López Obrador vs Meade. ¿Y Anaya?

 

 

Durante 364 días al año Andrés Manuel López Obrador gana las elecciones. Pero justo el día de la votación, pierde. Arranca como puntero —así fue en 2006 y en 2012—, se mantiene en encuestas ajenas y propias como primero, pero a medida que se acerca el día de los comicios se va estrechando el margen y termina ganando Felipe Calderón (“haiga sido como haiga sido”) o Enrique Peña (el malo por conocido). Por eso AMLO en este ciclo, que cumple cinco años encampañado, repite: “La tercera es la vencida”.

López Obrador perdió la presidencia en las dos ocasiones por la misma razón. La mayoría respondería que por él mismo, que López Obrador es su peor enemigo: altas dosis de intransigencia, testadurez y una soberbia indomable. Pero no, esos argumentos influyen sin ser los determinantes. Perdió, porque al final los grupos de poder donde se toman las grandes decisiones y que cuentan con todos los recursos de influencia para una frágil democracia, llevaron a López Obrador a un escenario electoral donde resultará derrotado por tercera ocasión si logran repetirlo y esa es la apuesta de Enrique Peña, de la élite empresarial y de una buena parte de los poderes fácticos de este país.

El escenario electoral ideal para Peña Nieto que le permitiría ganar su última gran campaña es una repetición de 2006 y 2012, donde el candidato del partido en el poder nulifica a una de las fuerzas para acercarse al puntero de la izquierda hasta rebasarlo.

La elección entonces se convierte en un asunto de dos y no de tres, donde un muy estrecho margen de electores decide la elección (244 mil para hacer ganar a Calderón y poco más de 2 millones para sentar a Peña Nieto en la presidencia y hasta a Fox en el 2000). Esos ciudadanos están en dos grupos: uno que literalmente se compra, vía programas sociales o apoyos directos en dinero o enseres y materiales; y otro que al final de la carrera presidencial abandona la preferencia que mantuvo durante semanas o meses, algunos lo llaman voto útil, y le retiran el apoyo a quien muy seguramente ya no ganará la elección y utilizan su voto a favor de quien sí podría derrotar a quien de plano no quieren que gane.

Otros países resuelven ese tema obligando a una segunda vuelta en las elecciones, dado que ninguno de los aspirantes tiene la preferencia electoral suficiente elimina a todos los participantes y enfrenta a los dos punteros. Pero en México ese esquema de diseño electoral no existe.

Bajo esta lógica, desde la Presidencia de la República empezaron los ataques este 2017 contra Ricardo Anaya, el dirigente panista que muy seguramente encabezará el Frente Ciudadano de PAN, PRD y MC. Debe llegar suficientemente apaleado a la elección de 2018 y será más sencilla su caída sostenida en las preferencias al mismo tiempo que el candidato del PRI, y sus aliados, va dando pasos en la estrategia.

Eso es lo que quiere Peña y sus aliados.

Margen de error

(El Sr. López) A López Obrador, aunque suene un contrasentido, lo que le conviene es que José Antonio Meade sí se convierta en un contrincante serio y no un señoritingo. Que vaya despuntando y se alce en las preferencias. Incluso que se le acerque queriéndolo rebasar. Paralelamente, Ricardo Anaya debe mantenerse como un joven y ansioso aspirante. Que atraiga los votos de la ultraderecha y hasta de esa izquierda extraña en que se convirtió el PRD. Es decir, que ninguno de los dos se desinfle o desaparezca en las posibilidades de alcanzar al puntero.

Si eso sucede al aproximarse el 1 de julio de 2018 y López Obrador administra su ventaja, las fuerzas de poder estarán en una situación compleja para sacarle el triunfo a López Obrador. Aunque nada asegura, claro, que en las cúpulas lleguen a un gran acuerdo, donde una de las fuerzas, la que más convenga en esa coyuntura, afloje al final y obligue a ese escenario que derrotaría a AMLO por tercera ocasión. (Tal como sucedió en 1994 con Diego Fernández de Ceballos que de puntero se ausentó hasta desinflarse).

Mirilla

(El Legislativo) El otro poder en juego, después de la presidencia, es la composición del poder legislativo. En Morena saben que solo pueden aspirar a uno de los dos, y les queda claro que buscan la Presidencia de la República y en el Congreso no hay una sola posibilidad.

En el PRI no es igual, son los únicos con una presencia nacional completa, y eso les permitiría la correlación de fuerzas que los mantuvo con vida a pesar de morir muchas veces en el 2000. Sin contar las gubernaturas que aún mantienen, y que representan la base real de cualquier aspiración presidencial. La suma de esos pequeños islotes de poder puede darle el triunfo al tricolor.

Morena, López Obrador mejor dicho, ha venido sumando en los últimos años a algunas personalidades locales y regionales. Las que le suenan y le laten a su instinto de figura única en el partido. Nadie sabe si le alcanzará para un mapa completo de propuestas a las candidaturas en todo el país, y Morena sea una fuerza política nacional, con o sin AMLO. Aunque ese no es objetivo, la estrategia tiene un solo horizonte: que esas personalidades sumen o sostengan las preferencias de Andrés Manuel en cada distrito y ciudad, en cada sección y casilla del país (PUNTO)

Columna publicada el 10 de diciembre de 2017 en la edición 776 del semanario Ríodoce.

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