La movilización de viajeros inmigrantes que se concentran en Chiapas evidencia el escaso interés o la ausencia marcada de una política pública en materia de los derechos humanos del Gobierno Mexicano como responsable de aplicar los protocolos internacionales que garanticen la defensa de derechos y valores universales de los miles de migrantes que permanecen en la frontera sur y en situación de abandono.
Lo que exhiben los inmigrantes retenidos en Tapachula y Mapastepec en Chiapas, son escenas de una trata moderna de esclavos que permanecen en espera de ser liberados y reasignados en los mercados como mano de obra sobradamente barata.
De los organismos internacionales que viven del Presupuesto para protección a los migrantes solo se observan elegantes camionetas que trasladan a funcionarios o personal de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), pero la ayuda humanitaria a estos centros de reclutamiento de migrantes no llega ni a cuenta gotas.
Pareciera que las migraciones internacionales en América fueran un asunto de México o del mismo estado de Chiapas, aunque ninguno de los dos ha asumido su responsabilidad para enfrentar la situación y en Tapachula y Mapastepec empiezan a presentarse cuadros epidémicos de diarreas, enfermedades de la piel y respiratorias, donde las principales víctimas son niños de entre seis meses y 14 años que duermen, comen y viven a la intemperie.
En la primera de las ciudades permanecen acampadas centenares de familias de indocumentados que viajan de Haití, Cuba, El Congo, Nigeria, La India, Paquistán y Cuba entre otros tantos países. En Mapastepec, ubicada a hora y media de Tapachula, se habla de aproximadamente 6 mil inmigrantes procedentes de los países centroamericanos de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua y otro contingente numeroso de cubanos, que permanecen varados en albergues en espera de regularizar su situación migratoria en México y, para los que eligen Estados Unidos como país destino, continuar su trayectoria.
En ambas ciudades, la realidad que viven estas familias expulsadas de sus países es crítica y se sale de los estándares establecidos que todo gobierno tiene obligación de ofrecer a los indocumentados una estadía digna y placentera. Ambas caravanas compuestas por una población de 6 mil o más inmigrantes cada una, observan una marcada presencia de matrimonios jóvenes menores de 35 años con hijos entre tres meses y 14 años y una 60 mujeres que viajan en proceso de gestación.
Pero esto no parece interesarles a los gobierno de México y a quienes firman los pactos para proteger e impulsar una migración ordenada y responsable. Los indocumentados están viviendo a la intemperie y pareciera que no hay prioridad para los grupos vulnerables.
Desde la semana pasada que se instalaron estas concentraciones de migrantes en la frontera sur de México, las temperaturas aumentaron y no bajan de 40 grados. El calor y la humedad se juntan con el intenso sol y hacen los días cada vez más insoportables.
Los días aquí se observan desolados porque la gente se refugia en sus casas por el sofocante calor que golpea desde media mañana hasta que cae la tarde. En ninguno de los albergues hay carpas para cubrirse del calor e intenso sol.
Los únicos ventiladores que hay en el albergue municipal de Mapastepec se utilizan cuando personal de Migración atiende las largas filas de migrantes que esperan turno para aportar datos a su expediente.
En el estadio deportivo que ahora hace de albergue en Mapastepec, los refugiados se han apropiado de los pocos árboles que hay. El perímetro rodeado de mallasombra sirve de pared para amarrar cobijas o todo lo que les pueda generar sombra para pasar las horas críticas del día. No hay agua para tomar ni para bañarse. La tienen que comprar con los vecinos y lo mismo aplica para hacer sus necesidades fisiológicas.
Esta ausencia de condiciones higiénicas desencadenó una epidemia de enfermedades infecciosas en la piel, en el estómago y vías respiratorias porque la mayoría de las familias duermen a la intemperie y con temperaturas bajas durante la madrugada. Los casos más comunes que trata el servicio de enfermería son cuadros agudos de gripes, diarreas, salpullido, erupciones en la piel, deshidrataciones, alta presión, diabetes y desmayos en mujeres embarazadas.
El personal médico afirma que los casos se agudizan porque no hay una alimentación adecuada; estrés permanente; cambio de clima y exposición del cuerpo al frío/sol.
El desgaste a que se ha sometido la mayor parte de los migrantes, empiezan a desalentar a familias centroamericanas que a ratos prefieren entregarse a la autoridad migratoria para que los deporte porque así no gastan en su regreso. Las discusiones entre parejas y el maltrato hacia los menores se ha hecho más frecuente porque las necesidades rebasan la capacidad para resolverlas y en ninguno de los campamentos hay personal de acompañamiento que pueda ayudarles a tratar estos duelos, que se agudizan con las condiciones tan difíciles que atraviesan.
