Una de las novedades que ha traído la crisis en el estado de Guerrero pasa por la incapacidad del PRD de sustituir a Ángel Aguirre por uno de los suyos y la necesidad de echar mano del politólogo Rogelio Ortega Martínez, para llenar el hueco que ha dejado la salida del Gobernador.
El PRD ante el momento crítico que vive el estado, dio un paso atrás para abrir el espacio a una personalidad de amplio consenso político, como lo indica que de los 44 diputados, 39 de ellos votaron a favor de la candidatura de quien se desempeñaba hasta ese momento como Secretario General de una institución académica.
Así, ante el riesgo que representaba postular a un militante del PRD, la dirigencia nacional de este partido volteó a ver hacia la sociedad para escoger a un personaje que fuera capaz de tener interlocución en todo el espectro político y no representara un peligro en el 2015, cuando se elegirán en Guerrero Gobernador, Diputados y Presidentes Municipales.
Sin embargo, las cosas pueden ser distintas, pues como nos dicen fuentes informadas de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), el PRD consideró en primer lugar al rector Javier Saldaña Almazán para asumir el cargo de gobernador interino; sin embargo, se impuso el cálculo político y el grupo que gobierna la UAG negoció el interinato a favor de Ortega Martínez.
Si Ortega Martínez se desempeña bien y estabiliza el estado, será un gran mérito para su grupo político, incluso puede servir para promover al hoy rector, en caso de que la crisis en el sistema de partidos persista y ésto obligue al PRD echar mano de personajes de la sociedad civil.
A Rogelio Ortega, lo conocí en la Universidad Complutense de Madrid, el día de mi examen de grado. Llegó con otros colegas mexicanos a la sala donde se celebraría la disertación doctoral y luego del examen se acercó para felicitarme por el logro obtenido.
No volví a saber de él hasta que una colega y amiga se fue a trabajar a Acapulco en el Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados “Ignacio Manuel Altamirano” de la UAG, donde fui invitado como conferencista y él se desempeñaba como director y buscaba sacar adelante el Instituto con escasos recursos.
Rogelio, de formación ideológica ortodoxa, militó en la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria que fundó el profesor Genaro Vázquez, y luego se dedicó a la academia, pero sin renunciar a la política; incluso en dos ocasiones buscó fallidamente ser rector de su alma mater. Quizá dejando el interinato, pueda llegar a serlo, pues estaría en una posición inmejorable para negociarlo en su grupo político.
Pero más allá del trato que haya tenido con Rogelio Ortega y el Instituto, me interesa explorar el potencial que pueden tener los grupos políticos de las universidades en los estados donde existen altos índices de homicidios dolosos, en caso de darse una crisis similar que genere un vacío de poder y obligue a echar mano de quienes dirigen instituciones de educación superior.
No olvidemos que las instituciones educativas siguen estando entre las mejor valoradas en las encuestas de percepción y ésto podría significar la emergencia de otros liderazgos en la escena política.
El caso de Guerrero muestra que es posible explorar otras posibilidades de promoción política, no hay que olvidar la persistencia sistémica de la que hablaba David Easton en sus estudios sobre el sistema político; al final de cuentas de lo que se trata es de conservar el sistema, no destruirlo, y cuando eso sucede, los actores políticos son secundarios y desechables.
Sin embargo, esto no significa que en todos los estados violentos, entre ellos por supuesto Sinaloa, se abra la puerta al poder; tendría que pasar una perturbación similar a la de Iguala o peor —esperemos que no—, para que esto suceda y veamos la emergencia de este tipo de grupos al poder.
Quizá ahora alguien se pregunte qué sucedería en Sinaloa de darse una crisis como la de Guerrero, ¿un rector o un secretario general de una universidad podría asumir el poder?, es muy difícil concluir que no, porque en política todas las opciones son posibles y tampoco sí, sobre todo en la UAS, donde el grupo político que la gobierna tiene su propio partido.
Así que, de momento, hay que dejar de frotarse las manos.