Malayerba: Chenchito

MALAYERBA

Es alburero y divertido. Inigualable combinación de la carpa más arrabalera con el comentario grotesco, directo, sádico. No hay que moverse ni distinguirse de los demás. Ahí en la cantina él es el dueño, el rey. Y bien puede trapearlo a uno entre sus albures.

Nada más a los que se levantan para ir al baño les grita ‘ai vas puñetero’. Y con eso tiene para dar carrilla y no parar hasta que tenga enfrente otra ocurrencia y destinatario.

En El quijote son ríos de cerveza los que transitan entre gargantas, baños y mesas. El piso ha crecido varios centímetros entre tanto escupitajo. Huele ha guardado y a mujer. A sudor albañilero y a camión urbano de la Huizachez.

Los hombres traen un rostro enrojecido por el sol. Castigados, con las camisas desabrochadas y el pantalón guango, roto, sucio. Allí calan y recalan los de la pepsi y la coca. Pocos telefonistas y los de la bimbo. Muchos camioneros de La loma de Rodriguera.

Los de Tamazula. Gatilleros de la Guadalupe Victoria. Carteristas, músicos y meseros. Mayates y mercaderes de la carne humana, aunque sea del mismo sexo.

Todos son amantes de Chenchito: lo adoran y siguen. Poco importan las teiboleras del siguiente chou. Que se apure este amigo que canta. Que tengan prisa los músicos. Porque ahí viene Chenchito y él se mete con todos y todas, parejo.

Él les echa de la madre y conjuga a la perfección aquella máxima de las lamentaciones: aliviánense, porque si no se lamentarán, me la mentarán y nos la mentaremos. Y sí. Echa madres democráticamente.

Se dirige al sombrerudo, al de barba y al de las babas. Al que se levanta para acomodarse el pantalón y al que no suelta la botella. Aquí no hay salvación.

Ni siquiera aquella vez que el de sombrero le contestó con un chinga tu madre. Y él le dijo: no tengo. Y le dispararon en dos ocasiones. Pero de ahí no pasó. El de la pistola salió despavorido. Y él se quedó mudo, un rato. Después se le soltó la lengua como si le hubieran dado alpiste.

Pero la que le dio tiempo hasta para el miedo fue otra. Qué-traes-hi-jo-de-tu-chin-ga-da-ma-dre. Le espetó, el aludido. La broma era pesada y ya lo traía en salsa. Chenchito no lo bajó de puto. El amigo festejó primero. Pero después de tanta metralla no aguantó.

Se paró. Estaba en las mesas del centro, casi a la mitad del sillerío. Se incorporó como quien busca pleito. Acomodó su pantalón y el cinto. Se llevó las manos a la cintura. Y lo retó a golpes y lo que resulte.

Chenchito siguió sentado en esas piernas y de largo con la sorna. Pero tuvo que hacer alto. No nada, nada compa. Usté aguante. No-ni-ma-dres. A-ho-ra-te-va-lle-var-la-chin-ga-da-pu-to. Pues lo que quieras, cabrón, le reviró. Y como en la primaria: quedaron de verse a la salida.

Y pasaron los chous de la tarde y el de la noche. Llegó el de las once y terminó media hora después de las doce. Preocupado le dijo al dueño que el tipo encabronado seguía afuera, esperándolo. No hay problema, tú explícale que era broma, contestó.

Hasta que salió. El traje negro le daba cierto aire de elegancia. El ventrílocuo parecía un catrín de telenovela. Le dijo que no se enojara. Que era parte del espectáculo. Y se disculpó.

No compa, si no hay problema. La bronca no es con usted. Es con ese pinche muñeco hijo de la chingada. ¿Dónde está el cabrón?

Columna publicada el 29 de agosto de 2021 en la edición 970 del semanario Ríodoce.

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