El castillo de cristal  

 

 

El castillo de cristal (The Glass Castle/EU/2017), dirigida por Destin Daniel Cretton, basada en el libro homónimo y autobiográfico de la periodista Jeannette Walls, es un muy disfrutable melodrama. No de esos que provocan lágrimas baratas, sino de los que llevan a la reflexión, al análisis y, en este caso, a darse cuenta de que cada familia tiene sus propias actividades, prácticas, reglas y código moral, que quizás no funcionen en otra, por más similar que parezca, porque varían dependiendo de quién las lleve a cabo, el momento y el contexto geográfico.

De camino a su casa luego de una cena, Jannette Walls (Brie Larson) ve a sus padres Rex (Woody Harrelson) y Rose Mary (Naomi Watts) hurgando en la basura en una de las calles de Nueva York, y los ignora. Sus estilos de vida son muy diferentes, razón por la cual la chica prefiere mantenerse alejada de ellos, pero como está a punto de casarse, considera necesario reencontrarse con el pasado, aunque eso la lleve por un camino complicado y doloroso.

Más allá de señalar quiénes son los buenos y los malos, un aspecto destacable de la película es la convicción y persistencia de un hombre al vivir como quiso hasta el último momento, así se hubiera alejado de su hija con la que logró mayor empatía y tuviera mucho de qué arrepentirse. En apariencia, el personaje de Rex es el más irresponsable de todos: por su gusto incontrolado por el alcohol, su insistencia en vivir libremente, como nómada y sin pensar en los demás. La realidad es que, al quedarse callada, no defender a sus hijos y ser un tanto como su esposo, Rose Mary, no queda muy bien.

Es cierto, no puede hacerse a un lado la irresponsabilidad de los padres para con los hijos, de esta singular familia: gastar el dinero de la despensa en la bebida y no darles de comer en muchas horas, exponerlos a riesgos, pleitos y abusos, no mandarlos a la escuela y cambiarles de residencia constante e intempestivamente, pero tampoco ignorarse el tiempo de calidad que les ofrecían, el amor que, curiosa e indiscutiblemente, les tenían y los imprescindibles detalles que les daban —al no haber para más, a cada uno, Rex les regalaba la estrella que eligieran.

Las actuaciones son un punto a favor del filme: la ganadora del Oscar por La habitación (2015), Brie Larson, es muy convincente como esa hija que ama entrañablemente a su padre, platica con él y le hace prometer cosas que, difícilmente, le cumplirá, y a quien, a la vez, le tiene un fuerte resentimiento por haberle fallado varias veces; Woody Harrelson es excelente como ese progenitor idealista, soñador, libertino, irresponsable, dependiente de la bebida, que nada contracorriente por aferrarse a su peculiar manera de ser; y una Naomi Watts muy desenvuelta, más preocupada por sus pinturas que por sus hijos.

Es interesante cómo la película alterna dos tiempos en la historia de los Walls: inicia a finales de los ochenta, con una Jeannette profesionista y a punto de casarse; y constantemente regresa al pasado, a través de los recuerdos de la periodista sobre su infancia y adolescencia, que le ayudan a conocerse, entenderse y poder perdonar. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 18 de febrero de 2018 en la edición 786 del semanario Ríodoce.

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