Meade, jugada maestra o fiasco

JOSÉ ANTONIO MEADE. Barriendo el piso.

 

Sin definirse todavía la candidatura del Frente Ciudadano por México, cuando Enrique Peña Nieto destapó a José Antonio Meade, Pepetoño (qué bueno que no se llama Jesús porque tendríamos que repetir y recordar a un negro personaje de Sinaloa), pareció que soltaron en un palenque a dos gallos listos ya con sus navajas. Meade dijo de inmediato que el enemigo a vencer es Andrés Manuel López Obrador, no el Frente Ciudadano, y el Peje se soltó con una retahíla de calificativos y denuestos contra su oponente “sin partido”, que nos hicieron recordar aquel desmedido “cállate chachalaca”, que le costó en 2006 varios puntos en las preferencias de los electores y lo llevó, entre muchas otros errores, a la derrota frente a Felipe Calderón.

Han sido los analistas, no Morena ni López Obrador, los que han puesto a Meade en su lugar. Oriundo de Ciudad de México, es un tecnócrata de aquellos que, siendo candidata presidencial por el Partido del Trabajo, Cecilia Soto, decía que conocían el campo solo por lo que habían visto en los pastos de golf. Se refería a Carlos Salinas, a Ernesto Zedillo, a Jaime Serra Puche. Meade Kuribreña es del mismo corte, con la diferencia —no sé si sea defecto o virtud— de que le falta la malicia política que tenían aquellos.

Su candidatura se veía venir desde hace meses. Fue hilvanándose desde los círculos del poder como una alternativa ante el derrumbe del PRI desde finales de 2014, sobre todo a raíz de los hechos de Iguala donde desaparecieron 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa. Todo el sistema de seguridad y procuración de justicia se colapsó desde entonces y arrastró al PRI y a sus principales representantes en el gobierno, —entre ellos al presidente y a su principal alfil hasta entonces, Miguel Ángel Osorio Chong— a una barranca de la que no podrían salir. Los niveles de aceptación del partido fueron a la baja desde entonces y llegó a los umbrales de 2018 prácticamente derrotado.

Esto lo fue viendo no solo la clase política, sino también los que realmente gobiernan este país: los empresarios. Después del fracaso del PAN durante dos sexenios —un buen argumento de campaña para sus opositores— y el constante ascenso de Andrés Manuel en las preferencias, tenían que ofrecer una opción más masticable para el electorado, seguros de que contarían con el aval priista si la orden venía del presidente. Funcionario sin partido de alto nivel en dos administraciones —una panista y otra priista—, “limpio” personalmente en cuanto a señalamientos de corrupción, preparado técnicamente y afable, Meade fue vendido como el as debajo de la manga del sistema, en el que convergen intereses donde ya no importa el color ni la bandera, sino eso: los intereses.

Pero el ex secretario de hacienda entró a la pista como Adalberto Martínez, Resortes, en una cancha de baile, barriendo el piso con las nalgas. Porque  siendo un aspirante “sin partido”, se sujetó a las más viejas formas del priismo presidencialista para “destapar” al candidato; de su renuncia a la Secretaría de Hacienda se fue a la sede del PRI para registrarse como precandidato y luego hizo un recorrido por los sectores del partido para recibir su respaldo. Todo a la vieja usanza priista. Y en las primeras de cambio, arremetió contra López Obrador, del que, dijo, ha vivido muchos años con hambre de poder. Pero lo peor, es que en una reunión con dirigentes estatales del PRI, llamó a defender a Enrique Peña Nieto. ¿Defenderlo de qué si los yerros y abusos de él y su gabinete son incontables? ¿Tiene defensa el presidente?

Ñoño, José Antonio Meade no logró en la primera semana de su desparpajado destape hilvanar un discurso coherente con la figura que pretende mostrar. Por el contrario, si lo venden como mesurado, se vio como buscapleitos de callejón, y si para subir en las preferencias de los electores ocupaba separarse políticamente de Peña Nieto, se envolvió en la bandera de Atlacomulco como si su objetivo fuera inmolarse. Va iniciando apenas su carrera por la presidencia y puede corregir muchas cosas. Por lo pronto, su entrada al ruedo ha sido desastrosa. Y aunque el PRI ya está derrotado en esta etapa, perder la elección con un “externo” sería para el partido doblemente funesto.

 

Bola y cadena

Pero no menos desaliñado fue el recibimiento de Andrés Manuel López al enviado de Peña y los empresarios. Si es un “señoritingo” o no, si es “antipático” o no, ya lo verán los electores. Hubiera sido mejor que lo recibiera con un pliego de puntos de la economía que han dañado a los más jodidos y en los que el aspirante presidencial tiene responsabilidad desde que trabajó con Calderón, y el efecto hubiese sido mejor. El Peje sigue apareciendo arriba en las encuestas pero nada se dé por hecho con un hombre que es experto en que se le vaya un tiro.

 

Sentido contrario

POR CIERTO, ¿QUÉ QUISO DECIR MEADE frente a los dirigentes del PRI cuando afirmó que este partido “sólo podrá ganar en equipo, con el ánimo de obreros, campesinos, del movimiento territorial y el apoyo de las fuerzas armadas”? ¿Por el número de votos que representan los soldados o por el apoyo que pueden brindar en situaciones de conflicto? ¿A qué se debe la mezcla? ¿A que ese mismo día se aprobaba en la Cámara de Diputados la Ley de Seguridad Interior que le abre aún más las puertas de nuestras políticas de seguridad al Ejército y la Marina? Más valiera una explicación y una posición claras del aspirante.

 

Humo negro

¿A QUÉ JUEGA EL GOBERNADOR CUANDO propone cancelar la tenencia y al mismo tiempo incrementa en 200 por ciento el cobro del llamado refrendo y al doble el costo de las placas? ¿Con esas mismas trampas viene lo que ellos llaman el SAT sinaloense? Seguro es que sí.

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