Balaceras, reto y burla

SATAQUES ORQUESTADOS. La nueva violencia. Foto Cuartoscuro/Juan Carlos Cruz.

Todavía no estallaba la guerra al interior del Cártel de Sinaloa por la detención de Alfredo Beltrán Leyva, cuando en Culiacán, los malandros, narcos y pistoleros, festejaban la llegada del año nuevo disparando miles de veces al aire. Uno de esos años publicamos una nota titulada “Dedos calientes”. Una niña había muerto por causa de una “bala perdida” y al menos una decena de hombres y mujeres habían resultado heridos.

Era un divertimiento funesto, siempre impune, pero también una manifestación de poder de los narcos. Aquí estamos, la ciudad es nuestra. Al día siguiente aquello quedaba plasmado en una crónica y, desde el gobierno, en excusas vanas. Nunca detenidos y jamás estrategias para que aquello no se repitiera. A la postre se organizaron operativos, pero eran solo una fachada para generar tranquilidad en la población, nunca disuasivos, porque al final llegaba la media noche y las balaceras se siguieron repitiendo cada vez con más fuerza, más víctimas y la misma impunidad.

Y esto, por supuesto, habla de un Estado incompetente, incapaz de prevenir, de actuar, de perseguir y de castigar. Lo cual deviene en una población inerme, víctima, desamparada ante el imperio de las armas del crimen organizado.

Lo que ocurrió la noche del 31 pasado y luego se repitió la del 1 y 2 de enero, es de otra naturaleza; ya no disparo para divertirme, recibir el año nuevo a mi manera, así somos y qué; no, ahora no solo se disparó al aire, sino a decenas de cámaras de vigilancia que pertenecen a este Estado que simplemente se recarga asustado en la pared, alza los brazos, se tapa la cara y espera a que pase la bestia para luego inventar su crónica y decir “pudo ser peor”.

Lo que hicieron los narcos estos días fue una demostración de poder. Esto somos y no nos amedrentamos. Vienen por nosotros, los esperamos. Así, con esto, en esta cancha, nuestra cancha, con estos hombres y estas armas. Y el mensaje no es siquiera para los gobiernos locales, que solo tratan de administrar la narrativa y terminan parapetándola con argumentos esquivos; es para el gobierno federal, incluso, para los gringos. Como dijera un corrido de la Revolución Mexicana y que recupera Juan Rulfo en El llano en llamas: Nos quieren hacer poquitos, ya mataron a La Perra, pero quedan los perritos.

Esto es Sinaloa, pero el resto del país, salvo algunas regiones que no son tan importantes para la producción y el trasiego de drogas, está igual. Solo en lo que va del sexenio de AMLO se han cometido más de 2 mil masacres. Y mientras escribíamos estas líneas nos enteramos de un ataque con drones en una comunidad de Guerrero que, de acuerdo a testimonios del lugar, dejó 30 muertos. De 2020 a la fecha, la Sedena ha registrado al menos 620 ataques con drones cargados de explosivos, sobre todo en Guerrero, Michoacán y Tamaulipas. Pero no solucionan el problema. Los mandos militares están muy ocupados en la construcción de hoteles, aeropuertos, bancos del bienestar y trenes como para ocuparse de la seguridad de los mexicanos. Menos la Guardia Nacional, que llegó como una fuerza más bien de utilería en el gran teatro de la lucha contra el crimen organizado.

Cuando llegó Felipe Calderón al poder y decidió enviar a miles de militares a Michoacán, luego a Baja California y más tarde a Sinaloa, publicamos una portada donde aparece circunstancialmente un payaso en una motocicleta y en un segundo plano una enorme fila de vehículos militares exhibiéndose por las calles de Culiacán, como diciendo “aquí estamos”. La titulamos “El circo”. Y, efectivamente, en eso terminó la guerra de Calderón contra el narcotráfico, en una pantomima donde el propio gobierno tomó partido cuando estalló la guerra en 2008, luego de la detención del Mochomo.

Bola y cadena
EL PRESIDENTE AMLO ha querido siempre marcar una distancia de Felipe Calderón respecto al tema del narcotráfico, pero está terminando por ser idéntico a él. No tiene a un Genaro García Luna de su lado (o no se sabe que lo tenga, hasta ahora), pero los métodos que está usando en el combate al narcotráfico son idénticos, reactivos, sin una estrategia definida y, mucho menos, sin resultados palpables, por el contrario. Las imágenes de una columna de militares desfilando en el aeropuerto de CDMX con rumbo a Tabasco, luego de una serie de asaltos simultáneos en Villahermosa, son idénticas a las que vimos en el sexenio del panista. Porque no es él, ni era Calderón, ni fue Peña Nieto: son los militares.

Sentido contrario
Por las elecciones que vienen, 2024 será un año de definiciones para el país. No porque la justa vaya a estar muy reñida –que hubiera sido lo más sano para la democracia–, sino porque, aun con la continuidad anunciada por Claudia Sheinbaum, sobrevendrán cambios cruciales cuyas consecuencias no es posible prever ahora con claridad. Uno de ellos, definitivo en el devenir político de los próximos años, es que Andrés Manuel López Obrador se irá a “La Chingada”, su rancho.

Humo negro
Lo que sí es previsible es que la cohesión que él ha logrado mantener en Morena contra viento y marea, no está garantizada una vez que Sheinbaum Pardo tome realmente el poder, el presidencial y sobre el partido. Y si no logra mantenerse esa cohesión, aflorarán muchos problemas porque, como ellos mismos han dicho, el sexenio de AMLO es apenas el inicio de lo que llaman la cuarta transformación; y para lograrlo ocuparían un liderazgo que Claudia no tiene y que no puede inventar. Por eso es previsible, esto sí con mucha claridad, que, en el tema de la seguridad, las cosas se pondrán peor.

Artículo publicado el 07 de enero de 2024 en la edición 1093 del semanario Ríodoce.

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