Malayerba: La premonición

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Cuando supo que habían detenido al pistolero aquel se propuso entrevistarlo. Se estaba especializando en esos temas sórdidos y violentos: el narco, los matones, las historias de las víctimas y de las ciudades envueltas en las llamas del hampa.

Era un gatillero en decadencia. Pero había tenido sus años de fama. Y era temido. Se le atribuían muertes despiadadas, trabajos impecables de ejecuciones. Un excelente cobrador de cuentas pendientes.

Las órdenes de aprehensión aquí en Sonora y Baja California apenas dibujaban una parte de la trayectoria. Homicidio, delincuencia organizada, posesión y acopio de armas, secuestro y narcotráfico.

Estaba claro que se trataba de un “dedo”. No era de creerse eso de que andaba solo en el monte y herido. Pero así dijo la policía que había encontrado y aprendido a Lino.

Tenía frente así un historión. Se movió rápido. Buscó a sus contactos de Sinaloa, en el gobierno, la policía y los periódicos. Obtuvo más datos e inició gestiones para concertar la entrevista.

Quedó sorprendido por tan buen trato. El director se portó de maravilla. El personal de prensa le consiguió todo, hasta un fotógrafo. Le dieron detalles finos sobre la detención y la trayectoria del sicario. Y un salvoconducto para que se moviera con cierta libertad en la prisión.

En la cárcel Lino presentó un rostro empedrado: mudo, desconfiado y con mirada torva. Estaba con otros presos, en una celda común, sin tratamiento especial, a pesar de la peligrosidad y de las amenazas.

Cuando estuvo solo empezó a abrirse con el reportero. Le contó su historia, los jales que se había aventado y hasta atisbó con su niñez en la sierra de Badiraguato.

Pero también habló sobre sus temores y premoniciones: estos cabrones me van a matar. Cuáles, quiénes. Estos, los que están en la policía, los que son gobierno. Yo lo sé. Pero además ellos mismos me lo dijeron.

El reportero se quedó anodadado. Lo exprimió con las preguntas y se sintió satisfecho. El matón a sueldo fue mejor con sus respuestas. Y con esa sentencia que le había dejado en la cinta magnética del caset instalado en la grabadora.

Agradecido por tantas atenciones, salió de la ciudad y regresó al defe. Pensó en cómo podía iniciar la entrevista. Si podía retomar alguna de las mejores frases de Lino. O de plano le entraba con algún pasaje de su vida de cobrador de deudas.

Revisaba el texto de la trascripción cuando se enteró: Lino, su entrevistado, estaba muerto.

Cómo, cuándo. Lo encontraron en su celda, colgado de una cuerda, asfixiado. Suicidio, fue la versión oficial. Lo mataron, pensó.

Apuró la redacción de la entrevista. Tenía que superar lo que inicialmente se había planteado. Ahora su trabajo valía más. Así lo sentía a partir de la muerte y de lo que se podía venir.

Por fin parió. Era un texto amplio, bien logrado y pulcro. Lo admiró más cuando se publicó: esas dos frases cortas y contundentes, aquella premonición, las muertes que debía y que le habían cobrado.

Ring. El teléfono en su casa. ¿Bueno? A ti también te vamos a chingar, cabrón. Clic. Se cagó. Habló con sus jefes. Le pusieron escolta. Veía sombras tras él y lo despertaba esa voz amenazante. Por eso nunca más volvió.

Columna publicada el 04 de abril de 2021 en la edición 949 del semanario Ríodoce.

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