‘Chapo’ en el olvido

chapo new york

La flama –y la fama- del Chapo se extingue. Le quedan algunos meses en lo que se estrena la nueva temporada de las series televisivas, horas de video que aderezan con melodrama una realidad cruda. Después de la sentencia, que sin sorpresa será la cadena perpetua, el personaje entrará en declive. Dejará de ser rentable, explotable, figura atractiva. Historia.

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La última escena es predecible, como mucho de lo que ocurrió en estos meses: Leeremos esta semana una descripción del suceso, veremos dibujos de Joaquín Guzmán en saco, Emma Coronel imponente con firma de diseñador, y al fondo un tipo de toga —el juez Cogan— que en segundo plano será el único que hablará. El Chapo tendrá derecho a intervenir, pero si no lo hizo en el juicio, es poco probable que ahora lo haga.

Sabiendo tanto del Chapo, no se sabe nada. Es de esos temas que el exceso de información confunde, donde casi es imposible romper el velo que oculta las profundidades de la comprensión. Conocer La Tuna, Badiraguato, o la anécdota de vendedor de naranjas en un círculo de miseria sin retorno, incluso haberlo tratado, queda lejísimos de entender los alcances del juicio en su contra en los Estados Unidos. Menos aún asimilar el enredado negocio global de las drogas que intentó revelar la Fiscalía estadounidense en el mismo juicio. O las vidas apagadas por la venta al menudeo. Las olas de asesinatos en las calles del mundo. La corrupción que lo mismo dobla a un policía que a un alto funcionario que se ofrece al mejor postor.

Nada de eso es posible entenderlo, aprehenderlo, si se acumula información inútil de la muchísima que se ventiló en el juicio o que se filtró en Estados Unidos y México en las últimas tres décadas.

La tendencia cultural de los estadounidenses al show, y de los mexicanos a enmascarar toda realidad, termina por confundir hechos con apariencias. Realidad con ficción. Alejandra Ibarra lo cita con exactitud en el libro El Chapo Guzmán, el Juicio del Siglo, producto de la cobertura que hizo para Ríodoce en aquellos meses: “‘Un juicio no es como un show de Broadway’, agregó el juez [Cogan]. Algunos miembros del jurado sonrieron”. En la negación estaba la afirmación.

El libro de Alejandra Ibarra no solo es el compendio detallado del día a día del juicio, las confirmaciones en estrado de muchos sucesos de los últimos 30 años en el negocio de las drogas, los testimonios delatores, y los dichos estratégicos para armar acusaciones y defensas. Es también una revelación de los entretelones, los detalles que no se incluyen en una nota dura pero dicen mucho al entendimiento.

Como en la audiencia inicial, cuando los reporteros del mundo se agolpaban por un espacio en la sala 8D de la Corte del distrito Este de Nueva York, y hambrientos se disputan la bolsa de papas que Emma Coronel introdujo a la sala. O los comentarios de algunos de los reporteros en la cobertura, uno que llama “pobre” al Chapo, porque “lo han tratado terrible”. O la reportera que cuando las miradas se cruzan dice: “sentí que me vio el diablo”.

Margen de error

(Fuera de la litis) No se piense tampoco que todo es ingenuidad, una engañifa para una sociedad crédula y ávida del circo romano. Siempre quedó en el aire la pregunta básica y esencial: ¿Hay justicia? La misma Alejandra Ibarra se pregunta eso en el epílogo del libro, después de sorprenderse y viajar a las entrañas. No se entienda como justicia al Chapo, sino a esta realidad de un México ensangrentado.

“¿Qué solución representa este juicio, si acaso hay alguna, y que otras existen?” escribe Ibarra Chaoul. Y en esa respuesta, si existe, está el entendimiento de este capítulo de la historia. Porque aunque el Chapo estaba sentado en el banquillo de los acusados, lo más trascendente de todo está fuera de la Litis, los muchos otros que no fue posible sentar en el banquillo: personajes, millonarios, gobiernos, sistemas, instituciones.

El periodista Ioan Grillo, un observador externo de las profundidades en México, es de los pocos que acertó en el clavo: el del Chapo es también un juicio a los Estados Unidos y su falla estrepitosa en el combate al comercio ilegal de drogas.

Mirilla

(La ventanilla Previo al anuncio de la sentencia, en febrero pasado, Patrick Chappatte publicó un cartón en el periódico New York Times, la ciudad donde estaban por condenar a Joaquín Guzmán: Desde la ventanilla de una celda se muestra al Chapo sentado, y desde afuera tres guardias aburridos que presencian la cuarta temporada de la serie de Netflix.

No se sabe si es el Chapo quien mira a los guardias desde la ventanilla que hace las veces de pantalla de televisión o al revés.

Primera cita

(El limbo) Legalmente el juicio en los Estados Unidos no es vinculante con México de ninguna manera. Los dichos, documentos, pruebas y testigos, no se convierten en indagatorias o carpetas de investigación en este país.

A la par del show americano, México vivía su propia tragicomedia con la sucesión presidencial. Los testimonios que tenían algún valor para México se perdieron en las acusaciones de estruendo, como que Felipe Calderón y Enrique Peña habían recibido sobornos del Cártel de Sinaloa.

Hasta ahora el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no muestra ninguna diferencia con sus antecesores respecto a la política gubernamental sobre drogas ilegales. Salvo la inicial propuesta de despenalizar el consumo de mariguana, nada ha cambiado hasta ahora. Con el Chapo en la cárcel, con la izquierda en el gobierno(PUNTO)

Columna publicada el 14 de julio de 2019 en la edición 859 del semanario Ríodoce.

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