Un hombre joven festeja. Levanta su brazo derecho, en la mano sostiene una Tecate light y al son de la tambora, canta: “yo soy el muchacho alegre que me amanezco tomando con mi botella de vino y mi baraja jugando”.
Junto a él, media docena de hombres jóvenes se reúnen alrededor de una construcción muy lujosa y con ellos, las mujeres, sentadas bajo la sombra de un porche, escuchan sonar la tambora.
Es el festejo del Día de Muertos y en Culiacán, las tecates y la banda no pueden faltar en el panteón.
La carretera Internacional al sur se desborda en tráfico. El destino de muchos de ellos es el panteón Jardines del Humaya, que a la distancia podría confundirse con algún residencial exclusivo de la ciudad. La fachada del camposanto es protegida por una simple barda pintada de azul, pero al interior se erigen imponentes construcciones.
El reporte oficial señala que al panteón Jardines del Humaya acudieron alrededor de 10 mil personas con un parque vehicular de 4 mil unidades. Fue el tercero más concurrido, detrás del 21 de Marzo, muy cerca de la zona, y de Jardines de San Martín, ubicado casi enfrente.
Justo al mediodía, Gilberto y su familia dejan el panteón. Fueron a visitar la tumba de sus abuelos, apenas estuvo un momento en el lugar. Se justifica: “Es que aquí está cabrón, nomás asómate”.
La bienvenida al camposanto la brinda una capilla en lo alto de un cerro que a la entrada tiene una cartulina con un aviso con los horarios de las misas del día, a las 11:00 y a las 16:00 horas. A mano derecha la primera construcción, un inmueble que es una réplica del Taj Majal. La gente se detiene, lo admira, sacan sus teléfonos y con ellos hacen la foto para Facebook o se hacen la selfie.
En orden y a vuelta de rueda, los vehículos, la mayoría lujosos y de modelo reciente, comienzan su llegada. La bienvenida la dan unos agentes de la Policía Municipal, quienes prohíben a los deudos el ingreso de bebidas alcohólicas, aunque al interior la realidad fue otra.
A la entrada, un grupo de músicos es detenido por los agentes. Uno de ellos se trata de acercar, pero el agente lo detiene con una orden: “pueden entrar pero si tocan una aquí”. Los músicos se detienen, hay que pagar la cuota de ingreso, ellos van a trabajar, en busca de que algún “pesado jale los chirrines”.
“Antes no era así, oiga. Antes nos dejaban entrar y hacíamos la chamba, ahora en todos lados te piden”, espeta uno de los músicos.
La suerte para Franklin es diferente. Afuera del panteón espera por sus compañeros. Lleva ya 40 años en el negocio de la música y cada Día de Muertos, el “jale” les deja buenos dividendos. La banda de Franklin ya va contratada para tocar cinco horas. La tarifa según explicó es de 6 mil pesos la hora. Pero no todo es tan bueno como parece.
“Es que antes nomás tocábamos y ya, ahora hay que cuidarse también porque ya ves cómo está la cosa. Tú eres joven, pero te ves listo, de volada te vas a dar cuenta de lo que te hablo”.
Sobre un cerro al interior del panteón dos mujeres jóvenes atienden un estanquillo. Guarecidas bajo una carpa, venden aguas, refrescos y cigarros sueltos. Adentro se puede encontrar todo tipo de vendimias, desde cocos y aguas frescas hasta tacos y sushis.
Apenas a unos metros de ahí, cuatro jóvenes músicos prueban su equipo. “Uno, dos, tres, probando, probando; uno, dos, tres, probando”. Vestidos de negro preparan su repertorio, se ponen de acuerdo. El baterista parece ansioso, le da un trago a su cerveza, toca un redoble pequeño y alguien le grita “¡arráncate, pues!”
El panteón Jardines del Humaya atrae no solo a sus deudos, sino que su glamour invita a un recorrido por el lugar. Pensados como mausoleos, estos obedecen más a construcciones residenciales con todos los lujos: aire acondicionado, baños, red wifi, televisión y algunos hasta cocina integral.
Abatido en 2009 por la Marina, Arturo Beltrán Leyva encontró en su última morada el suelo de Jardines del Humaya. Todos saben quién es su morador, y desde lo lejos se pueden apreciar los ramos de flores que la decoran.
“Cada año vienen muchos así como tú, preguntando, de curiosos pues. No necesitas saber cuál tumba es de quién, nomás date la vuelta, mira tú mismo cómo está el pedo, de volada vas a saber quién era pesado y quién no”, explica un conserje del sitio.
Y como música de fondo otra vez “el muchacho alegre”.
El camposanto cuenta con inquilinos de renombre como Ignacio Coronel o Arturo Guzmán Loera, pero la mayoría de las construcciones no tienen un nombre a la entrada. La gente sabe a quién pertenece cada mausoleo, sin tener que leer un epitafio o mensaje alguno.
“Aquí hay casi puro pesado oiga, y para saber eso no se ocupa ser reportero como usted, o como dijo Juanga, lo que se ve no se pregunta”, acota otro de los conserjes.
El flujo de personas se vuelve mayor después de las 16:00 horas, y con ello, los brindis con Tecate light o Buchanans sobran, y la música de chirrines, conjuntos norteños o tamboras, resuenan.
El Día de Muertos es como una tregua y al interior del lugar el ambiente es de fiesta, donde los corridos, el lujo y el alcohol son las piezas principales.
La “tradición” se ha propagado a otros panteones. En el clasista panteón de la empresa San Martín, la tambora también resonó y las cervezas se destaparon. A la entrada ya hay un gran mausoleo que contrasta con las pequeñas lozas al ras de suelo. El Día de Muertos se festeja diferente en Culiacán.