Aflora nuevo panteón clandestino en Los Mochis

BUSCADORAS. Cavar con el alma.

“Mauri y Moi” conducen a las “rastreadoras” a tumbas urbanas en Los Mochis

 

 

 

El 16 de octubre del 2019, los primos, Mauro Amador Valdez Sánchez y Moisés Abraham Ramírez Valdez, desaparecieron en Los Mochis.

Lea: Los desaparecidos como evidencia de una ‘guerra’ https://bit.ly/34Q8H6g

Ellos prácticamente se esfumaron. Nadie vio lo que les pasó, en dónde, ni porqué.

Simplemente se ausentaron de los domicilios en donde eran queridos. Primero se esfumo “Mauri” en Las Canteras, y después lo siguió el “Moi”, en la colonia Conrado Espinosa o “Las Malvinas”. El primero con dos hijas, y el segundo con un niño de 10 años. Antes de ocurrir la desaparición, habían trabajado en varias obras de construcción, pues eran albañiles.

Desde entonces, sus esposas, Nubia Yukary Osuna y Alicia Silvia Rodríguez no pararon de buscarlos, y terminaron convirtiéndose en rastreadoras.

Se agregaron al colectivo Rastreadoras por la Paz y en su búsqueda de los esposos localizaron las osamentas de otros muchachos perdidos por la fuerza. Ellas dicen que no recuerdan ya cuántos han localizado, pero no habían encontrado a sus parejas aún.

La noche anterior al jueves (22 de octubre) en el grupo se organizaron para salir a exploración.

Ambas no sabían por qué sus corazones latían con fuerza cada vez que acudían a ese polígono arbolado en cuyas entrañas había brechas como calles y algunas casas a medio a construir que más parecían hongos lúgubres. Árboles de guamúchil y mezquites, cardos y “correvuela” eran las plantas y matorrales que impedían a transeúntes aguzar la mirada hacia el interior de esa colonia que lleva por nombre “Cirilo Mena” en honor al fundador que buscó para minusválidos pobres un lugar en donde vivir con dignidad. El sueño de aquel hombre nunca se cumplió y el terreno terminó fincado, pero sin habitantes vivos, aunque el subsuelo escondía una macabra misión.

Nubia y Silvia ignoraban esa historia, pero seguras estaban que en el sitio había algo extraño. Tres meses atrás, en junio, ellas y su colectivo habían localizado una tumba clandestina y extraído una osamenta. Por eso, el lugar les llamaba.

A media mañana de este jueves, ellas llegaron al mismo crucero de Atenas y Nicanor Villarreal. Se apearon de la troca de buen talante. Caminaron medio descompuestas entre montones de escombros, entraron a un corral de espinas sombreado. Entre ellas recordaron que a unos cuantos pasos, a menos de 10 de donde se encontraban, habían encontrado la tumba de aquel desconocido. Fantasearon que el lugar lo pisaron tantas veces que ya hasta les era familiar.

Pero escogieron un sitio. Hundieron sus palas y luego la varilla. Hasta pareció hundirse en un quedo fresco y cuando tocó firme la extrajeron. En la punta había un aroma fétido que al inhalarlo las cebó. Cavaron y excavaron y a medio cuerpo de profundidad apareció la primera osamenta y luego la playera a rayas grises, cafés y negras. Era la que Mauro llevaba cuando desapareció. El golpe de adrenalina las derrumbó y emociones encontradas estallaron. Llanto, fuerza de súper heroína, risas, tristeza y alegría las agolparon. Lo habían encontrado. Poco después, los peritos forenses desenterraron al “Moi”. “Son ellos, estamos seguras. Es la misma ropa que usaban cuando desaparecieron”, confirmaron las mujeres.

Mientras esperaban a la exhumación total, continuaron explorando. A unos 15 pasos, encontraron otro entierro clandestino. Cruzando una brecha a no más de 20 pasos localizaron otra fosa y a espaldas de estas una más. Bajo pedazos de vitropiso ubicaron otra tumba que de acuerdo con la experiencia de las rastreadoras podría ser masiva.

Esa mañana, para antes de las 14:00 horas, ellas ya habían encontrado los restos de seis personas.

Cuando las rastreadoras se aprestaban a continuar con la exploración, la burocracia de la Fiscalía General de Justicia las paró en seco. Dejen de buscar. No excaven más. Dejen todo como está. Ni una palada más. Las excavaciones continuarán este viernes por el antropólogo forense. Desanimadas pero satisfechas aceptaron la indicación, a sabiendas que su búsqueda no terminó allí. Ellas regresarán al mismo lugar, cuando todos ya hubieran abandonado el nuevo camposanto clandestino en plena mancha urbana.

No es la primera ocasión que se descubre un cementerio clandestino en las entrañas de la ciudad, pues años atrás ocurrió lo mismo a menos de 2 kilómetros al sur de este mismo caserío. Y entonces, la Fiscalía sólo contó los cuerpos, pero ninguna indagación posterior realizó. La policía anunció que reforzaría la vigilancia, pero no atrapó a los enterradores clandestinos ni a los matones. Estos, simplemente se mudaron, un par de cientos de metros adelante para continuar con la macabra misión de sepultar a los desaparecidos.

Claudia Rosas Pacheco, fundadora del colectivo Rastreadoras por la Paz, que terminó convertida en jefa de la Oficina de Búsqueda del Gobierno Municipal, dijo que en el lugar podría haber más tumbas clandestinas que aún no son localizadas y consideró que el número de personas enterradas en el sitio podrían superar las 10.

“Mauri” y “Moi” duraron 371 días ausentes de sus casas, y cuando fueron localizados retornaron con cuatro ausentes más. Ellos revelaron un panteón forjado en la clandestinidad, en plena mancha urbana de Los Mochis.

Artículo publicado el 25 de octubre de 2020 en la edición 926 del semanario Ríodoce.

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