Esta es una pregunta que algunos se hacen, cada vez que la Ciudad de México sufre un temblor: 1957, 1985 Y 2017. El temblor de septiembre de 1985, lo tengo presente por Guillermo Ochoa y Lolita Ayala que difundían un programa por Televisa. Eran las siete con veinte minutos, yo estaba en el mercadito “Rafael Buelna”, disfrutaba un plato de birria. Recuerdo que Lolita decía más o menos: “… esta temblando poquito, no se alarmen”. En eso la pantalla de la tele se oscureció y volvió la imagen: “… sí está temblando pero ahorita se acaba, no se alarmen, insistía Lolita. Y se apagó la pantalla. Minutos después se escuchó la voz de Jacobo Zabludowsky y dijo: “Estoy llegando a mi casa de trabajo donde he pasado más tiempo, a lo largo de mi vida, que en mi propia casa y está totalmente destruida”. Estaba hablando de un teléfono portátil recargado sobre el cofre de su automóvil. Ese teléfono, informó, era el único móvil en la ciudad, y era propiedad de Televisa.
En las horas siguientes, por medio de la radio nos fuimos dando cuenta de la catástrofe. Se habían derrumbado cientos de edificios, entre ellos el Hotel Regis con más de 60 huéspedes, el Continental, donde una vez vi el show de Olga Breeskin con su violín. Don Pedro Ferriz quedó sepultado con varios compañeros bajo los escombros de la XEW, don Pedro se salvó y hasta pudo ayudar a varios para salir del infierno. Al día siguiente aparecieron escenas en las fotos de los periódicos, la radio y la televisión que nos mostraron escenas horrendas de la tragedia que había cobrado la vida de miles de personas.
La solidaridad de los mexicanos se hizo presente. Carlos Monsiváis acuñó aquello de “sociedad civil”, y aparecieron héroes como Marcos Efrén Zariñana, la Pulga, quien salvó a más de 30 personas; alguien le dijo: “Tú, ya vete, tienes más de veinte horas sin dormir”. Y respondió: “No, yo viene a salvar vidas”, de ese temple es este hombre que aún vive.
En medio del caos, de pronto apareció la figura del tenor Plácido Domingo, tenía puesto un casco y ayudaba a la gente del edificio Nuevo León de multifamiliares en Tlatelolco, se supo que allí habían muerto 85 personas, entre ellos, algunos parientes de él. Al paso de los días, surgieron declaraciones como ésta: “El caso del edificio Nuevo León tiene un interés muy particular, porque su desplome no fue solamente producto del sismo, sino también de la ineptitud y corrupción de nuestro gobierno y de sus instituciones. Se trata de una negligencia criminal y creo que los culpables deben responsabilizarse”.
Un héroe más lo fue el joven doctor Cuauhtémoc Abarca, quien ideó usar sus aparatos para escuchar las voces de algunos que estaban bajo los escombros. Detectó a muchos que estaban enterrados en los edificios C, D, E, y F.
A 32 años de distancia la historia se repite. Se descobija la corrupción de autoridades y constructores ladrones que edifican con fallas criminales, provocando la muerte de miles de personas. Gobernantes que se aprovechan de las donaciones de ciudadanos, las recogen para adjudicarse honores falsos. Anuncios de políticos afirmando ayuda monetaria; todavía existen damnificados del año 85 esperando.
En suma: La sociedad civil sigue tomando el mando en los casos de desastre. Muchos gobernantes quedan en calidad de inservibles y corruptos.
Juan Rulfo, en su cuento El día del derrumbe, una obra genial como todas las escritas por este genio de la literatura mexicana, nos describe sobre las reacciones que el fenómeno le inspiró, dicho esto, porque algunos críticos afirman que este cuento se lo inspiró precisamente el temblor del año de 1932 en Colima. El cuento en sí es una joya poética que descobija a unos y otros, es decir, a los gobernantes y gobernados. Los primeros que se aprovechan de la situación para manifestar un sentimiento de solidaridad que está muy lejano de sus aviesas intenciones, expresiones bien descritas mediante los personajes como Melesio Terrones, el alcalde lambiscón que se ocupa de arengar al pueblo, a fin de que el ciudadano gobernador sea bien recibido, busca “quedar bien” con su jefe, facilitándole lo necesario para que su intervención sea exitosa:
“—Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año sino en el del año pasado. ¿O fue el antepasado, Melitón?
—Fue el año pasado.
—¿Y cómo fue el temblor?
—Vi cuando se derrumbaban las casas como si estuvieran echa de melcocha. Y la gente salía de los escombros toda aterrorizada corriendo derecho a la iglesia dando de gritos. Días después estábamos apuntalando las paredes, llegó el gobernador, venía a ver que ayuda podría prestar con su presencia. Todos ustedes saben que nomás con que se presente el gobernador, con tal que la gente lo mire, todo se queda arreglado… En viniendo él, todo se arregla, y la gente, aunque se le haya caído la casa encima, queda muy contenta con haberlo conocido. ¿O no es así, Melitón?
—…¿Cómo cuánto dinero nos costó darle de comer al gobernador y sus acompañantes, Melitón? —Como cuatro mil pesos… La gente estaba que se le reventaba el pescuezo de tanto estirarlo para poder ver al gobernador, y haciendo comentarios de cómo se había comido el guajolote y de que si había chupado los huesos, y de cómo era rápido para levantar una tortilla tras otra rociándola con salsa de guacamole; en todo se fijaron”.
Lo bueno es que ahora también se fijan en las tranzas que hacen, y las gritan a los cuatro vientos. Vamos mejorando.
Hoy, 15 de octubre de 2017 se cumplen cuatro meses del asesinato de Javier Valdez Cárdenas. El silencio de las autoridades confirma su complicidad. (Fuente de información: Revista Proceso No. 51).
*Autor de la novela La maldición de Malverde.