Qué pena tu vida

 

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Las razones principales para rehacer una obra son básicamente tres: homenajearla —este no es el caso—; suponer que, porque la primera tuvo mucho éxito, se repetirá el fenómeno —dudo que se logren esos alcances—; y mejorarla, que tampoco ahora es esa la situación. Entonces, qué necesidad hubo de filmar de nuevo Qué pena tu vida (México/2016), cuando ya existía la versión original que es superior.

En 2010, el director Nicolás López escribió y dirigió esa cinta que grabó con cámaras de fotografías, de manera sencilla, iluminando, en ocasiones, con lámparas de automóviles —la realización coincidió con el terremoto en Chile de ese año y hubo días sin electricidad— con escenas improvisadas con gente que no sabía lo que se hacía, y el resultado fue un producto intenso, honesto y muy disfrutable.

La Qué pena tu vida de Luis Eduardo Reyes es idéntica a la de Nicolás López: se trata de los mismos diálogos y situaciones, salvo diferencias mínimas, como que la mexicana está situada en el Distrito Federal y la chilena en Santiago, aunque el filme original —que se volvió una trilogía: Qué pena tu boda (2011), Qué pena tu familia (2012)— es más divertido y mucho mejor realizado, con eso no digo que excelente. ¿No hubiera sido mejor distribuir la de 2010 en México? En todo caso, con elementos similares, ¿por qué no buscar ser creativos y escribir historias auténticas?

A dos semanas de conocerla, Javier (José María de Tavira) le dice a Sofía (Ilse Salas) que la ama, y si bien en ese momento la chica mejor se va y lo deja en medio de un parque esperando una reacción afirmativa, lo cierto es que duran de novios alrededor de dos años, en una relación que padecen más de lo que la disfrutan.

Las cosas van tan mal, y en especial para Javier, que a la par que termina con Sofía, pierde su trabajo como publicista. A partir de ahí, su vida va en picada hasta tocar fondo, y la única aliada que tiene es Andrea (Aislinn Derbez), su mejor amiga, quien lo aguanta, escucha y está disponible para él en todo momento.

Javier entenderá que debe soltar a su ex, y hasta entonces se dará cuenta quién es la persona más importante y su verdadero amor, no sin antes vivir un periodo de excesos y reencuentros, que lo llevarán al límite.

La película mexicana es menor que la chilena, incluso en las actuaciones, salvo Aislinn Derbez, quien es mucho más apasionada en su interpretación y Cid Vela que mantiene ese acento norteño que le da frescura a su papel, el resto de los actores no están a la altura de los originales: el Javier de Tavira es desabrido, sin chispa y muy forzado, ante las ocurrencias y naturalidad del de Ariel Levy; la Sofía de Ilse Salas es menos carismática que la de Lucy Cominetti; la madre metiche de Rosa María Bianchi no es tan entrometida como la de Claudia Celedón; y lo mismo sucede con la mayoría del resto de los actores.

A pesar de que la cinta consiste en una serie de entrevistas, por lo que la historia se cuenta en puros flashbacks, y eso le da más dinamismo, aun así no logra salvarse: está cargada de lugares comunes y personajes estereotipados. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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