Un día en la rutina de los inmigrantes
Son las 9:00 de la mañana del jueves 4 de abril y en el campamento los migrantes parece que se acostumbran a vivir con sus limitaciones. En todos los rostros se asoma la frustración, la inanición, porque cada vez escasea el dinero para comprar alimentos. Algunas familias de centroamericanos sobreviven con la ayuda de los demás.
El viernes trascendió el rumor de que personal de Marina entraría en funciones este fin de semana para repartir comida, pero igual circulan rumores de que el apoyo venía desde el inicio de semana y jamás llegó.
Ahora la realidad es que quienes pueden comprar un plato de comida en 35 ó 50 pesos, comen, los demás salen a pedir a las casas o a empeñarse como trabajadoras domésticas para que les regalen comida. En el albergue del auditorio, algunas familias de centroamericanos aprendieron la lección y han fomentado el comercio interno de alimentos.
Compran víveres y preparan sus comidas que días atrás adquirían en los comercios que abundan a lo largo del perímetro del albergue. Ahora, con la venta de “baleadas”, una tortilla de harina empapada con mantequilla, huevo, frijoles y queso —típica de Honduras—, que es muy solicitada entre los migrantes centroamericanos, les permite ahorrar y sufragarse los gastos durante el recorrido.
También los cubanos han reactivado el comercio interno. Dos estilistas profesionales operan todos los días un par de estéticas que cortan el pelo a los migrantes del albergue improvisado del estadio deportivo, y con música de reguetón, salsa y merengue se entretienen cortando el pelo con precios de 25 pesos a los cubanos y 30 para los centroamericanos.
Estos mismo grupos de afrodescendientes de la Isla, se han identificado con esa parte bullanguera de la caravana y para atenuar la nostalgia por su país, se ponen a sonar tambores y a bailar danzas con movimientos eróticos que evocan la nostalgia por sus familias, igual que sus antepasados, y los cánticos tristes entonados en sus rituales de Santería, comunes en la Vieja Habana.
Racismo y discriminación dentro de las caravanas
En las caravanas de migrantes que permanecen en Tapachula y Mapastepec, se observa un fenómeno interno: el racismo versus discriminación. Los cubanos que sintetizan esa mezcla racial de la España colonial, blancos europeizados y los negros afro descendientes, lideran ese grupo de “migrantes fifí” que margina la expresión cultural de los centroamericanos, sujetos sumisos, inseguros y con esa humildad propia de la civilización indígena negada.
Tapachula, la ciudad invadida por cubanos parece una colonia cubana en México. Los bares y restaurantes del Parque Central, en esa ciudad fronteriza, se observan repletos de isleños con la algarabía que les caracteriza, consumiendo cervezas, bailando salsa o merengue, toman fotos y como cualquier turista compran ropa en tiendas departamentales y se hospedan en hoteles a los que no entra un inmigrante común.
Muchos de estos cubanos viajan a Estados Unidos financiados por familiares que residen desde tiempo atrás en Estados Unidos y son parte de la influyente comunidad cubana en Miami. Ellos no se paran en los plantones, como el centroamericano, haitiano o el africano, indio o árabe. Tienen control sobre los avisos emitidos por el Instituto Nacional de Migración a los que ellos mismos dicen, entregan compensaciones a los guardias para que le informen de la situación.
La mayoría de ellos son hijos, familiares o descendientes de los opositores a las ideas políticas de la Revolución, e igual que condenan a los Castro Ruz también lo hacen con gobiernos de tendencias democráticas incluido el de Andrés Manuel López Obrador. En sus charlas improvisadas, condenan al “Dictador Maduro” y ensalzan a Duque, el Presidente de Colombia o a Bolsonaro, de Brasil, porque ésa es su condición.
Unos, los centroamericanos que han entrado al país y permanecen en Mapastepec, recluidos en improvisados albergues del municipio, optan por residir en México para descartar toda posibilidad de regresar a sus países donde la violencia y la pobreza marcó sus vidas con sucesos muy trágicos como asesinatos, amenazas, desapariciones y torturas de familiares muy cercanos, obligándoles a renunciar al arraigo en sus comunidades como un asunto instintivo, de sobrevivencia humana.
Todos, cubanos, hondureños, guatemaltecos, salvadoreños… todos tienen algo en común: quieren llegar a los Estados Unidos.
Artículo publicado el 7 de abril de 2019 en la edición 845 del semanario Ríodoce.