Según una de las versiones que hemos seleccionado (hay más de tres mil personas que afirman haber estado presentes durante la histórica visita a La Chiripa, donde cabían, muy apretadas por cierto, unas ochenta, y todas tienen la suya), el diablo se le apareció a una jovencita que atravesaba por el penoso trance de la menstruación. Cuentan que se desvaneció en el quicio de la puerta del baño (de damas, como debe ser) y que todo el restaurante, incluido el dueño, acudió a auxiliarla.
La escena me parece descabellada porque los baños estaban en un pasillito por el que con trabajos pasaban juntas dos personas de complexión regular, pero bueno. Dicen que al volver en sí mencionó que mientras se daba una manita de gato ante el espejo sintió una presencia extraña y al voltear para ver si había alguien se topó con un desconocido ¡que no se reflejaba en el espejo! El hombre vestía de frac y contaba con una personalidad que, por lo dicho por la muchacha, haría palidecer a los galanes de las novelas de Corín Tellado.
 
—Supe que era el mismísimo diablo no solo porque no se reflejaba en el espejo, eso hasta un vampiro lo puede hacer, sino porque al mirarme lanzó como fuego por los ojos y en eso traté de correr, pero ya no supe de mí —dicen que dijo.
 
Otros informantes hablan de que un abogado que tenía (tiene, mejor dicho) su despacho a media cuadra de La Chiripa, que para esto, y por si no lo he dicho, estaba ubicada a una cuadra al sur de la Plaza de la Concordia, en la esquina de las calles Belisario Domínguez y Mariano Escobedo, se lo encontró en el baño encendiendo un cigarrillo con un tronido de dedos que convirtió al dedo pulgar en un mechero. Puesto que conocemos al jurisconsulto (dijeran los que gustan amanerar el lenguaje) conversamos con él sobre el evento y presume que aprovechó la recta para bajarle un cigarrillo que le fue prendido con tan original encendedor.
—A mí el diablo me la pela —fanfarronea.
Sin embargo la voz popular señala que salió despavorido del baño a contarle a la cajera lo que había visto.