Llámame por tu nombre

 La hermosa finca del profesor Perlman (Michael Stuhlbarg) en la campiña italiana no solo se antoja para escaparse del bullicio de la ciudad y apreciar la naturaleza, también permite que estudiantes de posgrado, como Oliver (Armie Hammer), hagan estancias académicas.

Ese verano de 1983, el americano se queda a dormir en el cuarto de Elio (Timothée Chalamet), el hijo de 17 años de Perlman y Annella (Amira Casar), por lo que el chico al que le gusta leer, nadar en el río, transcribir música, salir en la noche a bailar y recorrer el campo en su bicicleta, se molesta y muestra serio e indiferente con el visitante, por quitarle su espacio.

Muy pronto, Elio termina seducido por el encanto del extranjero, a quien invita a todos los lugares a los que va, y ni la chica (Esther Garrel) enamorada de él, logra que quite la mirada de Oliver, mucho menos, cuando se da cuenta que no solo le cae muy bien, sino que siente algo más que amistad por el asistente de su padre.

Más que clasificarla como una cinta homosexual —indiscutiblemente lo es— Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name/ITA/FRA/BRA/EU/2017), dirigida por Luca Guadagnino, con un guión de James Ivory, basado en la novela de André Aciman, explora la experimentación del primer amor, ese que marca y perdura en el pensamiento y el corazón, así lleguen otras personas y nunca se logre nada con quien, en realidad, se anhela.

El filme está situado en un momento en el que lo relacionado con lo gay no era tan abierto y aceptado como ahora, de ahí que es muy significativa la manera en cómo se da la relación entre Elio y Oliver: ninguno de los dos tiene mayor problema en vivirla. Es cierto que el de más de edad de los dos se resiste al principio, pero una vez que lo inevitable se hace explícito entre ellos, se deja llevar por ese nuevo mundo que le ofrece ese chico de 17 años, quien es el más relajado y dispuesto a no limitarse.

Es destacable cómo los padres de Elio reaccionan ante la situación: lo saben, no es seguro que lo entiendan, pero lo aceptan muy tranquilos. Esto no es muy distinto a lo que se ve ahora. Lo que no es común ni en aquel tiempo ni en el presente es ese discurso de empatía, comprensión y apoyo absoluto, a la vez, frustrante, revelador y nostálgico del profesor Perlman a ese hijo que fue mucho más allá en sus deseos, de lo que él lo hizo. Esas palabras, incluso en pleno 2018, serían, tal vez, las ideales que un individuo le gustaría recibir de quienes le dieron la vida, al compartirles un aspecto tan personal e íntimo, como complicado.

Otro aspecto que no pasa desapercibido son las excelentes actuaciones de Hammer y Chalamet. Por separado, cada uno tiene sus espacios en los que interpretan muy convincentemente a sus personajes, aunque juntos logran una química impresionante: sin llegar a la cursilería, son una pareja cómplice, de un amor entrañable.

Los paisajes y la música no son un desperdicio en esta cinta que estuvo nominada al Oscar a mejor película, actor (Timothée Chalamet) y guion adaptado, de las que solo James Ivory recibió la estatuilla por esta última. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 11 de marzo de 2018 en la edición 789 del semanario Ríodoce.

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