Pintor de la vieja escuela sinaloense, ha llevado a sus lienzos la vida y las imágenes del puerto; el ISIC le rinde un homenaje
Antonio López Sáenz ha pintado al Mazatlán onírico; a las familias, atardeceres, jugadores de beisbol, el carnaval, los músicos y al crepúsculo de los días. Su obra es un viaje a los embarcaderos y al mar profundo.
Lo ha hecho así porque su universo está ligado a su origen, a los resquicios del Centro Histórico que habita y donde instaló su centro creativo para crear sus obras pictóricas y escultóricas.
Eso ha sido su vida. Un ejercicio vital para configurar un estilo, en el que sus personajes sin rostro abren ventanas a la historia de una ciudad onírica.
Su obra ha retratado desde los años 70 las calles y sus personajes, en su ir y venir a la Ciudad de México. El artista, sin embargo se quedó en el puerto y desde ahí patentiza su arraigo de origen.
“Cuando llegué a México, dije Ave María Purísima, qué maravilla, me sentí feliz ahí y ya no extrañé nada, empecé a querer a México pero nunca me separé de Mazatlán, nunca quise sentirme lejos de casa. Como el niño que lleva las raíces de donde nació, los recuerdos de la infancia siempre los tuve.
Adoraba la Ciudad de México, no podía vivir sin ella y mi corazón se partió en dos porque también quería estar en Mazatlán”, dijo en alguna ocasión.
Verdades descubiertas
López Sáenz desde su querido puerto habló desde una pantalla, en ocasión de la apertura de la exposición-homenaje: “Verdades descubiertas”, que se exhibe en el Museo de Arte de Sinaloa y que abarca dos núcleos: el mar y la familia.
En esta muestra, se exhiben cuadros que pertenecen a colecciones particulares y al acervo del MASIN, que definen un viaje a través de la serenidad y al mismo tiempo generan una complicidad con el pincel y los colores.
Hay obras que datan de 1971, otras más de los 80 y algunas pocas de los 90, con técnicas como óleos, pastel, dibujos a lápiz, temple, acuarelas, con títulos como “Roberto y Petra”, “Pareja en la playa”, “Pareja en el muelle”, “Hombre de mar”, “Despedida”, “Gente de mar”, “Barca de pescadores”, “Retrato de Pedro Mora”, “Mujeres sentadas” y “Farmacia Unión”.
Nacido en 1936, su obra está plagada de memorias. Antes de irse a estudiar a la Academia de San Carlos, su padre, quien era jefe de los almacenes del puerto, lo llevó a los muelles, en donde lo puso a trabajar para que no anduviera chiroteando por ahí.
Su función era apuntar en hojas el número de costales que llegaban pero por atrás él dibujaba, lo que solía provocar el enojo de su padre. Estar en contacto con los barcos, trabajadores y el mar, fue para el futuro artista como estar en el paraíso y no solo eso, fue además la savia que nutriría su obra.
Asegura que tenía frente a él grandes buques, marineros y los trabajadores de los muelles, sus familias e hijos, y los empezó a pintar.
La nostalgia en su obra
La otra fuente de la obra de López Sáenz es quizás la nostalgia, la evocación de una ciudad anclada en la mente y el corazón del artista. El puerto con su tráfago de mar y con el bullicio irreverente de una población que, tras la formalidad de una vestimenta clara de lino o algodón, llevaba siempre a flor de piel y listos para saltar el buen humor, la pasión, la fiesta y la irreverencia.
Así son los sin rostro, arrostrados personajes del maestro; ligeros a pesar de su corpulencia, juergueros y regodeadores, a pesar de la etiqueta y solemnidad de su apariencia.
López Sáenz es un artista vigente y arraigado en Sinaloa, su obra pública engrandece el Malecón mazatleco y el aeropuerto de Culiacán, donde están sus esculturas.
Artículo publicado el 02 de abril de 2023 en la edición 1053 del semanario Ríodoce.