta ahora no sabemos de una denuncia formal de la familia ni solicitud de rescate. El plagio de Guzmán Salazar junto con cinco personas más, representa un desafío frontal para Joaquín Guzmán Loera, quien hasta hace algunos meses se consideraba el capo más poderoso del mundo.

 

En un contexto más amplio, estamos ante uno de los mayores reacomodos de poder en la historia reciente del crimen organizado mexicano. Si algún actor ha venido dominando el narcotráfico continental y sus ramificaciones, ha sido el Cártel de Sinaloa, donde la familia Guzmán juega un papel protagónico junto con los Zambada.

 

Joaquín Guzmán Loera llegó a ser el hombre más buscado del mundo. Ha sido detenido en tres ocasiones y entre ellas figura un escape de película del penal de Puente Grande. Ahora se encuentra recluido y a las puertas de una inminente extradición, lo que pone en serio riesgo su estructura de poder y patrimonio personal. No es secreto que su liderazgo se encuentra cuestionado, tanto por sus viejos socios que no le perdonan haber abandonado la tradición del bajo perfil y la violencia calculada; como por sus enemigos, que le reclaman sus traiciones.

 

El affaire Kate del Castillo/Sean Penn incrementó además la exposición mediática del capo y su familia. Incluso su esposa actual, Emma Coronel, ha concedido entrevistas en televisión para denunciar las condiciones y el trato que recibe su esposo de parte de las autoridades mexicanas en la cárcel.

 

Como lo dije en otro artículo, Joaquín Guzmán Loera decidió abandonar el sigilio y emerger a la superficie. Ese cambio de estrategia ha tenido consecuencias y una de ellas es la exposición pública. Se fugó de Puente Grande pero no ha podido salir del túnel. Se convirtió en el enemigo público número uno del gobierno mexicano, tanto que su recaptura significó un golpe de autoridad y una ligera recuperación en la mermada credibilidad del Presidente Enrique Peña Nieto. Sin quererlo, la leyenda de El Chapo fue usada como parte de la propaganda oficial.

 

Ahora el capo enfrenta una dificultad mayor. Preocupado por la extradición y el aislamiento al que ha sido sometido ahora sí en las cárceles mexicanas, ha venido perdiendo control sobre su organización criminal. El todopoderoso líder tuvo que delegar mucho de la operación y la toma de decisiones en sus hijos mayores. Iván Archivaldo y Jesús Alfredo son piezas claves para entender el nuevo entramado del crimen organizado y el narcotráfico en México.

 

Por eso el plagio es tan relevante, porque estamos ante escenarios donde el desenlace no favorece a nadie. De confirmarse en el futuro que se infrinja algún tipo de daño irreparable a los plagiados, sería la segunda vez que Guzmán Loera perdiera un hijo desde el asesinato de Edgar Guzmán en Culiacán, en mayo de 2008. Ya sabemos lo que pasó después: una de las peores epidemias de violencia que ha vivido México en tiempos recientes. Una epidemia que nos costó más de 60 mil muertos.

 

Si bien es cierto que no todo esa barbarie es atribuible a la muerte del hijo de Guzmán en 2008, sí podemos recordar que el escenario tenía una característica que parece repetirse ahora: un quiebre profundo al interior del Cártel de Sinaloa y la amenaza constante de otros grupos, como los Beltrán Leyva, por retomar su liderazgo nacional.

 

Hemos atestiguado la crudeza de esa amenaza en Sinaloa con el retorno de la violencia y el desplazamiento forzado de más de 200 familias en la sierra de Badiraguato. Incluida la propia madre de Joaquín Guzmán.

 

A ese río revuelto hay que agregar una creciente violencia en los municipios del sur del estado, Escuinapa, Concordia y El Rosario, provocada por células criminales de Nayarit y Jalisco, según autoridades sinaloenses y, por supuesto, ahora el plagio en el bar La Leche de Puerto Vallarta por parte del Cártel de Jalisco Nueva Generación y que es ya noticia internacional.

 

En suma, los hechos recientes son una noticia muy preocupante para las de por sí malas condiciones de seguridad del país. Y de manera focalizada para la zona occidente en los estados de Jalisco, Nayarit y Sinaloa.

 

Diversos expertos y organismos de la sociedad civil han venido señalando como la tendencia a la baja en la tasa nacional de homicidios dolosos se detuvo y ha empezado a crecer de nuevo. Las cifras acumuladas muestran que Peña Nieto cerrará su sexenio con saldos similares a los de Felipe Calderón.

 

La nueva estrategia de seguridad, si es que hubo alguna distinta de la confrontación directa vía las fuerzas armadas y la detención de “objetivos estratégicos”, no ha funcionado. Al contrario, básicamente el elemento nuevo ha sido una mayor opacidad desde el gobierno federal y una clara dinámica de informar sobre las acciones ejecutadas vía filtraciones con medios y periodistas a modo.

 

Creo que todos coincidimos en una cosa simple: lo que menos necesita México es otra guerra entre Cárteles que deteriore todavía más nuestra mermada imagen internacional. Todos sabemos que tras el plagio, Puerto Vallarta sufre otra vez como destino turístico. Retos similares enfrentan Mazatlán y Acapulco, por ejemplo.

 

Por último, lo que más preocupa (porque ya no sorprende) es como las autoridades mexicanas son, en el mejor de los casos, un testigo omiso frente al crimen organizado. En el peor, son parte de las mismas estructuras criminales.

 

Que un grupo del crimen organizado pueda circular con total tranquilidad por una zona de alta plusvalía de un destino turístico de talla internacional como es Puerto Vallarta, en autos de lujo y blindados, suena increíble. Y todavía más increíble es que luego ese mismo grupo pueda ser raptado completo por otro grupo rival y huir sin mayor problema. Todo sin que ninguna autoridad local o nacional pudiera hacer nada, salvo salir a explicar con muchas imprecisiones lo que se cree sucedió.

 

México está otra vez en el ojo mundial por las razones incorrectas: el narco, el crimen organizado, la violencia. Son las “malas noticias” que no le gustan al Presidente Peña Nieto. Es la realidad que no le gusta al Presidente.

 

En el México bárbaro, nuestro Presidente siempre tiene la posibilidad de aislarse en la burbuja de “buenas noticias” que le prodiga su círculo de amigos y le compra la publicidad oficial. El resto de los mexicanos, desafortunadamente no.

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