Mujeres en el narco: la vida perdida

 

En México, la política de género no aplica para mujeres infractoras en delitos contra la salud

Estudiaba en la preparatoria Central de la UAS en Culiacán. Le faltaban seis meses para graduarse. No era muy aplicada pero siempre pasaba sus materias y una mañana, camino a clases, su novio la convence de hacer la pinta.

Clara comienza su historia. Con 37 años, dejó por vez primera Culiacán a los 17 para convertirse en víctima de trata de blancas y posteriormente dedicarse al narcomenudeo, prácticamente obligada por su ex pareja. Tras un tiempo como “mula”, ella termina reclusa en una prisión fuera de Sinaloa.

“Me dijo que nos fuéramos a dar la vuelta a las paraguas que estaban en las Quintas, ¿te acuerdas? Bueno, pues me dijo que fuéramos pero no llegamos, comenzó a manejar para los moteles”.

En México, la organización “Equis, Justicia para las Mujeres” presentó un informe sobre la situación particular de las mujeres recluidas por delitos de drogas, en el que advierte que entre 2014 y 2016 se duplicó el número de encarcelamientos de mujeres, principalmente por posesión y venta de mariguana en el fuero común.

En el informe, la organización destaca que en 2015 ingresaron a las cárceles del país 14 mil 231 mujeres, de las cuales mil 617 estuvieron relacionadas con delitos contra la salud. En 2014 las reclusas por narcomenudeo sumaron 940, y para 2016 la cifra llegó a mil 911.

Actualmente, en Sinaloa hay 32 mujeres internas en penitenciarías por cargos relativos a delitos contra la salud de una población total de 168. El penal de Goros, en Mazatlán, es el que tiene el mayor número con 12 reclusas, Culiacán con 11 y Los Mochis con nueve.

Pero la historia de Clara se remonta tiempo atrás. Entre 1998 y 2002, en la ciudad fronteriza de Nogales, Sonora, su novio la utilizó para diferentes actividades delictivas, comenzando por mover dosis de cocaína alrededor de la pequeña ciudad.

“Me dijo que llevara una ropa a una lavandería muy cerca de la línea. Yo nada más dejaba la ropa a la encargada, otra muchacha joven y ya, era todo. Me subía al carro y me regresaba por donde mismo, siempre me decía que no me fuera a otro lado”.

A Nogales Clara llegó contra su voluntad. Con 17 años, aquella mañana en que se dirigía a los cocos de “las paraguas”, en el malecón viejo de Culiacán, terminó por ser un viaje al norte por la carretera México-Nogales.

Una jornada de más de 12 horas de camino que significó perder contacto con su familia, y por coerción, el inicio de una vida criminal, que incluye seis años de prisión en Nogales por tráfico de drogas.

“Me dijo que nos iba a ir mejor, yo en ese tiempo me peleaba mucho con mi mamá porque ella no lo quería, me decía que era mala influencia y que andaba mal, en malos pasos, pero nunca le hice caso… yo a él lo quería, de verdad lo quería”.

Clara truena los dedos de sus manos. Ambas están tatuadas. Se señala la mano derecha, justo donde tiene tatuado un nombre de mujer. “Así se llama mi niña, la dejé de ver cuando tenía apenas un año, luego no supe nada hasta hace unos 2 años que me avisaron que vive en la Feria, en Texas”.

También tiene tatuajes en los brazos y piernas. Otro en el pecho. Es el nombre de su novio. “Son marcas que quedan para toda la vida, ni modo”.

El tema de violencia de género y narcotráfico también va ligado. Las mujeres son juzgadas sin tomar en cuenta el contexto en que se encuentran. Muchas de ellas forzadas a llevar a cabo labores delictivas o mediante trata de blancas. Simplemente año con año van incrementando espacios en los penales de México.

Al llegar en noviembre de 1998 a Nogales, Clara no tuvo oportunidad de avisar a su familia sobre su paradero. En esa ciudad no tenía a nadie y su novio terminó por obligarla a permanecer.

“Me dijo que en mi casa ya no me iban a querer y que aparte nadie me iba a querer como él, que me quedara… y pues me quedé, ahora lo lamento”.

Los años pasaron y al menos dos veces a la semana, Clara acudía a lavanderías. Su novio le daba información. Una dirección y una ruta a tomar, el cesto de ropa y luego ella conducía. Después de dos horas de “trabajo”, regresaba siempre por donde mismo.

Luego enciende un cigarro. Es el quinto que prende en menos de una hora. “Luego te los repongo”, dice. Entonces habla de su detención. Señala que al principio no sabía lo que sucedía pero que ya entendía sus labores. Llevar un encargo aquí, luego llevarlo allá. Todo tranquilo, cero preguntas.

“Me agarraron unos Federales. Yo no sabía qué pasaba, nada más me asusté cuando vi que me apuntaban y me gritaban que me bajara. Venía manejando de regreso cuando me pararon, así con sirenas prendidas y un escándalo, como si hubiera robado un banco. Me bajaron y luego luego me preguntaron dónde estaba el clavo”.

Después de eso Clara fue presa en el penal de Nogales. Ahí purgó seis años de prisión. De su novio ya no supo nada, lo último que al parecer lo mataron hace años en la frontera, sin saber exactamente dónde.

“Él decía que era de Tierra Blanca, pero no. Él vivía en la 6 de enero, por ese rumbo. La misma gente de ahí me dijo que lo mataron”.

Ahora Clara se dedica al narcomenudeo. Vende mariguana, cocaína y “cristal”. También es consumidora. Ella quería ser enfermera pero no pudo. Explica que estando presa tuvo que alejarse de su sueño y a cambio, aprendió los gajes del oficio.

Tampoco supo más de la familia de su novio. Sólo sabe que se llevaron a su hija, quien el año que entra estaría cumpliendo 18 años.

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