Glifosato, el herbicida nuestro de cada día

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¿Qué pasaría si se enterara que algo de lo que come puede alterar no solo su salud, sino también la de sus próximas generaciones? ¿Y que esto está presente en las tortillas, el pan o incluso el jabón que usó hoy?

A menudo escuchamos bondades de nuestros alimentos, que si las vitaminas, la fibra, el calcio. Eso nos mueve, nos hace sentir seguros y nos alienta a pasar por alto los efectos adversos que ese bocado pudiera tener.

Y si bien el tema de los aditivos, azúcares y grasas está quedando cada vez más claro, hay otros daños ocultos que nos vende la industria: una pequeña sustancia, cantidades ínfimas de un químico que silenciosamente enferma y altera la salud de manera crónica.

La mala noticia, o buena, según sean sus hábitos alimenticios, es que está presente principalmente en el maíz y el trigo.

 

¿Qué es el glifosato?

El glifosato es un herbicida de uso industrial y está clasificado por la OMS como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”. Es utilizado para eliminar la maleza de los cultivos, sin embargo, afecta a todo el ecosistema alrededor de la planta, ya que es un potente antiparasitario y antimicrobiano. Es absorbido por la misma planta a través de las hojas.

Los principales grupos de riesgo y más vulnerables son las personas que se dedican a la agricultura, sus familias, fetos, bebés y la infancia. Para quienes no se encuentran en estos grupos, la alimentación es la principal vía de exposición a los plaguicidas y por lo tanto al glifosato.

La fauna que se alimenta de plantas o frutos tratados con glifosato también está expuesta, lo que incrementa las fuentes por las cuales podríamos ingerir glifosato involuntariamente.

 

Si está en el maíz y el trigo, está en todas partes

Por ser utilizado en los cultivos de maíz y trigo, está casi en todas partes. El 75 por ciento de la comida procesada contiene alguno de los dos, o los dos, ya sea como ingrediente directo o en forma de aditivo, como almidón, azúcar, emulsionante, conservador, etcétera.

Además, la industria de alimentos no es exclusiva en el uso de derivados de maíz o trigo, estos están presentes en cosméticos, champús, perfumería, e incluso, son utilizados como vehículos para nuestros medicamentos y vitaminas, los famosos excipientes.

Un estudio de 2018, realizado en los Estados Unidos, concluyó que muestras de harinas de maíz blanco y amarillo de la marca Maseca contenían maíz transgénico y altos niveles de glifosato. En ese momento, en México no había una conversación sobre los efectos del glifosato.

Maseca es amplio dominante del mercado del maíz, no solo en México sino en Estados Unidos y Latinoamérica, por lo que es muy probable que quien haya comido tortillas hoy, también comió un poco de glifosato.

 

Prohibido su uso en México… hasta el 2024

Por su impacto a la salud humana y el medio ambiente, la Semarnat comunicó la prohibición del uso de glifosato en cultivos mexicanos. La industria debió estar preparada, ya que esta medida es tendencia mundial y era de esperarse que los maizales mexicanos se vieran afectados con la prohibición.

Pero 2024 suena muy lejano, es una fecha que revela las comodidades con las que trabaja la industria, y que es don dinero quién dice cuándo y cómo. Aunque la secretaría declare que la medida es en favor de un sistema agroalimentario más sano y seguro, el tiempo dice lo contrario. Tres años más de daños al suelo y a la salud humana son una eternidad, eso urge. Ya estamos enfermos.

 

Enfermizo Rocío: Cómo las fumigaciones enfermaron a una familia 

“Vengo de una familia que murió joven. Mi abuelo fue un agricultor de maíz en Iowa, mi abuela, una enfermera en el hospital local.

Tuvieron 11 hijos, mi madre fue la mayor. Tuvo siete hermanos varones, seis nacieron con hemofilia. Nunca hubo un caso así, en ninguna otra generación o familia; fuimos los primeros”.

Cyndi O’Meara es una de las principales activistas contra el uso del glifosato, que cuenta con raíces en los Estados Unidos y una nutrida historia de enfermedades al interior de su familia. La relación de su familia y los cultivos abarca varias generaciones antes de la suya, y no puede evitar vincular el inicio del rocío de insecticidas en los cultivos con la degradación de la salud en su familia.

La autora de “Cambiando hábitos, cambiando vidas”, pudo encontrar la relación entre los insecticidas y enfermedad en dos generaciones de su familia: sus tíos, con el rocío contra la plaga de langosta y su hermana, con el uso del DDT, un químico más moderno.

“Es interesante notar que después de nacida mi madre, pero antes de que nacieran sus hermanos, los campos de maíz y trigo fueron rociados porque había una plaga de langosta. Después de eso rociaron DDT (otro insecticida asociado a enfermedades y contaminación, cuyo uso se vio restringido en casi todo el mundo) justo en el momento en que mi hermana era concebida, ella nunca ha estado bien”, agregó.

A los 16 años, su hermana tuvo problemas serios en el sistema digestivo, a los 24 le diagnosticaron síndrome de CREST, enfermedad por la cual le dieron 10 años de vida. Ella murió joven. Su madre también, de cáncer de pulmón.

Artículo publicado el 29 de noviembre de 2020 en la edición 931 del semanario Ríodoce.

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