Unas cuantas mentiras desde Nueva York

Foto: Guillermo Perea/Cuartoscuro.com.

A pesar del show y de los titulares enjundiosos que surgen del juicio al Chapo en Nueva York, el recuento de daños no reporta todavía una catástrofe para México. Algunas acusaciones son tan viejas e historias tan contadas que a lo máximo que llegan es a la confirmación de hechos. O en otros casos, la aportación de pruebas no pasa del dicho y no resulta vinculante a alguno de los personajes señalados.

Que si conformó una red de corrupción y entregó millones de dólares a funcionarios en México. Que si ordenó el asesinato de líderes de organizaciones rivales. Ninguna novedad. Siguen siendo acusaciones en la superficie de un negocio manchado de sangre y violencia constante. Eso es justamente lo que menos les interesa a las familias de las víctimas de este lado de la frontera o las familias de hombres y mujeres perdidos en la adicción a alguna de las sustancias, estos sí en ambos países.

El juicio al Chapo y la información que se desprenda de él, no llega todavía a ser más importante que un titular o minutos de televisión en el mejor horario. Podría alcanzar esa dimensión, pero por ahora está muy lejos.

Desde México se sigue el juicio como quien escucha llover. Como si el resultado hasta ahora de la guerra contra las drogas, en toda la historia, no fuera un completo y rotundo fracaso. Más muertos, más adictos, más droga en las calles, más dinero, más corrupción.

Felipe Calderón y Enrique Peña, señalados de manera directa solo respondieron que esas acusaciones son “absolutamente falsas” y “completamente falsas”, respectivamente. Pero eso es en referencia a los sobornos, ¿pero lo que está implícito en cuanto al fracaso de las políticas de seguridad en el combate al negocio ilícito de drogas? De eso ni una palabra. Ambos defienden sus acciones de gobierno en sus respectivos periodos. Por eso es complicado corregir el rumbo, porque no existe nunca una sola autocrítica o una revisión profunda a los años de fracaso que se siguen acumulando.

Si el juicio al Chapo se mantiene en la lógica actual, donde la estrategia de los fiscales se dirige a convencer al acusado para llegar a una negociación, donde además solo se dedica a probar las fallas del sistema en México y no las propias en los Estados Unidos, solo puede esperarse una prolongada retahíla de verdades a medias y mentiras completas sobre las casi tres décadas del Chapo en el negocio ilícito de las drogas.

Un solo juicio por sí mismo, así sea uno con tanta atención y de un criminal del tamaño que le han dado a Joaquín Guzmán, no puede resolver años de prácticas corruptas y fallidas que van dándole mayor valor al negocio en lugar de restarle. Pero sí podría ser el principio del fin de la política global contra el tráfico ilícito de drogas, dictado desde el país que ahora se encarga de juzgar a otros, pero nunca a sí mismo.

Margen de error
(Viejas heridas) En octubre de 2014, apenas unos meses después de la segunda recaptura de Joaquín Guzmán, la del edificio Miramar en Mazatlán, Ríodoce adelantó la estrategia que preparaban los americanos y que ahora se ventila en el juicio de Nueva York. Tanto Arthur Wyatt y Loretta Lynch, presentaron ante la corte federal del Distrito Este de Nueva York los cargos por homicidio calificado contra Joaquín Guzmán, por haber ordenado asesinar al menos a doce personas, entre ellas Rodolfo Carrillo Fuentes, en septiembre de 2004, y Julio César Beltrán Quintero en julio de 2005. Aquella vez, también incluyeron en la acusación a Ismael Zambada.

El asesinato del menor de los Carrillo Fuentes, que en el juicio actual solo abarcó unas cuantas líneas, tiene repercusiones mayúsculas para Sinaloa. Y sí se apura hasta para México. Aunque ya pasaron 14 años, y quedan pocas dudas sobre lo ocurrido, el caso se logró apagar sin consecuencias para las autoridades de aquel momento. En cualquier otro lado, en cualquier otro país, se hubiese convertido en el escándalo que acaba con carreras políticas enteras, pero no fue así. Muchos de sus protagonistas y participantes siguen presentes y tan campantes.

Mirilla
(Pedro) Pedro Pérez, el Ministerial en activo que escoltaba a Rodolfo Carrillo Fuentes y su esposa, es el arquetipo de la corrupción policiaca y solapada desde la autoridad misma. Las fronteras se borran cuando la permisibilidad supera cualquier barrera. Pérez era policía, sí, pero dedicaba su tiempo y los recursos de la corporación para escoltar a un hombre que tenía una orden de aprehensión en México y con una orden de captura también en los Estados Unidos.

Pedro Pérez no estaba solo, lo acompañaban otros policías. Además, dentro de la corporación era del dominio público cuál era su verdadero trabajo. Por si fuera poco al policía lo intentaron matar en dos ocasiones con las consecuencias que tenía para ciudadanos ajenos a la guerra entre facciones del narco. En una de ellas incluso resultó herido circunstancialmente el Presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos.

Por demás está decir que nunca se profundizó en la investigación de Pedro Pérez y hasta donde llegaba la corrupción en las corporaciones de aquellos y estos tiempos (PUNTO)

Columna publicada el 25 de noviembre de 2018 en la edición 826 del semanario Ríodoce.

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