Marcha por dolor… e indignación en Los Mochis

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El Gobierno debe cambiar políticas criminales: académico

Las velas parecen bailar una danza macabra que se refleja con sombras de diferentes tonos en el muro de la fachada principal de la Viscefiscalía Regional de Justicia en la Zona Norte.

Una brisa que extingue la flama parece imponerse a aquel baile, pero manos jóvenes rencienden la esperanza, y las sombras reaparecen una y otra vez.

No es una velada cualquiera, y las veladoras no estaban allí para iluminar el camino de los muertos ni para recordarles a las ánimas que eran queridas y ahora son entrañables. Están allí como ofrenda, como altar.

Y están allí como exigencia de justicia, de que paren la excesiva criminalidad y el innecesario sacrificio de mujeres a manos de sus parejas. Ellas, las más jóvenes, las que no han perdido a un ser querido ni a familiar, pero andan paso a paso y codo a codo en solidaridad con los deudos, se abrazan y reencienden las velas, tercas en que estes iluminen los rostros de las víctimas, y sus nombres.

Antes habían cantado su himno, una canción pegajosa, y minutos antes habían cruzado el primer cuadro comercial de Los Mochis en línea quebrada por unos 600 metros.

Partieron desde la plazuela 27 de Septiembre y se enfilaron en procesión silenciosa sobre la calle Álvaro Obregón, doblaron hacia la derecha en la Ignacio Zaragoza continuando de frente hasta parar en la sede de justicia local, en Ignacio Zaragoza, entre Guadalupe Victoria y Benito Juárez.

Allí cantaron, lloraron, exigieron, gritaron, descargaron su dolor con injurias, insultos hacia el machismo mexicano y lanzaron consignas sobre un “Sinaloa feminicida”. Sus gritos se esparcieron por la penumbra de esa tarde fresca, pero sin eco, sin respuesta.

Una y otra vez gritaron, una y otra vez, alzaron la voz; colocaron sus cartulinas en muros, en ventanales, puertas, pero nadie, del Gobierno las escuchó. Así, aquel grupo se retiró como había llegado, en silencio.

Aquel grupo, cuando se dispersó parecían sombras que se sumaban a la penumbra de la noche. Algunas vestían de negro, con ciertos trapos de lila.

Otras como ellas, llevaban también ropas oscuras, no como protesta sino en señal de duelo. Un duelo profundo, desgarrador, que sabían que era por impunidad, por lágrimas secas en esos rostros inexpresivos, de bocas resecas en donde las voces eran apenas audibles.

Estaban allí, pero como ausentes. No gritaban, no escandalizaban. No, simplemente estaban allí.

Sitlali, y una niña de algunos pocos años están entre el grupo. Esta retirada de la gente y rechaza acercarse, pero al igual que todos, caminó la brecha entre su casa, la plazuela y la fiscalía.

Ella fue la amiga y comadre de Alma Carmina quien también era conocida en las calles de la colonia Ayuntamiento 72, en Los Mochis, como “Johana” y en redes sociales “Chica Weed”. A finales de octubre, ella fue asesinada de 45 puñaladas. El cadáver fue encontrado tendido en la calle, y hasta ahora no hay avances en la indagatoria.

“Estoy aquí para exigir justicia para Alma Carmina. Ella no merecía terminar de esa forma. Quiero que agarren al culpable y que esté en la cárcel, mucho, mucho tiempo. No sabemos nada de las investigaciones. El Gobierno sólo dice que está investigando, pero no dice qué tanto llevan, si ya tienen al que la mató o a los que lo hicieron. No sabemos por qué lo hicieron, por ella, “Johana” como le decíamos, era agradable y amigable con todos. Estaba esforzándose por mantenerse sobria, le echaba muchísimas ganas a eso, quería tener a su familia. Dejó a sus hijos huérfanos. Esta niña es una de sus hijas. Yo la cuido”, explica la joven, mientras el grupo lanza consignas con la autoridad.

Aquellas arengas le infundieron valor, y la hicieron tomar el frente. Y entre sollozos y llanto, pidió a los gobiernos municipal y estatal que detengan el linchamiento mediático, pues Alma Carmina estaba buscando limpiar su cuerpo de drogas. Ella ya no consumía, “pero los políticos quieren hacerla aparecer como eso para justificar que no pueden detener las muertes de mujeres”, denunció.

Alma Rentería, es otra joven que está en la marcha. Ella y dos de sus hermanas caminaron a la par con el grupo. Y tiene una causa poderosa que la empuja: exigir justicia para su hermana, Marlene, quien fue golpeada por su esposo en presencia de su hija menor de edad. Por los golpes, la joven madre resultó con muerte cerebral, y poco después falleció mientras estaba internada en un hospital público.

El ataque fue perpetrado entre las paredes de su casa, en El Fuerte.

Ahora, ella está sepultada y él anda a salto de mata, prófugo.

Por eso, Alma se encuentra en la marcha. “No han dado resultados las investigaciones; Hay desconfianza en los resultados, porque antes había denunciado la agresión intrafamiliar y no le atendieron. Hoy, tampoco hay esa atención. Por eso, estamos aquí, para que lo que le pasó a mi hermana no quede impune”, dijo mientras escuchaba las consignas de los colectivos feminicidas.

Lanzaba gritos de justicia. La protesta no fue atendida por ninguna autoridad.

Octavio Martínez Cázares, director de la Facultad de Derecho y ciencias Políticas, y un veterano de la investigación criminal con décadas como ex agente del Ministerio Público, aseguró que los feminicidios son una cuenta pendiente del gobierno de Rubén Rocha Moya que no deben quedar impune “Porque sin castigo, los casos de violencia extrema se hacen costumbre”, dijo.

Se pronunció por cambios en las políticas de esclarecimiento de los hechos. “Cuando se dispara un delito, el gobierno responde con más policías en las calles, pero en el caso concreto, este, el feminicidio, no responde a esa lógica. Por ello, creo que no entiende el fenómeno”.

Artículo publicado el 12 de noviembre de 2023 en la edición 1085 del semanario Ríodoce.

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