Fausto Ávila, la fe y su vocación en la música

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Desde hace más de 10 años canta en el Capilla de Jesús Malverde; le cumplió favores, pero también tiene ahí su fuente de trabajo

Fausto Ávila Núñez trae puesto una cadena de una calavera de ojos rojos. No cree en ella, alguna vez se la compró a algún ambulante. Le dicen que se la quite porque le traerá mala suerte, pero su santo de cabecera no lo permitiría.

Cree profundamente en Jesús Malverde, le ha cumplido peticiones, pero también ha sido testigo de cómo ayuda a la gente que visita la capilla.

Desde hace más de 10 años, ha estado ahí no solo para fortalecer su fe, sino para acompañar con su voz y guitarra a los fieles. No cree en el estigma que se le ha dado al ‘santo’. Le toca ver a personas de todos los estratos sociales, que piden por salud y una buena vida, sin estar ligados al narcotráfico.

Malverde, piensa, es una deidad buena, a la que le canta con fervor. A veces en lo individual y en otras con un compañero músico. Entonan corridos, sobre todo, los que están dedicados a este personaje.

Encontrar la vocación

En la música, Fausto empezó la ‘grande’, comenta. En su pueblo, Aguacaliente de los Monzón, empezó a cantar, primero para sí mismo y después en los pueblos cercanos.

Aprendió a tocar, ‘mover’ los dedos viendo a Los Tucanes de Tijuana, Los Intocables y los Tigres del Norte.

“Esa fue mi escuela, fui viendo cómo le hacían y empecé a cantar y a tocar la guitarra; me gustaba, realmente, no tenía ninguna pretensión de fama, ni nada de eso”.

Formó los Jubilados del Rancho y después el Grupo Malverde, con los que más que fama buscaba sacar lo que tenía dentro.

FAUSTO ÁVILA. Música y fe.

La música se convirtió en parte de su vida en el rancho. Lo combinaba con labores diarias, hasta que un amigo lo invitó a la Capilla de Malverde.

Se arrodilló ante él y empezó a tenerle fe. También a cantarle, sabía que tenía buena fama: robaba a los ricos para darle a los pobres. Eso le gustó.

“La historia del bandido generoso me gustó porque era hacer las cosas con buena intención y nos fuimos quedando aquí para cantarle, aunque a veces no exista tanto trabajo”.

“Yo tenía 18 años sin ver a mi hijo, le pedí a Malverde que me lo trajera y me lo cumplió. Estoy agradecido por eso y porque además esta es mi fuente de trabajo”.

Cantarle a Malverde

Fausto tiene una voz como aquellas de antes, potente y profunda. Aunque no es un día bueno, está dispuesto para cantar, desde hace dos años el trabajo no es igual.

Aunque se reciben visitas diarias, es notorio que no son las multitudes de antes, en las que podía tocar casi todo el día entero.

“Es imposible que siempre nos vaya bien en la vida, pero aquí estamos, está más tranquilo pero la fe sigue y nos siguen pidiendo canciones”, asegura.

El músico dice que: La imagen, La manda, El ángel de los pobres, Gracias Malverde, El Bandido Generoso, nunca faltan, son las que más le piden.

“Yo canto con gusto, aquí estoy todos los días para ofrecer música, también compongo, pero nunca he grabado nada, solo lo que aquí me pide la gente”.

Fausto menciona que está seguro que él trabaja de manera limpia y honesta, mucha gente le dice que es una actividad de flojos o que corre peligro. No lo piensa así.

“Es como todo, pero es un trabajo honesto, todo el tiempo ando bien presentable para cuando la gente nos pida una canción”, comenta.

Aquí se canta para todos

El músico asegura que canta para todos. Cobra 200 pesos por tres canciones, pero cuando ve a personas necesitadas les cobra menos.

Siente que su oficio es para hacer un bien. Trata de hacerlo todos los días. Así sigue perpetuando su fe y su agradecimiento por el ‘santo’, ese al que siempre verá como su inspiración y que le permite seguir de pie.

Artículo publicado el 04 de febrero de 2024 en la edición 1097 del semanario Ríodoce.

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