Perlas de pepe

La constante en las versiones nos indica que la visita o aparición (del chamuco) no produjo el pánico generalizado en su momento. Se habla de que un fulano lo vio, que a zutanita se le apareció, que merenganito se topó con él, pero para nada se menciona que esa noche hubo un despavorido éxodo de parroquianos, lo cual habla muy bien de la discreción con que fue perpetrado el acontecimiento que obtuvo, por parte de la voz popular, una cobertura calibre el incendio del casino de Monterrey.
Estopa del chisme, apenas se prendió fuego con el primer comentario, Mazatlán ardió. El mitote penetró en todos los hogares y las reacciones se dieron con toda naturalidad. Los niños ni de chiripa pasaban por enfrente de la ídem, los jóvenes tomaron el visitarla como un acto de valor mientras que los adultos les hablaban del fin del mundo por culpa del cine porno, el Life en Español y hasta de la crisis. Los curas acentuaron sus sermones y ponían a Mazatlán de vuelta y media diciéndole que era un pueblo pecador y desenfrenado al que el propio diablo visitaba como si estuviera en su casa. Almas pecaminosas que encontrarían su castigo el Día del Juicio Final, que prácticamente estaba a la vuelta de la esquina.
Ahora bien, un tanto porque empezó a circular la versión de que el asunto había tenido su origen en una irreverente ocurrencia de un ocurrente parroquiano (ni más ni menos que un legendario profesor de música que se vengaba así de uno que le había escondido el acordeón mientras bebía su bohemia) y otro tanto porque el propietario de La Chiripa aprovechó la psicosis colectiva para darse publicidad (¡El diablo en La Chiripa!, gritaban los spots radiofónicos), pero el caso es que la turbulencia de las aguas empezó a ceder ante la cordura y en cuestión de días la visita del chamuco pasó a ser parte del anecdotario porteño, en algo qué contar con una sonrisa burlona en los labios frente a un atardecer esplendoroso, sin la menor intención de darnos por enterados que El mar es / el Lucifer del azul / el cielo caído por querer ser la luz y que por lo tanto no tenemos ninguna necesidad de andar buscando demonios de pacotilla.
 
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “Del diablo en la chiripa y otros demonios”.

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